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  • Foto del escritorRevista Adynata

Sobre derechos y gansos salvajes / Bruno Ureta

“¡Demasías no enferman, normalidades sí!” escribe C. en su banco durante el teórico de Psicopatología. El marcador indeleble rojo se confunde con otros escritos, dibujos, rayones. ¿Qué habrán sentido sus autores para dejar su marca, ahora nuestra en este compartir?


C. se acerca y me confiesa en un susurro, como si fuéramos infantes frente a la porcelana rota, que estuvo dejando citas por todos los rincones desde nuestra última clase de Grupos. Las escribe en su casa, en el departamento del novio, en la sala de espera de su psicóloga, en el colectivo y algunas veces en el tren. “Me agarra miedo escribirlas sola, así que lo hago donde ya hay otros mensajes… es como si lo mío fuera de todos”. Anoté una nueva cita de ella mientras reíamos con jarrones y estructuras desperdigadas por el aula.


Marcelo nos había preguntado qué citas nos habían cambiado la vida. Nos impulsó a buscarlas, escribirlas, mostrarlas. Después de su última clase, lo único que pude anotar fueron preguntas:


¿Existe realmente una forma de despojarse de la política al adentrarse en las aulas, en la clínica? ¿Es posible ocupar ‘La Facultad’ con la mera finalidad ― ”incontaminable” para quienes se proponen llevar a cabo esa ilusión ― de estudiar?


Si algo nos dejó la vorágine de este cuatrimestre, fue el acto revolucionario de compartir la pregunta insumisa. Marcelo explicaba la posibilidad de pensar en el “quizás algún día…” como una consigna poética, una chispa que renueve el fuego de la antorcha. Tal vez como una promesa que podamos compartirnos, nuevamente, con la certeza y la fuerza de la infancia.


Después de rendir el parcial de Psicopatología, C. me comparte el marcador y anoto en el colectivo: “Cuéntame tu desesperación y te contaré la mía”.



Quizás algún día se declare el derecho a la poesía


Dime, ¿qué piensas hacer

con tu única, salvaje,

preciosa vida?

Mary Oliver, “Día de verano” (1990)



Trotsky, a razón de la muerte del poeta Serguéi Yesenin, escribió “La revolución ganará para las masas no sólo el derecho al pan, sino también el derecho a la poesía” (1926).


Quienes nos formamos en Salud Mental nos encontramos constantemente con la tarea de naufragar en el saber común que se envalentona en la lengua del capital. Una palabra, acaso un murmullo o un escrito en tiza, sobrevuela en las aulas de la Facultad para ser repetida, calificada y deslindada de su potencial clínico ante el avasallamiento de la mercantilización y biomedicalización de existenciarios, vulnerabilidades y debilidades: “afectación”.


El saber común ofrece respuestas automáticas, categorías indolentes, lecciones de vida, desde una posición de saber-poder-hacer que apelan a la individualidad en el intento de adiestrar a una vida invulnerable, desafectada y encapsulada en la homogeneidad de lo impoluto. El cuerpo, observado protocolarmente, adviene como un obstáculo a rematar, encarcelar y violentar bajo la mano dura que promete aliviar a malestares de los conflictos inherentes del estar cerca, la colisión sensible de un común estar.


En la coyuntura mecanizada del como si nada, afectaciones expresan la urgencia de interrumpir la suposición capitalista de una sola verdad, un solo pensamiento y un solo sentir mediatizado por la mano invisible del Mercado – erigiéndose en mayúscula en la posibilidad de pensarlo, foucaltianamente, como otra institución de control y vigilancia – que solamente conoce de desganos, depresiones y dolores.


¿Cómo pensar a la poesía en tanto acto rebelde contra lenguas congeladas, blindadas, objetivadas? Pizarnik escribió “La rebelión consiste en mirar una rosa / hasta pulverizarse los ojos”.


La poesía, entonces, intenta interrogar las marcas del decir como una puntada sin hilo. Se trata no tanto del mero acto de escritura sino, tal vez, de las posibilidades emergentemente caleidoscópicas para habitar la perplejidad de las imágenes que el mundo nos acerca. Saber que hay algo que no le pertenece a nadie, pues es compartido en la conversación de todxs. Oliver comenta al respecto:


Ningún poema trata sobre uno –o algunos de nosotros- sino sobre todos nosotros. Cada poema trata sobre mi vida, pero también sobre la tuya y sobre cien mil vidas que están aún por venir. Que lo escribiera alguna persona no es ni de lejos tan importante como el hecho de que nos pertenezca a todos. Y cada uno de nosotros aporta al movimiento de la pluma un mundo de ecos (2021).


La metáfora logra hilvanar sentimientos que no se terminan de decir, que no se saben decir, que no se reconocen en la racionalización desacoplada de la Academia. ¿Qué otra manera existe de hacer clínica, de correr las líneas normativas, si no es la poética? La lírica como posibilidad de acompañar angustias sin correr el riesgo de amurallarse en la singularidad estrecha del self. En palabras de Percia, sentir “la común angustia de lo vivo” (2020).


El poema se escribe con y en el cuerpo, gracias a la relación indivisible con las otredades que nos moldean, conforman y hablan. Es el pensamiento sensible que la enraiza a la pregunta “¿y si…?”, la ilusión necesaria para imaginarse en las ondulaciones de la “normalidad”. El derecho a la poesía para albergar la reescritura de vidas dejadas de lado. La oportunidad de creer en el potencial reparatorio de la palabra compartida. No olvidar los dichos de Rodari: “Todos los usos de las palabras para todos. No para que todos seamos artistas sino para que nadie sea esclavo” (1973).



Quizás algún día se declare el derecho a la monstruosidad


Quisieron enterrar nuestros huesos y no sabían que somos voz

Lía García, “Hemos de hablar algún día, las hijas de la ternura” (2020)


En una intervención artística, un verso de Susy Shock inunda un aula de la Facultad: “Reivindico mi derecho a ser un monstruo / que otros sean lo Normal” (2008).


¿Existe realmente una manera certera, encauzada y permanente para ser uno mismo? Monstruosidades se levantan en su saberse amalgamas, mosaicos, misceláneas. Cada cual aterroriza a sujetos alojados en los límites de la normalidad mediante identidades performáticas, deslizantes y fugaces: El sentido común rehúsa y silencia a existencias enrevesadas en la supervivencia del binarismo, el biologicismo y el conservadurismo.


Deseos monstruosos reescriben narraciones masticadas para alojar desvaríos de la vida en común: la posesividad del nombre, el confinamiento de un documento, el desgarramiento de la crueldad, la violencia de la expulsión, la voracidad del cuestionamiento “Y vos, ¿qué tenés entre las patas?”.


Noctámbulas y anfibias, construyen un común refugio procurando enaltecer su “condición irremediable” ante el discurso médico de una clínica que supone saber-todo. Berkins explica: “(...) yo podría preguntarle al psiquiatra: Dígame, cuál es su género, demuéstreme que es varón o que es mujer” (2013). Dichas y desdichas construyen los relatos de vulnerabilidades empujadas al silencio, a la desesperanza y al desinterés de la derrota. ¿Qué sucede cuando lenguas monstruosas desafían la normativa del cómo ser-hacer?


Afilarse las garras hasta que destilen sombras, resaltarse las escamas con un toque de luna plateada, pintarse la barba con el rojo más profundo de la ira contenida. Una criatura vanidosa exaltada en su erótica del existir. Villada afirma: “Soy un hueco sin fondo donde desaparece la esperanza y la poesía, soy un paso al borde del precipicio y el espíritu me pende de un hilo” (2015).


El derecho a la monstruosidad como reclamo de presencias que duran un parpadeo hasta devenir otras. Las múltiples expresiones de la transformación disruptiva en el entramado que no conoce otra forma de albergar la “anormalidad” sin el verbo “tolerar”, solemne y vacío. Abrazar, entonces, el saberse mariposa en un mundo de gusanos.



Quizás algún día se declare el derecho al silencio


Porque yo no pedí nacer en forma de signo de interrogación

Alejandra Pizarnik, Diarios (2013)


Silencios dilatan el tiempo y deshojan la espera. El quehacer clínico resguarda no-saberes en la suspensión expectante del naufragio.


Demasías llegan a la frontera de lo simbólico a través de experiencias que se sienten confusas, excitantes, desgastantes. El abismo es ininteligible, inefable, inasible. Ante la perplejidad, presentimos silencios.


Hablas del capital pregonan por el barullo incesante que avasalla el cuestionamiento, lo ambiguo, lo sugerente. En las aulas prolifera la tensión ante la voz irreprochable del profesor: “Si no tenés nada bueno para decir, callate”.


A veces, simplemente se guarda silencio porque no se sabe qué decir.


El derecho al silencio como horizonte eufónico sin sujeciones a la perfección de lo decible, sino a la potencialidad de lo posible a advenir dicho. Poder estarse en silencio, en la imposibilidad del lenguaje. Saber esperarse en un común compartir que no pretende grandilocuencia, más bien elaboración.


Si existe una palabra que sane, no la forcemos. Invitémosla a pasar.



Quizás algún día se declare el derecho al desborde


¿Tus palabras no atraviesan las paredes?

Modifica tus palabras.

Vicente Luy (2015)


Demasías batallan con la marginalización del saber común que manicomializa desde un habla psicofarmacológico.


Acontecen brotes ante la desesperación, el desasosiego, el abandono. El disciplinamiento hace oídos sordos ante el dolor. Derroches necesitan de la suavidad de la escucha, no de la superficialidad de la cordura normalizante y colonizadora.


Demasías piden respeto por su demasiado sentir. ¿Qué dicen, callan, imaginan, rememoran, duelan, añoran, fantasean, gritan, guardan? La emergencia del impoder con aquellas oleadas que toman el cuerpo y comienzan a hablar por y desde ellos.


El derecho al desborde como alojo para el dolor imperante en las voces, las miradas, los palpitares. Gentileza que se despliega para dar recepción a las estelas impercibidas, deshumanizadas.



Quizás algún día se declare el derecho al absurdo


Me dijeron que en el Reino del Revés

nadie baila con los pies.

Que un ladrón es vigilante y otro es juez

y que dos y dos son tres

María Elena Walsh, “El reino del revés” (1963)


El absurdismo se basa en la idea de que la vida, en su esencia, no puede ser encapsulada en categorías lógicas y racionales. Hay aspectos de nuestra existencia que son intrínsecamente caóticos, inexplicables y, a menudo, irracionales.


Deseos absurdos se imponen como un acto a contracorriente de la lógica objetivizante, cuadrada y desolada. La puesta en juego del acto no meditado, la palabra no filtrada, la fuga de la fuerza. Aquello que es señalado y martirizado desde la psicopatología, alberga ahora un espacio para la insumisión: absurdos caminando descalzos por la vía pública, riendo a carcajadas en espacios fúnebres, jugando a las escondidas en las oficinas.


El derecho al absurdo reivindica la importancia de abrazar lo inexplicable y lo ilógico para miradas que sólo conocen lo común. ¿Qué mundos, territorios, pliegues habrán más acá y más allá de eso?





BIBLIOGRAFÍA

Berkins, L. (2013). Los existenciarios trans. En Fernández, Ana María & Sequeira

Peres, William (Eds.), La diferencia desquiciada. Géneros y diversidades sexuales. Buenos Aires: Biblos.

García, L. (2020). “HEMOS DE HABLAR ALGÚN DÍA, LAS HIJAS DE LA TERNURA”.

Gorodischer, J. (2005). Hay que pasar de la ira al llanto. Página 12.

Luy, V. (2015). Poesía popular argentina. Añosluz editora.

Oliver, M (1990). House of Light. Boston: Beacon Press.

Oliver, Mary (2021). La escritura indómita. Madrid: Errata Naturae.

Percia, M. (2017). Estancias en común: (Familias). Buenos Aires: La Cebra.

Percia, M. (2018). Sesiones en el naufragio: La clínica que hacemos. Buenos Aires: La Cebra.

Percia, M. (2018). Sesiones en el naufragio: Un común silencio. Buenos Aires: La Cebra.

Percia, M (2020). Un común sentir. Esquirlas del miedo (3º entrega).

Percia, M (2021). Derechos (después de los manicomios). Buenos Aires: Licenciada Laura Bonaparte.

Pizarnik, A. (2003), Prosa completa. Buenos Aires: Lumen

Pizarnik, A (2013). Diarios. Barcelona: Lumen.

Pizarnik, A. (2015). Poesía completa. Barcelona: Lumen.

Rodari, G (1973). Gramática de la fantasía. Turín. Giulio Einaudi editore s.p.a.

Rolon, C (2024): apuntes de clase.

Shock, Susy (2020). Realidades: poesía reunida. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

Sosa Villada, C. (2015). La novia de Sandro. Tusquets Editores.

Trotsky, L. (1926). To the Memory of Sergei Essenin. Paris: Pravda.


Harry Roundtree, "Los cisnes salvajes llevando a la pequeña Elsie sobre el mar" (1922)


Comments


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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