Que quede claro: ¡el Teatro Invisible es teatro! Cada pieza debe tener un texto escrito, que servirá de base para la parte llamada foro. Ese texto se modificará inevitablemente según las circunstancias para adaptarse a las intervenciones de los espectadores.
El tema elegido debe ser atractivo, de interés para los futuros espectadores. A partir de ese tema, se estructura una pequeña pieza. Los actores deben interpretar a sus personajes como si estuviesen en un teatro tradicional representando para espect-actores tradicionales. No obstante, cuando el espectáculo esté listo, se representará en un lugar que no es un teatro y para espectadores que no saben que son espectadores. Para esa experiencia europea (en 1976 y 1977), hicimos espectáculos en el metro de París, en los ferrys, en los restaurantes y calles de Estocolmo, y hasta en el escenario de un teatro donde yo daba una conferencia.
Repito una vez más: en el Teatro Invisible, los actores deben interpretar como verdaderos actores, siguiendo al máximo el método de Stanislavski.
Ejemplos
1. Abuso sexual
Ese espectáculo invisible se montó tres veces en el metro de París, en el trayecto Vincennes-Neuilly, en julio de 1976, cuando dirigí mi primer taller de Teatro del Oprimido en Francia, para actores del complejo de teatros de la Cartoucherie de Vincennes. El teatro elegido era siempre el último vagón antes del de primera clase (posteriormente suprimida por el gobierno socialista, en 1981), en la parte central del tren.
1°acción
El grupo (menos dos actores) subió en la primera estación. La representación como tal comenzaba a partir de la segunda estación: dos actrices, de pie, quedaron cerca de la puerta central. Una tercera actriz, la víctima, se sentó al lado del actor tunecino, en un asiento cercano a la puerta. Un poco más atrás se quedó la madre con su hijo, ambos actores. Había otros actores dispersos por el vagón. En las dos primeras estaciones, todo transcurriría normalmente. Los actores leían el periódico o entablaban conversación con los pasajeros, etc.
2°acción
En la tercera estación entró el actor que hacía de agresor, el cual debía sentarse junto a la víctima, o quedarse de pie a su lado en caso de no haber asiento libre. Pasado un rato, comenzó a apoyar su pierna en la de la muchacha, quien protestó inmediatamente. El agresor alegó que había sido sin querer, que no había pasado nada. Nadie tomó partido por la víctima. Un poco más tarde, el agresor atacó de nuevo: además de apoyar la pierna, pasó ostensiblemente su mano por el muslo de la víctima. Ella reaccionó indignada, pero nadie la defendió. Entonces decidió quedarse de pie. El tunecino aprovechó la oportunidad para defender... al agresor, argumentando que las mujeres protestan por cualquier cosa y ven agresiones sexuales en cualquier incidente trivial. Las dos actrices solamente observaban, silenciosas, con expresión desolada. Concluyó así la segunda acción.
3°acción
En la quinta estación entró otro actor, el agredido; un actor realmente muy guapo o, por lo menos, el más guapo que conseguimos en nuestro elenco. Bastó que entrase para que las dos actrices que estaban cerca de la puerta, una feminista y su amiga, hablasen en voz alta sobre la belleza del muchacho. Un rato después, la feminista fue hasta el agredido y le preguntó la hora; él respondió. Ella preguntó en qué estación bajaría y él protestó:
-¿Te conozco de algo? ¿Te pregunto acaso yo a ti en qué estación vas a bajar? ¿Qué quieres?
-Si me lo hubieses preguntado, habría respondido: voy a bajar en République y, si quieres bajar conmigo, podremos pasar un buen rato juntos.
Mientras hablaba, acariciaba al muchacho, bajo la mirada sorprendida de los otros pasajeros, que apenas podían creer una escena tan insólita. El muchacho intentaba escabullirse, pero ella se lo impedía:
-Eres muy guapo, ¿sabes? Y tengo unas ganas locas de darte un beso.
El agredido intentaba escapar, pero estaba preso entre la feminista y su amiga, que también reclamaba el derecho a besarlo. Esta vez, los pasajeros tomaron partido... contra las mujeres.
Por entonces muchos pasajeros estaban interviniendo directamente en la acción. El agresor de la primera escena asumió la defensa del agredido. La víctima se puso del lado de las feministas, alegando que, si no la habían defendido unos minutos antes, no había razón ahora para defender al agredido. Si un hombre tiene derecho a asediar a una mujer, ella también lo tiene a meterle mano a un hombre si éste la atrae de alguna forma.
4°acción
La víctima, la feminista y su amiga decidieron atacar juntas al primer agresor, que huyó, perseguido por ellas con la amenaza de quitarle los pantalones. Los otros actores siguieron en el vagón para escuchar lo que decían los pasajeros y también para orientar un poco la conversación sobre la estupidez del abuso sexual en el metro de París o en donde fuere.
Para asegurarse de que todo el vagón era consciente de lo que pasaba, la madre preguntó a su hijo qué había ocurrido. El muchacho, que actuaba como testigo de la escena, contó en voz alta todo lo que había visto (de modo que los demás pasajeros pudiesen oírlo). Funcionó como una especie de locutor deportivo, dando detalles que los pasajeros no habían podido ver bien.
En el transcurso de las escenas, hubo episodios muy curiosos, como el de la señora que exclamó:
-¡Ella lleva razón, ese muchacho es guapísimo y nosotras deberíamos tener también ese derecho!
O el de un señor que defendió con vehemencia el derecho masculino:
-¡Es una ley de la naturaleza! Si ante una mujer guapa un hombre no reacciona es que algo falla...
Para él, el asedio masculino era eso: una ley de la naturaleza, pero el mismo gesto en una mujer no sería natural sino una aberración. Peor aún, otro hombre añadió que si una mujer es agredida sexualmente algo habrá hecho ella: ¡la culpa es siempre de la mujer, que es quien siempre provoca! Uno de los hombres que defendían esa extraña teoría iba acompañado precisamente de su mujer. El tunecino no perdió el tiempo:
-¿Opináis entonces que los hombres tienen derecho a meterles mano a las mujeres en el metro?
-Sí, eso creo. ¡Ellas provocan! -respondió el hombre.
-Discúlpeme entonces: exactamente era eso lo que pensaba hacerle a su mujer -e hizo ademán de acariciarla. Poco faltó para que se armase la gresca. El tunecino tuvo que disculparse y bajar antes de la estación prevista.
En una de esas representaciones, el escándalo fue tan grande que el metro se detuvo en la siguiente estación y los pasajeros bajaron y fueron a ver qué ocurría. Sin embargo, los protagonistas (el agresor, la víctima, la feminista y su amiga) se quedaron acorralados en un rincón de la estación. No estaban preparados para ese incidente, esa prolongación del espectáculo, porque sólo tenían un texto escrito para el tiempo exacto entre las dos estaciones. Eso hizo que improvisasen unos cinco minutos, sin ningún plan preconcebido, y con los espect-actores/pasajeros exigiendo que la víctima se adelantase y le quitase la ropa al agresor.
En esa escena, el tema de la pieza estaba bien claro: ni hombres ni mujeres tienen derecho a agredir a nadie. Sin embargo, para que esa pieza tenga una dimensión política, ¡es necesario, como ya he dicho, que cincuenta grupos la interpreten ciento cincuenta veces el mismo día en la misma ciudad! En esas condiciones, puede ser que los abusos de esa naturaleza se acaben o, al menos, disminuyan, o que los agresores teman la posibilidad de transformarse ellos también en víctimas.
Fuente: Augusto Boal / Juegos para actores y no actores - 1a ed. revisada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Interzona Editora, 2015. Fragmento (1977-1979)
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