Dentro, fuera. Lleno, vacío. Seguro, tóxico. Masculino, femenino. Blanco, negro. Nacional, extranjero. Cultura, naturaleza. Humano, animal. Centro, periferia. Aquí, allí. Analógico, digital, Vivo, muerto. La verdad se ha salido de los goznes. Lo verdadero, como decía el masculinista Guy Debord refiriéndose sin duda también a sus propias teorías, es un momento de lo falso. El 31 de diciembre China informa a la OMS de que existen casos de neumonía grave de origen desconocido en la ciudad de Wuhan. Pocas horas después el mundo entero empezaba a celebrar la llegada de 2020. La amenaza parecía estar circunscrita al ámbito local.
No se sabe de dónde vino el virus. En Wuhan dicen que lo trajo un alemán. En Estados Unidos que China lo envió para acabar con la hegemonía de la economía americana. Se dijo que se trataba de una zoonosis, de una migración viral que se produce cuando un animal salvaje entra en contacto con la cultura humana. Se habló del Instituto de Virología de Wuhan. Se dijo que podría tratarse de un error de manipulación de un virus.
Poco a poco, durante 2021, todas las sospechas se dirigen al Instituto de Virología de Wuhan, el primero en el mundo en poseer un «laboratorio P4», o de «bioseguridad 4» (es decir, un laboratorio susceptible de trabajar con los llamados «patógenos de nivel 4»), pero la OMS evita levantar una acusación contra el instituto, puesto que supondría inmediatamente entrar en un conflicto diplomático con China. Los patógenos son clasificados en una escala creciente del 1 al 4 según su peligrosidad, su porcentaje de mortalidad y su potencial de infección, así como por otros criterios como la ausencia de un tratamiento médico eficaz o de una vacuna. Pero el Instituto de Virología de Wuhan alardea de que ese número 4 no hace referencia a la peligrosidad del patógeno, sino también a las medidas de seguridad necesarias para manipular dichos organismos, gérmenes, virus o segmentos de ADN.
Un laboratorio P4 podría ser para el capitalismo cibernético y viral lo que el hospital fue para el capitalismo disciplinario y bacteriano, el espacio paradigmático que define las condiciones del control farmacopornográfico: se trata de un recinto de seguridad (o más bien, cabria decir, de inseguridad) máxima, un espacio totalmente estanco constituido por módulos impermeables protegidos por puertas herméticas y dispositivos anaeróbicos antiincendios -si llegara a declararse un incendio, se inyectarían automáticamente en el laboratorio gases inertes que neutralizan el oxigeno e impedirían la propagación del fuego-. Porque aquí el peligro no viene de fuera, esta dentro: se trata de los virus que se producen y se manipulan en ese mismo espacio. Las condiciones de seguridad de un laboratorio P4 son tan extremas que resulta incluso difícil imaginar que sean compatibles con el desarrollo de lo que hasta ahora entendíamos por vida humana: los trabajadores utilizan «equipos de protección que incluyen una cobertura externa resistente a fluidos, varias capas de guantes y un respirador para la cara de presión positiva: esta conectado a una fuente que lanza el aire para que pase por un filtro que esta en nuestra cabeza, y ese aire es limpio y sale a alta presión. [El virus] solo sale de su frasco para trabajar con él dentro de la cabina. Si, por casualidad, alguien destapa un frasco fuera, hay que cerrar la unidad y entra un servicio de emergencia para descontaminar el área». 1
Una mirada rápida a la lista de laboratorios P4 del mundo según la Wikipedia conduce a conclusiones paranoicas y suscita interminables preguntas geopolíticas. En 2020 había 45 laboratorios P4 en todo el mundo: 6 en Estados Unidos, 4 en Alemania, 4 en Australia, 4 en Suiza, 3 en Rusia, 2 en el Reino Unido, 2 en Italia, 2 en 1 Hungría, 1 en Canadá, 1 en Suecia, 3 en la India, 1 en Corea del Sur, 2 en China (uno de ellos en Wuhan), 1 en Taiwan, 1 en Japón, 1 en Brasil, 1 en Bielorrusia, 1 en Argentina y 1 en Sudáfrica.
Nunca, desde la peste, aparecieron tantas hipótesis descabelladas sobre el origen del virus... que pudieran parecer tan probables. Se dijo que había recombinación del virus de la gripe aviar con el virus del sida. Se habló de la sopa de murciélago. Se habló de las escamas duras y de la mirada triste del pangolin. En Lombardía nunca han probado la sopa de murciélago ni han visto un pangolin, pero es el lugar donde proporcionalmente el virus ha sido más letal.
En París, la sopa neoliberal la hacen con las piezas desmontables de la industria del automóvil. El metabolismo del mercado mundial esta conectado. El mundo es un único mundo. La vida es una sola vida. La sopa es siempre la misma, solo que unos comen y otros no. Wuhan esta en todas partes.
Incandescencia del presente: la realidad se había vuelto un gigantesco depósito de basura (¿la Historia?) que arde. Ruinas discursivas quemadas.
Tensión extrema entre imposibilidad de actuar y agitación interior revolucionaria.
Fake news Fake days Fake revolts Fake change Fake freedom Fake tintes Fake love Fake family Fake me Fake lock down Fake opening Fake sickness Fake death Fake century Fake universe
Todo fake.
¿Es la pandemia un modo de paralizar los cuerpos frente a la toma violenta del poder de los regímenes tecnoautoritarios? ¿Funciona el covid como lo hizo la heroína en los años setenta, como un frenazo químico a las aspiraciones revolucionarias de los cuerpos destituidos?
Los discursos farmacológicos sobre el virus y las teorías (conspiracionistas o no) de los provacunas y los antivacunas comparten lenguajes, modalidades de discursos y estilos persuasivos. Racionalidad e incoherencia.
Transparencia y opacidad. Seguridad e inseguridad máximas.
La realidad se vuelve poco a poco una función de lo fake.
Esto no es nuevo: el animal humano vive en la ficción y se alimenta de ella.
Lo que ha cambiado son las técnicas de producción y distribución de ficciones compartidas.
Fake (old) news
Crecí y viví, y a veces vivo todavía, en una sociedad que afirmaba
Que los judíos se habían buscado su propia desgracia a fuerza de ambición
Que los africanos habían sido esclavizados porque carecían de cultura
Que los indígenas no fueron exterminados sino que se rindieron a cambio de alcohol
Que los gitanos robaban niños para hacer rituales satánicos
Que las lesbianas eran mujeres frígidas o predadoras con clítoris gigantes
Una sociedad que presentaba como preventivo el encierro institucional de personas consideradas como enfermas mentales
Una sociedad que llamaba «puta» a una mujer que se acostaba con un hombre antes de casarse
Y «muy hombre» al hombre que se acostaba con tantas mujeres como fuera posible antes de casarse
Una sociedad que llamaba «enfermos pedófilos» a los gays que practicaban sexo consentido
Y que llamaba «padres» a los pedófilos que abusaban de sus hijos, ya fueran estos biológicos o eclesiásticos Una sociedad donde la violencia de Estado era una práctica patriótica
Y donde negarse a ir al servicio militar era un delito
Una sociedad que consideraba psicópata o disfórica a una persona que quería cambiar de sexo
O que afirmaba no pertenecer a ninguno de los dos sexos del binario
Una sociedad en la que una mujer que decía haber sido violada era considerada como una calentona mentirosa Una sociedad en la que una mujer que afirmaba frente a un psicólogo haber sufrido abusos sexuales por parte de su padre tenia un complejo de Edipo
Una sociedad donde poner en cuestión el poder patriarcal del varón en el ámbito familiar era arriesgarse a ser excluido
Una sociedad en la que el migrante era visto como una amenaza para la identidad nacional y considerado como un criminal fugitivo indocumentado
Una sociedad en la que una mujer con velo era descrita como una mujer radicalizada o bajo la influencia de formas de coerción fanáticas
Una sociedad en la que una persona de confesión u origen musulmán era considerado como un potencial terrorista
Una sociedad en la que la monogamia en serie con interludios de infidelidad era la forma privilegiada de relación social y sexual
Una sociedad donde era normal que los pobres y los no blancos fueran obligados a abandonar a los hijos que los ricos y los blancos adoptaban
Una sociedad donde los que afirmaban que la pornografía era mala y asquerosa eran los mismos que la consumían
Una sociedad donde los que defendían la abolición de la prostitución eran los mismos que perseguían a las mujeres para forzarlas a hacer trabajo sexual gratuito
Una sociedad donde los sacerdotes sexualmente abusivos eran calificados como hombres honestos a los que se debía confiar la educación de les niñes desde la más tierna infancia
Una sociedad donde los animales se criaban y se sacrificaban en condiciones industriales
Una sociedad en la que comer animales muertos se consideraba saludable
Una sociedad donde era posible legitimar la destrucción ecológica en nombre del crecimiento económico
Una sociedad donde la energía nuclear era limpia
Donde el ejército era noble y donde papa
Y el Estado
por muy cabrones que fueran siempre tenían
Razón
Fake old news
Todo eso, hace unos treinta años, incluso hace solo tres años o tres meses o tres días o tres minutes en algunos contextos, no eran fake news: era la realidad.
Esa era la ficción política en la que crecimos, una ficción tan sólida y tangible como un muro.
«¿Qué es entonces la verdad?», nos preguntamos con Nietzsche. «Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes. Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.»2
Lo que se ha dado en llamar «fake news» son los viejos trozos de metal que ahora estamos empezando a identificar como monedas gastadas, mientras pactamos un nuevo troquelado, mientras acunamos otra ficción política que nos permita cambiar de realidad.
El historiador del Holocausto Timothy Snyder afirmaba recientemente en New York Times: «La posverdad es prefascismo, y Trump», decía, dirigiéndose a la sociedad norteamericana, «fue nuestro presidente posverdad.
Cuando renunciamos a la verdad, concedemos el poder a aquellos que tienen la riqueza y el carisma para crear el espectáculo en su lugar. Sin un acuerdo sobre algunos hechos básicos, los ciudadanos no pueden formar la sociedad civil que les permita defenderse. Si perdemos las instituciones que producen hechos relevantes para nosotros, tendemos a caer en abstracciones y ficciones atractivas. La posverdad instrumentaliza el Estado de derecho e invita a un régimen mítico.»3 Pero ¿cómo pedirle a la sociedad americana, la industria misma de la fabricación de ficciones coloniales, de leyendas capitalistas y de mitos audiovisuales y digitales (de Hollywood a Facebook), que se ponga ahora, de repente, del lado de la «verdad» cuando ha construido su hegemonía política y cultural a base de fabricar, hinchar y gestionar la ficción?
No estamos en una batalla épica entre la «ficción» y la «realidad», sino en medio de un turbulento cambio de régimen de verdad donde son los procedimientos mismos que sirven para establecer las diferencias entre lo verdadero y lo falso los que están siendo transformados. Un régimen de verdad, como nos enseñó Foucault, no es un sistema empírico (un conjunto contante y sonante de hechos), ni (como querrían los adeptos de las teorías de la conspiración) una gran teoría total subyacente a los hechos, sino la articulación precaria de una multiplicidad de discursos a través de una serie de «aparatos de verificación» (enunciados, textos, rituales, convenciones sociales, sistema de comunicación, instituciones, etc.), es decir, de mecanismos sociales ritualizados que permiten establecer la diferencia entre los enunciados verdaderos y falsos.4 De modo que un cambio de paradigma no es un ordenado paso desde una verdad a otra, o la elección entre una ridícula ficción y una verdad empírica, sino más bien un carnaval de ficciones que pugnan entre si para presentarse como las nuevas verdades. Entender este cambio de paradigma únicamente en termines de proliferación de «fake news» supondría ocultar los procesos de lucha de saberes menores, históricamente oprimidos, por adquirir un nuevo estatuto de verdad. Por ejemplo, por una parte, palabras que eran impronunciables emergen en la superficie del discurso (violación, incesto, violencia policial, violencia de Estado, racismo institucional, pedofilia...); por otra, esas mismas palabras, al hacerse públicas, transforman y construyen al sujeto que las enuncia (Indígena, negro, marrón, marica, lesbiana, discapacitado, enferme, trans, victima de incesto...), y que hasta ahora aparecía como cuerpo infradiscursivo o incluso sin lenguaje.
Para entender la mutación en curso resulta interesante examinar los cambios acontecidos durante la ruptura epistémica que tuvo lugar en el siglo XVII: el cambio de paradigma moderno se caracterizó, entre otras cosas, por el paso de aparatos de verificación de carácter religioso (la Biblia, el catecismo, la institución eclesiástica, la confesión, etc.) a otros de carácter científico avalados por un conjunto de instituciones (universidades, laboratorios, diagnósticos, evaluaciones, test), de poderes económicos (industrias, empresas coloniales y clases dominantes), políticos (gobiernos, nacientes estructuras de Estado-nación) y culturales (distribución de textos impresos, expropiación de objetos, arte, mapas, teatro, música, destrucción de lenguas y tradiciones, etc.).
La querella que dio lugar a la episteme moderna capitalista petrosexorracial no oponía las verdades de la ciencia a las ficciones del pensamiento mítico o religioso, sino que tomó la forma de una confrontación de diferentes relaciones sociales, diferentes acuerdos económicos o políticos, distintas prácticas culturales que implican discursos científicos, religiosos, literarios, musicales en una marmita en la que lo empírico y la ficción se construían mutuamente y no se podían separar. Todas las nociones científicas están construidas sobre un «andamiaje» (perdón por la metáfora) metafórico: Donna Haraway ha estudiado, por ejemplo, la prevalencia de las metáforas «cristal», «tejido» o «campo» en los discursos científicos organicistas del siglo XIX.5 La historiadora de la ciencia Londa Schiebinger ha diseccionado el uso de las metáforas «mamífero» o «sapiens» en el siglo XVIII para calificar nuestra especie.6 Aceptar que el saber es metafórico no es desautorizarlo, sino más bien al contrario, entender que está basado siempre en acuerdos sociales que implican relaciones de poder y que, en último término, definen, por decirlo con Jacques Derrida, quién es el soberano y quién es la bestia.7 No estoy argumentando aquí en favor de ninguna forma de relativismo cultural, sino de develar colectivamente las técnicas a través de las que los consensos sociales y políticos que construyen saber se producen. No se trata de elegir entre la verdad empírica y la ficción mentirosa, sino de elegir el mundo en el que algo se convierte en verdad y algo es declarado mentira.
Dicho de otro modo, la importancia de la consideración de la «diferencia racial», de la «diferencia sexual» o de la «superioridad de la especie humana» como nociones científicas y por tanto «verdaderas» a partir del siglo XVIII es que sirvieron para crear el mundo del capitalismo colonial, para legitimar la explotación ecológica y el orden sexual y racial heteropatriarcal durante los siglos XIX y XX. No solo fueron verdad en ese mundo, sino que el mundo que se construyó gracias a esas nociones solo podía funcionar si dichas nociones eran verdaderas. La transición a otro régimen de verdad, la sacudida de esos órdenes de enunciación y de verificación empírica, ya no es simplemente una posibilidad: ya está teniendo lugar.
En este contexto de mutación, «¿De qué abismo estamos hablando?», pregunta Franco Bifo Berardi a Timothy Snyder, y afirma que el problema no son las «creencias» en ciertos enunciados que son falsos («la Tierra es plana», por ejemplo), sino el mundo al que esas creencias dan coherencia: no se trata de que una parte de los norteamericanos «crean», como si fueran idiotas, en falsos enunciados, sino en entender por qué algunos enunciados pueden funcionar como contrafuertes que sujetan una estructura de la percepción colectiva que se viene abajo. «La crisis americana», afirma Bifo, «no ha sido generada por los efectos perversos de los medios de comunicación de masas.
Ha sido generada por las contradicciones que surgen del racismo del país más violento de todos los tiempos.»8 Dicho de otro modo, es la estabilidad de la forma de vida capitalista y petrosexorracial y alimentada con energías fósiles la que necesita y fabrica «falsos enunciados» que se afirman y se reiteran como muletas epistémicas para sujetar una arquitectura de poder. Renunciar a las fake news supone renunciar a los privilegios supremacistas heteropatriarcales y blancos, a la vida producida por las energías fósiles, de los que han disfrutado durante siglos. Una revolución epistemológica es, inevitablemente, un cambio de jerarquías de poder, una mutación del mundo compartido. Por eso ciertos estamentos sociales oponen violentas formas de resistencia a la destitución de sus privilegios. Por eso, un cambio de paradigma suele requerir una revolución política. Y viceversa.
De la insurrección de saberes sometidos al desplazamiento epistémico
En los años setenta, Michel Foucault denominó «insurrección de saberes sometidos»9 al cambio de la relación entre saber, poder y verdad que los movimientos sociales estaban propiciando. Los saberes que hasta entonces habían sido calificados como «incompetentes», «menores» o «jerárquicamente subalternos» se opusieron abiertamente a los antiguos bloques de saberes científico-técnicos. Los saberes de aquellos que hasta entonces habían sido considerados como objetos de la ciencia, del deseo patriarcal o de la economía de mercado (las mujeres, los enfermos mentales, les niñes, los cuerpos racializados, los homosexuales, los prisioneros, las personas trans, los proletarios industriales, agrícolas, sexuales, migrantes, etc.) empezaron a producir un saber sobre si mismos y sobre su propia historia de la opresión que se oponía a la verdad histórica dominante.
Un régimen de verdad no es una ideología o una entidad abstracta, sino una articulación específica entre cuerpos, saberes y poderes. Un régimen de verdad es una forma de vida. Un modo de extraer, consumir y distribuir energía.
Un cuerpo o varios cuerpos soberanos. Contra un conjunto de cuerpos subalternos. Un modo de reproducir la vida.
Una forma de entender la organización social. No hay régimen de verdad que no sea al mismo tiempo un régimen somatopolítico. Por eso, los saberes sometidos no emergen nunca en un campo de racionalidad sin una lucha que es al mismo tiempo política, lingüística y corporal.
La transformación de un régimen de verdad no solo provoca que aparezcan nuevos objetos de conocimiento haciendo que lo que era verdadero sea pensado como falso o viceversa, sino, y sobre todo, permite que aparezcan nuevas modalidades de subjetivación o nuevas formas de relación simbiótico- política. Y es aquí donde la ruptura está siendo más importante. No solo se está produciendo una insurrección de saberes sometidos, sino que ahora, con el desplazamiento del marco epistémico, la relación entre saber hegemónico y saber subalterno ha dejado de ser vertical.
Me Too, Me Too Inceste, Me Too Gay, Black Lives Matter, Black Trans Lives Matter... son algunas de las formas que ha tomado la insurrección discursiva en los últimos años. El levantamiento de los saberes subalternos implica un cambio de las posiciones de enunciación y una invención de nuevas técnicas de verificación. Una sacudida de las relaciones entre cuerpo, saber y poder. Estamos bailando encima de una montaña de viejas monedas. Los nombres de todas las cosas están cambiando: ¿a partir de qué momento una práctica lingüística o corporal se convierte en violación? ¿Qué significa consentir? ¿Es el incesto un tabú sobre el que reposa la filiación exogámica o se trata más bien de la forma más común de pedofiminalidad dentro de la propia familia heteropatriarcal? ¿Es la «mayoría sexual» una cuestión de edad? ¿Qué es ser hombre o ser mujer? ¿Qué significa afirmar que se es de género no binario? ¿Qué quiere decir ser blanco? Si la raza no existe como dato empírico, ¿qué es? ¿Cómo se construye la relación entre color de la piel y soberanía? ¿Es el pene un órgano masculino? ¿Es la penetración anal una práctica heterosexual, homosexual o ninguna de las dos? ¿Qué es una tradición nacional? ¿Dispensa la existencia de una frontera nacional del deber de auxilio a una persona en peligro de muerte? ¿Puede un país decretar que no acoge a aquellos refugiados o migrantes que están de facto sobre su suelo? ¿Qué quiere decir estar en el espectro autista? ¿Existe realmente la esquizofrenia? ¿Y el complejo de Edipo? ¿Es posible afirmar la libertad personal a través de una negativa a la vacunación? ¿Qué sustancias (o qué técnicas) deberían considerarse como drogas? ¿Cómo se mide el cambio climático? ¿Cuál es el límite sostenible de emisiones de carbono? ¿Puede un Estado o una multinacional, con objetivos económicos, llevar a cabo prácticas de extracción minera o de tala de árboles que impliquen la destrucción irreversible del medio ambiente? ¿Puede un argumento económico imponerse como ley por encima de la supervivencia de distintas formas de vida y ecosistemas? ¿Es posible seguir comiendo animales si se acuerda científicamente que están dotados de inteligencia sensorial y social? ¿Es preciso retirar los monumentos de los colonos o es necesario dejarlos en el espacio público como la traza de una historia compartida? ¿Deben las competiciones deportivas segmentarse en equipos masculinos y femeninos, y de acuerdo con qué criterios? ¿Es la pizza con tomate un plato originariamente italiano? La pregunta no es qué es verdad y qué es ficción. La pregunta es: ¿qué es posible afirmar? ¿Cómo se puede verificar una afirmación? ¿Cuáles son las consecuencias de una afirmación? ¿Quién puede hablar? Y, sobre todo, ¿en quién se convierte aquelle que habla al decir lo que dice?
Las nuevas luchas trans, feministas y antirracistas son batallas epistémicas, esfuerzos por modificar las relaciones históricas entre cuerpo (masculino, femenino, no binario, blanco, racializado, migrante, nacional, infantil, adulto, paternal, filial, patronal, obrero, etc.), saber (religioso, científico, oral, digital, etc.) y poder (parlamentario, legal, institucional, sexual, territorial, de soberanía corporal, etc.). Pero la complejidad de la situación presente reside en que el cambio de paradigma que está teniendo lugar implica también una rearticulación de los saberes hegemónicos, con múltiples e inesperados desplazamientos y reapropiaciones. Los partidarios de la ideología heteroblanca supremacista y de las teorías de la conspiración hacen también valer saberes desautorizados, narraciones anticientíficas y relatos locales para restaurar formas arcaicas de soberanía petrosexorracial. Esa es la complejidad en la que estamos implicados, la maraña epistémica (ésta es «la mierda» que nos rodea, por decirlo con los términos de Virginie Despentes) que no puede ser superada simplemente por una oposición binaria o una inversión de poder.
Es preciso abrirse a la mutación de las tecnologías de la conciencia.
Mientras tanto, ya no hay grandes narrativas, sino fragmentos de historia, enunciados cercenados, relatos hechos pedazos, ritos recodificados y formas de autoridad teatralizadas. Eso no implica una negación de la ontología: al contrario. Se trata de aceptar que la ontología es inseparable de las relaciones de poder y las formas de subjetivación.
Una guerra epistémica no es la confrontación de una teoría sólida y una hueste de metáforas en movimiento. Una guerra epistémica es una batalla entre distintas formas de vida metafóricas.
1 Manuel Jabots, «El minute cero de un mal bicho que cambio nuestras vidas», El País, 26 de abril de 2020.
2 Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Trad de Luis M. Valdés y Teresa Orduna, Tecnos, Madrid, 1996, p. 25.
3 Timothy Snyder, «The American Abyss». The New York Times Magazine, 9 de enero de 2021.
4 Michel Foucault. Discours et vérité, précédé de Ixt parrésia, ed. de Henri-Paul Fruchaud y Danièle Lurenzini. prólogo de Frédéric Gros, Vrin. París. 2016 |trad. esp.; Discurso y verdad. trad. de Edgardo Castro y Horacio Pons. Clave Intelectual. Madrid. 2022].
5 Donna Haraway, Crystals, Fabrics, and Fields. Metaphors of Organicism in Twentieth Century Developmental Biology, Yale University Press, New Haven y Londres. 1976.
6 Ixinda Schichinger, Nature s Rody: (ienderm the Making of Modem Science, Beacon Press. Nueva York, 1993.
7 Jacques Derrida. La bestia y el soberano. Seminario (2001-2002), trad. de Cristina de Peretti y Dalmiro Rocha, Manantial, Buenos Aires, 2010.
8 Franco Bifo Berardi, «What Abyss Are WcTTalking About». E-Flux, 13 de enero de 2021.
9 Michel Foucault, curso del 7 de enero de 1976: Dits et Écrits. tomo III, texto 191.
Fuente: Dysphoria mundis. Editorial Anagrama (2022).