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Foto del escritorRevista Adynata

sobre la decisión / Marcelo Percia

El hombre tiene cuarenta. Lo internaron cumplidos los veinticinco. Hace un año que vive con dos personas que conoció en la sala. Alquilan una casa ayudados por el hospital. Los tres siguen sus tratamientos. El hombre, desde hace seis meses, se relaciona con una mujer. La noticia llega al equipo cuando deja de tomar la medicación. Manuel quiere sentir esa "calentura que le enciende la cabeza". Se discute mucho esa vez, incluso se trata el tema en una asamblea. Pero cuesta hablar de eso. Algunos se solidarizan con picardía. Otros advierten que no se puede controlar todo. El hombre dice que se siente bien. Las urgencias, enseguida, desplazan el asunto. Meses después, Manuel pide ayuda: Van a matarlo. Algunos se miran cómplices: "¡Ven lo que pasa sin medicación!". Está aterrorizado. No duerme. Alguien se pronuncia: "¡Volvamos al inyectable!". Los compañeros que viven con él, también están asustados. "Contagio paranoide" dictamina, por lo bajo, una residente. "No, que paranoide, contesta un paciente todavía internado, lo van a matar en serio". Y agrega sentencioso: "El que las hace las paga". Se juntan hilos sueltos. El hombre se encuentra regularmente con Kity. Al principio una vez por semana, después dos, en la última época tres. Los que se entusiasman hacen chistes con la frecuencia. Manuel aclara, serio, que nunca fueron más de tres. Llegaron a un acuerdo económico mensual. Algunos preguntan y hacen cálculos sobre la suma total. Manuel explica que todo iba bien hasta que dejó de pagar. ¿Por qué? Porque sí, no sabe, no se dio cuenta. "Me gaste el dinero del subsidio para otra cosa". Alguien opina que el juez no le paga para que ande revolcándose con plata del estado. Tiene una deuda. Hace quince días se le aparecen dos tipos. Dicen ser hermanos de Kity. Si no paga, le van a romper la cara, luego la casa y, por último, le mandan a los primos para matarlo. Avisan. Siete días después vuelven. Manuel responde que no tiene plata. Se pone a llorar, le advierten que no mariconee. Tratan de convencerlo de que le conviene pagar, portarse bien. Sus compañeros lo defienden. Los hermanos de Kity contestan que, si el hombre no paga, van a cobrar los tres. Entonces, explican que están locos. Que estuvieron internados en un manicomio. Que ahora están en esa casa, pero que eso forma parte de un tratamiento, que todavía no están curados. Que de la esquizofrenia paranoide y de la psicosis bipolar nadie se cura. Incluso, como prueba, uno trae sus recetas y frasquitos con pastillas. Los hermanos de Kity, sin inmutarse, repiten: "El que las hace las paga". Antes de irse, el mas grandote, mientras aprieta el cuello de Manuel, dice: "No es nada personal. Un hombre tiene que pagar sus deudas, si no la calle se vuelve un relajo, y cualquiera se hace el loquito". Al despedirse recuerdan que la próxima vienen los primos que andan armados. En la asamblea, una mujer le pregunta si sabía que Kity tenía tanta familia. Manuel dice que tiene miedo. No quiere volver a su casa. Los tres pensaron por un tiempo vivir en el hospital. Todos discuten. El de la medicación opina que hay que hacer la denuncia a la policía. Alguien piensa que sería bueno aplicarles un inyectable a los primos. Una enfermera propone internarlos en una sala. Una voz pide que también la internen a Kity. Alguien opina que eso pasa porque no se buscó una novia. Otro plantea que volver al hospital es un retroceso, sugiere esconderlos en casas de miembros del equipo. El del inyectable insiste en que hay que poner un guardia en la puerta de la casa. Una persona internada pide que la jefa del servicio vaya a hablar con los hermanos de Kity. Uno de los residentes quiere saber si está satisfecho con la mujer. Especula que se puede declarar inconforme con el servicio, incluso objetar la tarifa. Manuel reconoce que Kity es estupenda. Buena, dulce, cariñosa. Una vez cocinó un guiso para todos. La psicóloga, concurrente ad honoren, hace la cuenta de la deuda, propone hacer una colecta. Cuando se acaban las ideas, alguien del equipo dice: "Estás metido en un lío. Tratamos de ayudarte, pero hay cosas que no sabemos, cosas que no queremos, cosas que no podemos. No podemos esconderte, ni darte dinero, ni hablar por vos con la mafia para la que trabaja Kity. No queremos cargar con la responsabilidad de que te pase algo. Quizá tengas que dar la cara. No sabemos. Pero, si podés hacerte cargo de la deuda, estamos dispuestos a acompañarte. Al día siguiente, Manuel, dos compañeros, una enfermera, la psicóloga y un chofer, recorren la zona en una ambulancia. Después de averiguar, arreglan un encuentro en una esquina. Manuel baja solo. Los otros esperan en el coche. La reunión dura poco. Desde adentro se ve que hablan. Manuel les ofrece algo, uno de los tipos anota una cosa en un papel que le entrega a Manuel. Al despedirse se dan la mano. Manuel vuelve tranquilo. Propuso un plan de pago, les dio su palabra, ofreció su reloj como anticipo, no aceptaron. Dijo que buscaba trabajo para juntar el dinero más rápido. Uno de los tipos anotó la dirección de un amigo que tiene una parrilla cerca de la cancha de Estudiantes, parece que necesita un ayudante. Así, para cambiar la vida de otro, no alcanza la voluntad, el cariño, las buenas ideas. Derrida objeta la ingenuidad de quienes creen que cambiar es realizar una intervención calculada, deliberada, estratégicamente controlada. Piensa que cambiar algo es "intensificar una transformación en curso." Ayudar a un paciente no es recomendar lo que suponemos bueno para él. "Manuel búsquese una mujer. Una chica que lo quiera. Si se acuesta con su novia no tiene que pagar. Puede juntar la plata, proyectar una familia, tener una casita propia, quien le dice si no alcanza para una moto usada o para visitar Córdoba". ¿Qué significa la expresión armarle la vida a otro? ¿Proveerlo de cierta cosa que no puede, no tiene, necesita? ¿Ofrecerle un apoyo que lo sostenga? ¿Unir piezas sueltas de su experiencia? ¿Actuar como arma, armazón, armadura, armario, armatoste? Si un arma es un instrumento que sirve para atacar o defenderse; si una armazón, una construcción que da solidez a una forma evanescente; si una armadura, un envoltorio que finge seguridad; si un armario, un lugar para esconderse o guardar cosas sueltas; si un armatoste, un objeto grande, pesado, casi inútil; entonces, intensificar una transformación en curso, ¿qué? Tal vez dar tiempo. La ilusión de un instrumento, una construcción, una protección, un escondite, una idea inútil. La asamblea clínica como demora que provoca que algo que no se puede dar, sin embargo, se de. Intensificar una transformación en curso, sostener una conflictividad. La historia cuenta un límite, del equipo. Un límite de cada uno de los que trabajan en el hospital. Un límite que no importa por caprichoso, arbitrario, violento o injusto. Un limite que se vive como desgarro. Como anuncio de lo que no sabemos, de lo que no podemos, de lo que no alcanzamos a entender, de lo que habla en nosotros como miedo, como dependencia de otra autoridad, como malestar. Establecer una frontera, impide y habilita a la vez. La historia recuerda que no importa tanto la decisión como la memoria de la indecidibilidad. Así, un límite es decisión provisoria, discutible, opinable, falible. Decisión herida. Punto de apoyo que decide sobre lo indecidible. Acto que tiembla improviso, no improvisado. No se trata de un episodio que autoriza cualquier cosa, sino de la memoria de un trabajo que decide sobre algo imprevisto sin el dictado de una providencia. Escribe Derrida: "Lo indecidible no es sólo la oscilación o la tensión entre dos decisiones. Indecidible es la experiencia de lo que siendo extranjero, heterogéneo con respecto al orden de lo calculable y de la regla, debe sin embargo (...) entregarse a una decisión imposible, teniendo en cuenta el derecho y la regla (...) Una decisión que no pasara la prueba de lo indecidible, no sería una decisión libre; sólo sería la aplicación programable o el desarrollo continuo de un proceso calculable". La decisión llega como agotamiento de las razones. Como potencia que se enciende. La decisión es un accidente liberado de la imposibilidad. Ni la colecta. Ni la internación preventiva. Ni la protección de la policía. Ni la autoridad de la psiquiatría. Ni esconderlos hasta que todo pase. Ni la objeción sobre los servicios de Kity. Ni el inyectable. No hay decisión justa. Entonces, se decide. Decisión que viene de la experiencia de lo indecidible. El equipo no es, como se cree, la composición moderna más eficaz para completar un poder. La interdisciplina como totalidad conquistada. La posibilidad clínica no se realiza como concurrencia meditada de muchas y diversas disciplinas. Esa reunión no interesa como suma, magnificencia o celebración de saber. Pienso el equipo como espacio de detención de arrogancias profesionales. No se trata de que la supuesta superioridad de la mayoría termine con la indecisión, sino de un impoder compartido que autoriza la deliberación. Así, la asamblea no es mentira igualitaria. La asamblea no interesa como ficción democrática, como relación horizontal entre pacientes, médicos, psicólogos, enfermeros. Sino como memoria clínica de lo indecidible. Como testimonio de que, al final, frente a lo que no tiene solución (tras el fracaso de toda ilusión cancelatoria de conflictividad), se toma una decisión posible. La asamblea como recuerdo de que todos somos iguales ante lo indecidible. La asamblea como decepción de una creencia. Nadie tiene el poder de decidir qué hacer. Ese es el límite que posibilita una decisión. La indecisión es un problema clínico. Cuestiona modelos obsesionados por curar, evitar, conducir. Recuerda que para atender a los que sufren se necesitan, junto con ideas ciertas, seguras, precisas, pensamientos que se alojen inciertos, inseguros, imprecisos. La indecisión clínica no interesa como negativo de la decisión o como humanismo de la ambigüedad, sino como afirmación de un límite. Se aprovecha la historia para recordar el único final. ¿Cómo termina la historia de Manuel? Estamos en la ambulancia, un pequeño coche hospitalario, un grupo inquietado por la marcha de una decisión imposible, el móvil de una indecisión que se decide desalojada de cualquier seguridad. ¿Manuel paga la deuda? ¿Consigue trabajo? ¿Vuelve con Kity? ¿Busca una novia? ¿Retoma la medicación? ¿Administra mejor el subsidio por discapacidad? ¿La tranquilidad con que sube al coche tras hablar con los tipos, le dura un día, dos, un mes? ¿Trabaja en la parrilla? ¿Cumple con su palabra? ¿Cómo termina la historia? La historia no tiene final. Una decisión (el acto posible desprendido de ella) no supera la conflictividad. En cada decisión queda alojada la indecisión. Escribe Derrida: "En toda decisión, en todo acontecimiento de decisión, lo indecidible queda prendido, alojado, al menos como un fantasma...". Que la historia no tiene final significa que hasta allí nos abrimos paso entre lo imposible y posible. Que en ese punto descansamos un momento, de lo que enseguida retorna: la vida en su indecisión. Allí, cuando ni otro, ni nadie, puede, sabe, asegura nada; allí (en ese límite) un sujeto se decide sin garantías. No sabemos del futuro de Manuel. Nada de su presente modificado. Si se fugara de su destino discapacitado ¿a dónde llegaría? La indecisión no termina nunca. En el rompecabezas de toda decisión necesaria es posible el error. Errar es humano, pero cómo alojar una errancia, un problema clínico. La historia es oportuna para pensar la necesidad de una clínica caída en el vivir. Los hermanos de Kity contradicen la idea que Manuel tiene de sí mismo. No lo confirman en el lugar de loco. No lo tratan como paciente, sino como un tipo que tiene una deuda. Tal vez, el tratamiento de lo que ocurrió hizo que Manuel se sintiera llamado a responder por su vida. Blanchot, en un comentario sobre Bataille, dice que la experiencia límite es ponerse en entredicho. Decidir no atenerse al consuelo de la verdad. Desprenderse de la protección de un absoluto (sea dios, hospital, equipo, medicación, locura). Decidir a pesar de dudar qué hacer o qué opción entre muchas elegir. Ponerse en entredicho significa escuchar la incertidumbre que habla tras cada decisión tomada.



Fuente: Deliberar las psicosis. Lugar Editorial. Buenos Aires, 2004.


Nicolas Chardon 2008 - 2009 Abstract Pintura acrílica sobre tejidos vichy y madras

1 Comment


Guest
May 04, 2023

Caminar por estas lecturas me inquieta y dan, cada vez más, deseos de desconocerse.

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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