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Un movimiento feminista (selección) / Sara Ahmed

Foto del escritor: Revista AdynataRevista Adynata

El feminismo es un movimiento en muchos sentidos. Algo nos mueve a hacernos feministas. Puede ser un sentido de la injusticia, de que algo no está bien, como exploro en el capítulo 1. Un movimiento feminista es un movimiento político colectivo. Muchos feminismos significa muchos movimientos. Un colectivo es aquello que no permanece quieto sino que crea y es creado por el movimiento. Imagino la acción feminista como ondas en el agua: una pequeña ola, posiblemente creada por la agitación del clima, aquí y allá, cada movimiento haciendo posible otro, otra onda, hacia afuera, creciendo. Feminismo: el dinamismo de crear conexiones. Y así y todo a un movimiento hay que construirlo. Para pertenecer a un movimiento debemos hallar puntos de encuentro. Un movimiento es también un refugio. Nos reunimos; tenemos una convención. Un movimiento viene a existir para transformar lo que hay. Un movimiento necesita suceder en algún lugar. Un movimiento no es meramente o solamente un movimiento; hay algo que necesita permanecer quieto, que le sea dado un espacio, si algo nos mueve a transformar lo que existe.

Podemos decir que un movimiento tiene fuerza cuando presenciamos un momento de impulso: más personas se reúnen en las calles, más personas firman cartas de

protesta, más personas usan un nombre para identificarse. Creo que en los últimos años hemos sido testigos del fortalecimiento gradual de un impulso en torno al feminismo: en las protestas globales contra la violencia contra las mujeres, en el número creciente de libros sobre feminismo que devienen populares, en la alta visibilidad del activismo feminista en redes sociales, en cómo la palabra feminismo puede prender fuego el escenario en los shows de artistas y celebridades como Beyoncé. Como docente, he sido testigo presencial de este fortalecimiento: cada vez

son más las estudiantes que quieren identificarse como feministas, que demandan que demos más cursos sobre feminismo. Los eventos que organizamos sobre feminismo tienen una popularidad asombrosa, en especial aquellos que tratan sobre feminismo queer y transfeminismo. El feminismo convoca.

No toda presencia feminista puede detectarse con tanta facilidad. Un movimiento feminista no siempre se manifiesta en público. Un movimiento feminista puede

suceder en el momento en que una mujer explota porque ya no puede más (ver capítulo 8), en ese instante en el que ya no puede soportar la violencia que satura su mundo, un mundo. Un movimiento feminista puede producirse cuando se amplían las conexiones entre aquellas personas que reconocen algo –las relaciones de poder, la violencia de género, el género como violencia– como eso a lo que se oponen, incluso si se valen de palabras diversas para nombrarlo. Si pensamos en el lema del feminismo de la segunda ola, “lo personal es político”, podemos pensar que el feminismo sucede justamente en los espacios que han sido históricamente etiquetados como no políticos. En los acuerdos domésticos, en el hogar, cada habitación de la casa puede convertirse en una habitación feminista, en quién hace qué dónde; lo mismo puede ocurrir en la calle, en el parlamento, en la universidad. El feminismo está donde sea que tenga que estar. El feminismo tiene que estar en todas partes. El feminismo tiene que estar en todas partes porque el feminismo no está en todas partes. ¿Dónde está el feminismo?

Es una buena pregunta. Podemos agregar: ¿dónde nos encontramos el feminismo, o dónde nos encontró el feminismo? Formulo este interrogante como una cuestión vital en la primera parte de este libro. Una historia siempre empieza antes de poder ser contada. ¿Cuándo fue que feminismo se convirtió en una palabra que no solamente

nos hablaba a nosotras –a cada una de nosotras–, sino que

también nos hablaba de nosotras? ¿Que te hablaba de tu existencia, que te hacía existir? ¿Cuándo fue que el sonido de la palabra feminismo se convirtió en tu sonido? ¿Qué significó, que es lo que produce aferrarse al feminismo, pelear en su nombre, sentir en sus altibajos, en sus idas y venidas, tus altibajos, tus idas y venidas?

Cuando en este libro pienso en mi vida feminista pregunto “¿de dónde?” pero también “¿de quién?”. ¿De quién saqué el feminismo? Siempre recordaré una conversación

que tuve cuando era joven a finales de la década de 1980. Fue una charla con mi tía Gulzar Bano. Pienso en ella como una de mis primeras maestras feministas. Yo le había pasado algunos de mis poemas. En uno de ellos había usado el pronombre él. “¿Por qué usas él –me preguntó con dulzura– cuando podrías haber usado ella?” La pregunta, formulada con tanta calidez y amabilidad, me provocó mucho pesar y mucha tristeza, cuando me di cuenta de que las palabras y los mundos que hasta entonces había imaginado abiertos para mí no lo estaban en lo absoluto.

Él no incluye a ella. La lección deviene instrucción. Para dejar mi marca, tenía que desalojar a ese él. Convertirse en ella es convertirse en parte del movimiento feminista. Una feminista se convierte en ella, incluso si ya la habían designado como ella, cuando escucha en esa palabra un rechazo de él, un rechazo a la inclusión que él promete. Una feminista toma esa palabra, ella, y la hace suya. Empecé a darme cuenta de algo que ya sabía: que la lógica patriarcal va a fondo, al hueso. Tenía que encontrar maneras de no reproducir su gramática en lo que yo decía, en lo que escribía; en lo que yo hacía, pero también en lo que yo era. Es importante el hecho de que haya aprendido esta lección feminista de mi tía en Lahore, Pakistán; una mujer musulmana, una musulmana feminista, una feminista marrón [brown feminist]. Podría suponerse que el feminismo es algo que Occidente le da a Oriente. Ese supuesto viaja; cuenta una historia feminista en una dirección determinada, una historia que se ha contado muchas veces: una historia de cómo el feminismo se vuelve útil como regalo imperial. Esa no es mi historia. Necesitamos contar otras historias feministas. El feminismo viajó hacia mí, que crecí en Occidente, desde Oriente. Mis tías pakistaníes me enseñaron que mi mente me pertenece (que es

lo mismo que decir que no le pertenece a nadie más); me enseñaron a hablar por mí misma; a denunciar la violencia y la injusticia.

Dónde encontramos al feminismo importa; de quién nos viene el feminismo importa.

El feminismo en cuanto movimiento colectivo está hecho de eso que nos mueve a hacernos feministas en el diálogo con otras personas. Un movimiento requiere que nos movamos. Exploro esta necesidad pasando revista a la cuestión de la conciencia feminista en la parte I de este libro. Pensemos por qué los movimientos feministas siguen siendo necesarios. Quiero tomar aquí la definición de bell hooks del feminismo como “el movimiento para terminar con el sexismo, la explotación sexual y la opresión sexual”[i].  Podemos aprender muchísimo de esta definición. El feminismo es necesario por todo aquello que no ha terminado: el sexismo, la explotación sexual y la opresión sexual. Y para hooks, “el sexismo, la explotación sexual y la opresión” no pueden separarse del racismo, del modo en que el presente está atravesado por las historias coloniales –incluyendo a la esclavitud–, que son centrales para la explotación del trabajo bajo el capitalismo. La interseccionalidad es un punto de partida, el punto desde el que debemos empezar si queremos ofrecer una descripción de cómo funciona el poder. El feminismo será interseccional “o será una mierda”, para recurrir a la elocuencia de Flavia Dzodan[ii]. 4 A esta clase de feminismo me refiero a lo largo de este libro (a menos que indique lo contrario, aludiendo específicamente al feminismo blanco).

Un paso importante para un movimiento feminista es reconocer lo que no se ha terminado. Y dar este paso es muy difícil. Es un paso lento y doloroso. Puede que pensemos que hemos dado este paso, solo para descubrir que tenemos que hacerlo de nuevo. Quizás incluso hayas caído en una fantasía de igualdad: que las mujeres ahora sí pueden conseguir la igualdad, o incluso que ya la tienen, o que la tendrían si solo se esforzaran lo suficiente; que las mujeres individuales pueden acabar con el sexismo y con otras barreras (que podríamos describir como un techo de cristal o una pared de ladrillos) valiéndose solamente de su esfuerzo, persistencia o voluntad. Ponemos tanto peso sobre nuestros propios cuerpos. Podría llamarse a esto una fantasía posfeminista: que una mujer individual pueda acabar con eso que bloquea el avance de su movimiento; o que el feminismo haya terminado con “el sexismo, la explotación sexual o la opresión sexual”, como si el feminismo hubiera llegado a un punto de éxito tal que hace innecesaria su existencia[iii] o que estos fenómenos son ellos mismos parte de una fantasía feminista, un apego a algo que nunca existió o no existe más. Podríamos también pensar en la idea de post-raza como una fantasía a través de la cual el racismo sigue operando: como si el racismo quedara atrás porque ya no creemos en la raza, o como si el racismo pudiera quedar atrás si dejáramos de creer en la raza. Se supone que quienes venimos a encarnar la diversidad para las instituciones podemos, con nuestra sola presencia, terminar con la blanquitud para siempre (ver el cap. 6). Cuando una se hace feminista, hay algo que descubre inmediatamente: algunas personas no reconocen la existencia de eso con lo que se quiere terminar. Este libro investiga este descubrimiento. Gran parte del trabajo del feminismo y del antirracismo consiste en intentar convencer a otras personas de que el sexismo y el racismo no han terminado; de que el sexismo y el racismo son pilares fundamentales de las injusticias del capitalismo tardío; de que importan. El simple hecho de hablar de sexismo y racismo aquí y ahora implica rechazar un desplazamiento; es rehusarse a plegar tu discurso al posfeminismo o a la post-raza, lo que te exigiría el uso del tiempo pretérito(en aquella época) o la referencia a un lugar ajeno (allá lejos)[iv].  El solo hecho de describir algo como sexista y racista aquí y ahora puede meterte en problemas. Al señalar las estructuras, te dicen que todo está en tu cabeza. Lo que describimos como algo material se desprecia como algo mental. Pienso que estos desprecios nos enseñan algo sobre la materialidad, como intentaré mostrar en la parte II de este libro, que trata acerca del trabajo de diversidad. Y pensemos también en lo que se nos exige: el trabajo político imprescindible de tener que insistir en que eso que estamos describiendo no se trata solamente de lo que nosotras sentimos o pensamos. Un movimiento feminista depende de nuestra capacidad de seguir insistiendo en algo: la existencia persistente de esas mismas cosas con las que queremos terminar. Lo que describo en este libro es el trabajo de esa insistencia. Aprendemos de ser feministas.

Un movimiento feminista requiere entonces que adoptemos tendencias feministas, una disposición a seguir a pesar de o incluso a causa de todo aquello con lo que chocamos. Podemos pensar este proceso como un ejercicio de feminismo práctico. Si tendemos hacia el mundo de una forma feminista, si repetimos ese movimiento una y otra vez, adquirimos tendencias feministas. La esperanza feminista es la imposibilidad de eliminar este potencial de adquisición. Y sin embargo, una vez que te hiciste feminista, puede sentirse como si lo hubieras sido siempre.

¿Es posible que lo hayas sido siempre? ¿Es posible que hayas sido feminista desde el principio? Quizá te parece que siempre tuviste esa inclinación. Quizá tenías esa tendencia hacia el feminismo porque ya te inclinabas a ser una chica rebelde o incluso voluntariosa, una chica que no aceptaba el lugar que le habían asignado. O tal vez el feminismo es una forma de empezar de nuevo: de manera que tu historia, en cierto modo, empieza con el feminismo.

Un movimiento feminista está hecho de muchos momentos de empezar de nuevo. Y esta es una de mis preocupaciones centrales: en qué medida la adquisición de una

tendencia feminista a devenir ese tipo de chica o de mujer –el tipo incorrecto, o el tipo malo, el tipo de mujer que dice lo que piensa, que pone su firma, que levanta su brazo en señal de protesta– es necesaria para un movimiento feminista. Las luchas individuales son importantes; un movimiento colectivo las necesita. Pero por supuesto, el hecho de que seamos chicas incorrectas no implica necesariamente que estemos siempre en lo correcto. Muchas injusticias pueden ser y han sido perpetradas por aquellas que se autoperciben como las incorrectas –sea que se vean a sí mismas como mujeres incorrectas o como feministas incorrectas–. No hay ninguna garantía de que en la lucha por la injusticia nosotras mismas seremos justas.

Tenemos que dudar, atemperar con la duda la fuerza de nuestras tendencias; vacilar cuando estamos seguras, o incluso porque estamos seguras. Un movimiento feminista que procede con excesiva seguridad ya nos ha costado demasiado caro. Exploro la necesidad de dudar de nuestras convicciones en la parte III. Si a lo que aspiramos es a la construcción de una tendencia feminista, esa tendencia no nos provee un terreno estable.

(…)

CONSTRUYENDO MUNDOS FEMINISTAS

Quiero decir esto de una vez: disfruto y valoro gran parte del trabajo que se enseña y se lee como teoría crítica. Tuve mis razones para comenzar allí, y las explico en el capítulo 1. Sin embargo, todavía recuerdo leer en mi segundo año de doctorado textos de feministas negras y feministas racializadas, incluyendo a Audre Lorde, bell hooks y Gloria Anzaldúa. Nunca antes las había leído. Sus trabajos me sacudieron. Me encontré con una escritura en la que una experiencia corporizada del poder constituía la base del conocimiento. Era una escritura impulsada por la cotidianeidad: el detalle de un encuentro, un incidente, un acontecimiento, que aparecía como una revelación rutilante.

Leer la obra de los feminismos negros y los feminismos racializados me cambió la vida: comencé a entender que la teoría se volvía más potente cuanto más se acercaba a la piel.

Entonces lo decidí: el trabajo teórico que yo quería hacer era el que estaba en contacto con el mundo. Incluso cuando escribí textos organizados en torno de la historia de las ideas, he intentado escribir desde mis propias experiencias: lo cotidiano como impulso. En la escritura de este libro quise quedarme más cerca que nunca de lo cotidiano. Este libro es personal. Lo personal es teórico. En general se supone que la teoría en sí misma es algo abstracto: algo es más teórico cuanto más abstracto es, cuanto más se abstrae respecto de la vida cotidiana. Abstraerse es alejarse, desapegarse, apartarse o desviarse. Quizá tengamos que arrastrar a la teoría de nuevo hacia aquí para traerla de vuelta a la vida.

Aunque mis trabajos anteriores incluían ejemplos de la vida cotidiana, también involucraban una cantidad sustancial de referencias a tradiciones intelectuales. No tengo dudas de que necesitaba a esas tradiciones para dar algunos pasos en mis argumentos: en La promesa de la felicidad necesitaba ubicar la figura de la feminista aguafiestas en el contexto de la historia de la felicidad para entender el sentido de su aparición. En mi libro Willful Subjects [Sujetos voluntariosos]  necesitaba ubicar la figura del sujeto voluntarioso en el contexto de la historia de la voluntad para entender, también, su sentido. Pero una vez que estas figuras aparecieron, me dieron otra puerta de entrada. Tomaron vida propia. O debería decir: mi escritura pudo recolectar estas figuras por la vida que ellas tenían. Estas figuras se transformaron rápidamente en la fuente de nuevas formas de conexión. Creé un nuevo blog organizado alrededor de ellas (feministkilljoys.com), en el que escribí en paralelo a este libro. Desde que empecé el blog, me han contactado muchas estudiantes –no solo de grado y posgrado, sino también de escuela secundaria–que me contaron sus propias experiencias como feministas aguafiestas y sujetos voluntariosos. He aprendido muchísimo de estos mensajes. En un sentido genuino, este libro sale de ellas. Este libro está dedicado a las estudiantes feministas. Está hecho para ustedes.

Hacerse feminista es seguir siendo estudiante. Esta es la razón: la feminista aguafiestas y el sujeto voluntarioso son figuras estudiosas. No es sorprendente que me hayan permitido comunicarme con personas que percibieron en estas figuras la explicación de algo (una dificultad, una situación, una tarea). Yo sigo intentando entender algo (una dificultad, una situación, una tarea), y este libro es producto de ese trabajo. Uno de los objetivos que me propongo en Vivir una vida feminista es liberar a estas figuras de las historias en las que se alojan. Trato de desentrañar lo que nos dicen para trabajar con eso. En algún sentido, entonces, con este libro estoy volviendo sobre los pasos de mi propio camino intelectual. Al revisar las condiciones en las que estas figuras llegaron, cómo surgieron ante mí y cómo se volvieron preocupantes estoy volviendo a transitar un terreno conocido. Un viaje intelectual es un viaje como cualquier otro. Cada paso hace posible el paso siguiente. En este libro retomo algunos de esos pasos. Espero, al rehacer este camino, que algunos de mis argumentos se vuelvan más accesibles: la teoría feminista es más accesible cuanto más cerca se mantiene de lo cotidiano. Cuando empecé a trabajar en este libro pensé que estaba escribiendo un texto feminista más masivo, incluso tal vez un libro comercial. Luego me di cuenta, no obstante, de que no estaba escribiendo esa clase de libro. Quería elaborar un argumento gradual, volver sobre algunos terrenos conocidos y tomarme mi tiempo. Y así y todo quería hacer una intervención que tuviera lugar en el feminismo académico. He sido una académica por más

de veinte años, y me siento relativamente en casa en el lenguaje académico de la teoría feminista. Soy consciente de que no todas las feministas se sienten en casa en la academia, y de que el lenguaje académico de la teoría feminista puede ser alienante. En este libro utilizo un lenguaje académico. Estoy trabajando en casa, de modo que el lenguaje académico es una de mis herramientas. Pero también me propongo mantener mis palabras lo más cerca del mundo que me sea posible, en un intento por mostrar que la teoría feminista es eso que hacemos cuando vivimos nuestras vidas como feministas.

Al transitar otra vez algunos pasos de este viaje no estoy haciendo el mismo viaje. Al permanecer más cerca de lo cotidiano, he encontrado cosas nuevas en el camino.

Debo agregar, no obstante, que esta cercanía con lo cotidiano no implica dejar de prestar atención a las palabras y a conceptos como felicidad y voluntad. Sigo escuchando en búsqueda de resonancias. Pienso en el feminismo como una forma de poesía: escuchamos historias en las palabras; reensamblamos historias al ponerlas en palabras.

Este libro también se trata de seguir la ruta de las palabras, como lo he hecho en otras ocasiones; torcer una palabra en una dirección y en otra, como un objeto que

con cada movimiento se muestra bajo una luz diferente; prestar atención a cómo se comporta la misma palabra en contextos distintos, permitiendo que estos contextos produzcan en las palabras pliegues o nuevos patrones, como texturas sobre el terreno. Formulo mis argumentos a partir de la escucha de resonancias; por eso, este libro involucra la repetición de palabras, en algunos casos una y otra vez.

La repetición es la escena de una instrucción feminista. Una instrucción feminista: si partimos de nuestras experiencias de devenir feministas no solamente podremos encontrar otra manera de generar ideas feministas, sino que también puede que generemos nuevas ideas sobre el feminismo. Las ideas feministas son eso que inventamos para entender lo que persiste. Tenemos que persistir en inventar ideas feministas, y persistimos gracias a eso. En esta idea ya hay una idea diferente sobre las ideas. Las ideas ya no aparecen como algo generado a partir de la distancia, una forma de abstraer una cosa de otra cosa, sino que surgen de nuestro involucramiento en un mundo que muy a menudo nos deja, francamente, apabulladas. Las ideas pueden ser el modo en que trabajamos con y sobre nuestras intuiciones, esas sensaciones de que algo anda mal o no del todo bien, que son parte de nuestra vida cotidiana y el punto de partida para muchísimo trabajo crítico.

Al intentar describir algo que es difícil, que se resiste a ser comprendido en su totalidad en el presente, generamos lo que yo llamo “conceptos sudorosos”. Utilicé esta expresión por primera vez en una ocasión en la que intentaba describir a mis estudiantes el tipo de trabajo intelectual que evidenciaba la producción de Audre Lorde. Quiero reconocer aquí mi deuda con ella. No puedo poner en palabras todo lo que le debo a Audre Lorde por el archivo extraordinario que nos dejó. Cuando leí a Lorde por primera vez sentí que alguien me lanzaba un salva- vidas. Las palabras, que emanaban de la descripción de su propia experiencia como mujer negra, madre, lesbiana, poeta, guerrera, me encontraron; yo estaba en un lugardistinto del de ella, y sin embargo me tocaron. Sus palabras me dieron el coraje para hacer de mi propia experiencia un recurso, mis experiencias como mujer marrón, lesbiana, hija; como escritora, me dieron el coraje para construir teoría a partir de la descripción del lugar que yo ocupaba en el mundo, para hacer teoría a partir de la

descripción de no ser incluida por un mundo.

 Un salvavidas: puede ser una cuerda frágil, gastada y deshilachada por la aspereza del clima, pero es suficiente, justo lo suficiente, para sostener tu peso, para sacarte de la situación en la que te encuentras, para ayudarte a sobrevivir a una experiencia devastadora. Un concepto sudoroso: otra forma de salirse de una experiencia devastadora. Al usar conceptos sudorosos para el trabajo descriptivo estoy tratando de decir al menos dos cosas. Primero, he sugerido antes que demasiadas veces el trabajo conceptual se entiende como algo distinto de describir una situación: pienso aquí en un a situación como algo que viene a demandar una respuesta. Una situación puede referirse a una combinación de circunstancias en un momento específico, pero también a una serie de circunstancias críticas, problemáticas o sorprendentes. Lauren Berlant describe una situación de esta manera: “Un estado de cosas en el que algo que tal vez importe en el futuro se está desarrollando en medio de la actividad usual de la vida”[v].  Si una situación es la forma en que las cosas nos enfrentan, entonces el modo en que pensamos las cosas también se desarrolla a partir de “la actividad usual de la vida”. Los conceptos suelen definirse como eso que inventan los académicos, en general a través de la contemplación y el retiro del mundo, como una manzana que te golpea en la cabeza, provocando una revelación desde una posición de exterioridad.

Esta tendencia de la academia a identificar los conceptos con aquello que ella misma provee al mundo se me hizo más evidente en un momento en que me encontraba trabajando en un proyecto empírico sobre diversidad, del que hablaré en la parte II de este libro. Yo misma tenía esta tendencia, y por eso pude reconocerla. En el proyecto entrevisté a las personas que trabajaban en la universidad como agentes de diversidad. Comprendí que, al trabajar para transformar las instituciones, generamos conocimiento sobre ellas. Los conceptos están siempre operando

en nuestra forma de trabajar, sea lo que sea que hagamos. Necesitamos dilucidar, a veces, cuáles son estos conceptos (en qué pensamos cuando hacemos, o qué hacer se constituye en un pensar), porque los conceptos pueden ser oscuros cuando funcionan como supuestos de trasfondo. Pero esa dilucidación no consiste, precisamente, en traer un concepto desde afuera (o desde arriba): los conceptos están en los mundos que habitamos.

Al utilizar la idea de conceptos sudorosos también intento mostrar que el trabajo descriptivo es trabajo conceptual. Un concepto es algo que viene del mundo, pero también es una reorientación hacia un mundo: una forma de cambiar las cosas de lugar, una perspectiva diferente sobre una misma cosa. Más específicamente, un concepto sudoroso es uno que proviene de una descripción de un cuerpo que no se siente como en casa en el mundo. Por descripción me refiero a un ángulo o a un punto de vista: una descripción de la sensación de no estar como en casa en el mundo, o una descripción del mundo desde el punto de vista de quien no se siente en casa en él. El sudor es corporal; sudamos más cuando hacemos actividades más

intensas y musculares. Un concepto sudoroso puede salir de una experiencia corporal que es extenuante. La tarea es quedarse con la dificultad, seguir explorando y exponiendo esta dificultad. Quizá no haga falta eliminar el esfuerzo o lo trabajoso de la escritura. No eliminar el esfuerzo o lo trabajoso deviene un objetivo académico porque nos han enseñado a emprolijar nuestros textos, a no revelar la lucha que nos implica llegar a alguna parte. Los conceptos sudorosos también se generan a partir de la experiencia práctica de enfrentarse a un mundo, o la experiencia práctica de intentar transformar un mundo.

A pesar de que he trabajado de esta manera, he notado

(en alguna medida porque gente que me lee me lo ha señalado) signos de cierta incapacidad de mi parte para admitir una dificultad: por ejemplo, cuando analizo algunas de mis propias experiencias de violencia y acoso sexual, uso una y otra vez el tú en lugar del yo, como si la segunda persona me permitiera algún tipo de distancia. Intenté poner el yo una vez que el texto estaba escrito, pero se sentía demasiado forzado, así que dejé el tú pero con la aclaración. Feminismo: puede ser un forzamiento. Ese forzamiento se hace visible en este texto como una tensión, a veces revelada como una confusión de pronombres y personas; una tensión entre contar mi propia historia de devenir feminista, ser una trabajadora de la diversidad, manejar aquello que te toca enfrentar y hacer reflexiones más generales sobre mundos. He intentado no eliminar esta tensión.

El feminismo está en juego en el modo en que generamos conocimiento; en cómo escribimos, en las personas a quienes citamos. Pienso en el feminismo como en una

obra en construcción: si nuestros textos son mundos, tienen que estar hechos de materiales feministas. La teoría feminista es construir mundos. Es por esto que debemos resistirnos a la postulación de la teoría feminista como simplemente o solamente una herramienta, en el sentido de algo que puede ser usado en la teoría, para luego ser descartado u olvidado. No debería ser posible hacer teoría feminista sin ser feminista, que es algo que requiere un compromiso activo y constante de vivir la propia vida de una manera feminista. Cuando era estudiante de teoría crítica, me encontré con este problema de cómo la teoría feminista puede terminar siendo nada más que feminismo en teoría. Conocí personas en la academia que escribían ensayos sobre teoría feminista pero no parecían actuar de manera feminista; que parecían tener como costumbre dar más apoyo a los estudiantes varones que a las mujeres, o que operaban generando divisiones entre las alumnas mujeres, separando a las que eran estudiantes más leales de las menos leales. Ser feminista en el trabajo consiste o debería consistir en desafiar el sexismo cotidiano y corriente, incluyendo el sexismo académico. Esto no es optativo: es lo que hace feminista al feminismo. Un proyecto feminista consiste en encontrar formas para que las mujeres puedan

existir en relación con otras mujeres; encontrar cómo las mujeres pueden relacionarse unas con otras. Es un proyecto porque todavía no hemos llegado a ese punto.

Cuando escribimos nuestros textos y vinculamos unas cosas con otras deberíamos hacernos las mismas preguntas que nos hacemos al vivir nuestras vidas. ¿Cómo desmantelar el mundo que está construido para hacer lugar solo a algunos cuerpos? El sexismo es uno de esos sistemas de exclusión e inclusión. El feminismo requiere que apoyemos a las mujeres en una lucha para existir en este mundo. ¿A qué me refiero con mujeres aquí? Estoy hablando de todas las personas que viven bajo la categoría mujeres. Ningún feminismo digno de ese nombre utilizaría la idea sexista de “mujeres nacidas mujeres” para delinear los límites de la comunidad feminista, para considerar a las mujeres trans “no mujeres” o “no nacidas mujeres” o varones[vi]. Nadie nace mujer; es una asignación (no solo un modo de designar, sino también una tarea o un imperativo, como analizo en la parte I del libro) que puede formarnos, hacernos y rompernos. Muchas mujeres que fueron asignadas como tales al nacer, recordemos, no son consideradas mujeres hechas y derechas o no son consideradas mujeres en absoluto, quizá por cómo se expresan o dejan de expresarse (o porque son demasiado buenas en los deportes, o porque no son suficientemente femeninas, o porque su forma corporal no es adecuada, o porque su conducta no es la correcta, o por no ser heterosexuales, o por no ser madres, y etc.). Una parte de la dificultad de la categoría de mujeres es la cuestión de lo que se desprende de habitar esa categoría y lo que se desprende de no habitarla por el cuerpo que una adquiere, los deseos que tiene, los caminos que sigue o deja de seguir.

 Ser reconocible como mujer puede conducir a que te traten con violencia; no ser reconocible como mujer, también. En un mundo en el que ser humano sigue identificándose con ser hombre, tenemos que pelear por las mujeres y como mujeres. Y para hacer eso necesitamos cuestionar también la instrumentalización del feminismo. Aunque el feminismo puede usarse como una herramienta que nos ayude a entender el mundo haciendo más filosas nuestras críticas, no es

algo que podemos utilizar y luego dejar. El feminismo va a donde sea que vayamos nosotras. Si no, no somos feministas.

De esta manera, ponemos en práctica el feminismo en el modo en que nos relacionamos con la academia. Cuando cursaba el doctorado, me decían que tenía que darle mi amor a este o aquel teórico varón, que tenía que seguirlo. No se daba como una orden explícita, sino que solía tomar la forma de una pregunta aparentemente amable pero cada vez más insistente: ¿es usted derrideana? No, entonces ¿es lacaniana? Ok, tampoco, ¿deleuziana? ¿No? ¿Entonces qué? Si no, ¿entonces qué? Tal vez mi respuesta debería haber sido: ¡si no, pues no! Nunca estuve dispuesta a aceptar esa restricción. Pero no aceptar esa restricción requirió la ayuda de otras feministas que me precedieron. Si bien es cierto que podemos crear nuestros propios caminos eligiendo los que nos negamos a tomar, seguimos necesitando a otras que vinieron antes. En este libro, adopto una política de citas estricta: no cito a ningún varón blanco. Por varones blancos me refiero a una institución, como explico en el capítulo 6. En cambio, cito a aquellas personas que han contribuido a la genealogía intelectual del feminismo y del antirracismo, incluyendo trabajos que han sido dejados de lado u olvidados (desde mi punto de vista) demasiado rápido, trabajos que trazan otros caminos, caminos que podemos llamar líneas de deseo, que se crearon a partir de desvíos de las rutas oficiales trazadas por las distintas disciplinas. Estos caminos pueden haberse vuelto más difusos de tanto que no fueron transitados; quizá nos tome trabajo encontrarlos; puede que tengamos que ser voluntariosas en el mantenimiento de esos caminos, negándonos a ir por aquellos que nos han indicado.

Mi política de citas me ha dado más espacio para ocuparme de las feministas que vinieron antes que yo. Citar es construir memoria feminista. Citando reconocemos nuestra deuda con las personas que vinieron antes; aquellas que nos ayudaron a encontrar nuestro camino cuando estaba oscuro, porque nos habíamos desviado de las rutas que nos habían dicho que debíamos seguir. En este libro, cito feministas racializadas que han contribuido al proyecto de nombrar y desmantelar las instituciones de la blanquitud patriarcal. Considero este libro ante todo como una contribución al activismo y a la producción académica del feminismo racializado; es en este corpus de trabajo donde me siento más en casa, donde encuentro energía y recursos.

Las citas pueden ser ladrillos feministas: son los materiales a través de los cuales, desde los cuales, creamos nuestros hogares. Mi política de citas ha permeado el tipo de casa que he construido. Me di cuenta de esto no solamente durante la escritura del libro, a través de lo que descubrí sobre lo que iba apareciendo, sino también dando conferencias. Como ya he dicho, en mis trabajos previos construí un edificio filosófico a partir de mi involucramiento con la historia de las ideas. No podemos fusionar la historia de las ideas con la de los hombres blancos, aunque si la una conduce a la otra eso nos enseña algo sobre dónde se supone que las ideas se originan. Seminal: se supone que las ideas emanan de los cuerpos masculinos.

Ahora pienso en este edificio filosófico como una estructura de madera sobre la cual se está construyendo una casa. En este libro no he construido una casa usando esa estructura. Y me he sentido mucho más expuesta. Quizá las citas sean como paja: materiales más livianos que, una vez reunidos, crean un refugio, sí, pero un refugio que te deja más vulnerable. Así me sentí escribiendo este libro y hablando sobre él: como si estuviera en el centro del viento, movida por él, poco más o poco menos, dependiendo de lo que me encontrara. Las palabras bailaron a mi alrededor; empecé a detectar cosas en las que no me había fijado antes. Comencé a preguntarme si en algún sentido no había construido, en el pasado, un edificio para crear una distancia. A veces necesitamos distancia para seguir un pensamiento. A veces necesitamos resignar la distancia para seguir a ese pensamiento.

En los capítulos que siguen, hago referencia a distintos tipos de materiales feministas que han sido mis compañeros en mi camino como feminista y como trabajadora de la diversidad: desde textos de filosofía feminista hasta la literatura y el cine feministas. Un texto compañero podría pensarse como una especie compañera, para tomar prestada la sugerente formulación de Donna Haraway[vii].

Un texto compañero es un texto cuya compañía te permitió abrirte paso en un camino menos transitado. Esos textos pueden despertar un momento de revelación en medio de una proximidad abrumadora; pueden compartir un sentimiento o darte recursos para entender algo que hasta entonces había estado más allá de tu comprensión.

Puede que los textos compañeros te hagan dudar o cuestionar la dirección en la que estás yendo, o pueden darte la sensación de que, si sigues por el camino que has tomado, no estás sola. Algunos de los textos que aparecen junto a mí en este libro han estado conmigo antes: La señora Dalloway de Virginia Woolf, El molino del Floss de George Eliot, Frutos de rubí de Rita Mae Brown y Ojos azules de Toni Morrison. No podría haber avanzado en el camino que tomé sin estos textos. Vivir una vida feminis ta es vivir muy bien acompañada. He puesto estos textos compañeros en mi kit de supervivencia aguafiestas. Te invito, como lectora feminista, a armar tu propio kit. ¿Qué incluirías en él? Los materiales que incluimos en nuestros kits podrían también llamarse clásicos feministas. Por clásicos feministas me refiero a libros feministas que han estado en circulación, que se han gastado de tanto pasarse de mano en mano. No me refiero a clásicos en el sentido de textos canónicos. Por supuesto, algunos textos se vuelven canónicos, y necesitamos cuestionar cómo sucede eso, cómo se hacen las selecciones; necesitamos preguntar qué o quiénes no sobreviven a estas selecciones. Pero los textos que nos llegan, los que hacen una conexión, no son necesariamente los que se enseñan en la academia o los que logran entrar en la edición oficial de clásicos. Muchos de los textos que conectan conmigo son textos que se suponen anticuados, que se considera que pertenecen a una época que ya no es la nuestra.

El concepto de clásicos feministas es para mí una manera de pensar en cómo los libros crean comunidades. Formé parte de un grupo de lectura de clásicos feministas organizado en el marco de los estudios de la mujer en la Universidad de Lancaster. Este grupo de lectura se convirtió en una de las mejores experiencias que tuve en mi vida intelectual feminista hasta ese momento. Me encantaba el trabajo de revisar materiales que hoy tenderían a ser pasados por alto, de encontrar en ellos abundantes recursos, conceptos y palabras. Prestar atención a los clásicos feministas es dar tiempo: afirmar que lo que está detrás de nosotras merece ser revisado, merece ser puesto delante de nosotras. Es una forma de hacer una pausa, de no apurarse, de no dejarse seducir por el zumbido de lo nuevo, un zumbido que puede terminar siendo lo único que escuchas, y bloquear la posibilidad de abrir nuestros oídos a lo que vino antes. La otra cosa que realmente disfrutaba en el grupo de lectura era la atención a los propios libros en cuanto objetos materiales. Todas teníamos ejemplares diferentes, algunos desvencijados y muy leídos, gastados y, por decirlo así, vividos. Se puede, creo, vivir en los libros: algunas feministas pueden incluso empezar sus vidas feministas viviendo en los libros. Participar en el grupo me hizo tomar conciencia de hasta qué punto la comunidad feminista se forma pasándonos libros unas a otras; la socialidad de las vidas de los libros es parte de la socialidad de nuestras vidas. Hay tantas maneras de que los libros feministas cambien de manos; pasando entre nosotras, nos transforman.

Hay muchas maneras de describir los materiales que reúno en este libro: textos compañeros y clásicos feministas son solo dos formas posibles. Los materiales son libros, sí, pero son también espacios de encuentro; cómo las cosas nos tocan, cómo tocamos las cosas. Pienso en el feminismo como un archivo frágil, un cuerpo armado a partir de destrozos, de salpicaduras, un archivo cuya fragilidad nos da una responsabilidad: la del cuidado.

Vivir una vida feminista se estructura en tres partes. En la parte I, “Hacerse feminista”, analizo el proceso de hacerse feminista, y la cuestión de cómo la conciencia de género es una conciencia del mundo que te permite volver a visitar lugares en los que estuviste, distanciarte de las normas de género y de la heteronorma como distanciar-te de la forma de tu vida. Parto de situaciones que viví cuando era más joven, explorando cómo estas experiencias individuales son modos de (afectivamente, voluntariamente) insertarse en una historia feminista colectiva.

En la parte II, “El trabajo de diversidad”, me concentro en el trabajo feminista como una forma de trabajo en el ámbito de la diversidad en las universidades, dado que son los lugares en los que me he desempeñado, así como en la vida cotidiana. Muestro cómo las cuestiones de conciencia y subjetividad planteadas en la primera parte de este libro, el trabajo necesario para tomar conciencia de lo que tien-de a replegarse, puede entenderse en términos de materialidad: los muros son los medios materiales que impiden que los mundos se encuentren, y mucho menos se registren. Exploro las experiencias de ser extranjera, de no sentirse en casa en un mundo que sí da residencia a otras personas. En la parte III, “Vivir las consecuencias”, investigo los costos y el potencial de aquello contra lo que nos enfrentamos, cómo pueden quebrarnos historias que son duras, pero también cómo nos vuelven creativas, cómo inventamos otras formas de ser cuando tenemos que luchar para ser. La historia de la creatividad, de los lazos hechos y forjados, de aquello hacia lo que vamos y aquello de lo que nos vamos, es una historia que necesitamos tener en mente; una historia feminista.

Es la experiencia práctica de enfrentarse contra un mundo lo que nos permite inventar nuevas ideas, ideas que no son dependientes de una mente que se ha replegado (porque un mundo ha habilitado ese repliegue), sino de un cuerpo que tiene que contorsionarse para hacerse un espacio. Y si nos pusiéramos todas en el mismo espacio, ¡cuánto conocimiento tendríamos! No es de extrañar que el feminismo dé miedo; juntas, somos peligrosas.


[i] bell hooks, Feminist Theory: From Margin to Centre, Londres, Pluto, 2000, p. 33

[ii] Flavia Dzodan, “My Feminism Will Be Intersectional or It Will Be Bull-shit!”, Tigerbeatdown, 10 de octubre 2011, disponible en tigerbeatdown.com.

[iii]  Ver Rosalind Gill, “Postfeminist Media Culture: Elements of a New Sensibility”, European Journal of Cultural Studies, vol. 10, nº 2, 2007, 147-66; y Angela McRobbie, The Aftermath of Feminism, Londres, Sage, 2009.

[iv] Hay mucho racismo implicado en la conversación sobre sexismo: el sexismo es visto muy a menudo como un problema de ciertas culturas (o un problema cultural) “allá lejos” más que “aquí”. Además, ese otro lugar suele verse también como atrasado en el tiempo.

[v] Lauren Berlant, “Thinking about Feeling Historical”, Emotion, Space and Society, vol. 1, nº 1, 2008, p. 5.

[vi] He tomado la decisión de no citar ninguna obra de las (autodenominadas) feministas radicales que están escribiendo contra el fenómeno que describen como “transgenerismo” (frecuentemente llamado feminismo radical trans excluyente, o TERF, por su sigla en inglés), porque encuentro este trabajo tan violento y reductivo que no he querido traerlo al corpus de mi propio texto. He notado leyendo discusiones en redes sociales que los mecanismos para excluir a las mujeres trans del feminismo son móviles (como los muros de los que hablo en la parte II). En algunos casos, he oído a personas referirse a “el ABC de la biología”, o a una base científica de las diferencias sexuales entre varones y mujeres, para afirmar que las mujeres trans no son biológicamente mujeres como argumento para justificar su exclusión. Quiero contestarles: “¿el ABC de la biología? Bueno, el patriarcado escribió ese manual”, y pasarles una copia de Woman Hating [Mujeres que odian] de Andrea Dworkin, un texto feminista radical que defiende el acceso de las personas transexuales a la cirugía y los tratamientos hormonales y cuestiona lo que Dworkin llama “la biología tradicional de la diferencia sexual” basada en “dos sexos biológicos separados” (Andrea Dworkin, Woman Hating, Nueva York, E.P. Dutton, 1972, pp. 181 y 186). En otras ocasiones, el trabajo transexcluyente se vale no ya de la biología, sino de la socialización: las mujeres trans no puede ser mujeres porque fueron socializadas como varones y se beneficiaron del privilegio

masculino. Aquí, es lo social y no lo biológico lo que se vuelve inmutable: como si la socialización fuera solo en una dirección, se vinculara solo con una categoría (género), y no fuera impugnada y disputada en la vida cotidiana dependiendo de cómo una persona pueda o no pueda encarnar esa categoría. El propio feminismo depende del fracaso de la socialización en criar sujetos que acaten voluntariamente las normas del género. Otro argumento típico es que el transgenerismo como conjunto de prácticas médicas se apoya en nociones esencialistas sobre el género porque corrige comportamientos que no se condicen con un género y obedece a un imperativo heterosexista. Por supuesto ya hay décadas de investigación por parte de teóricas transgénero que son críticas del modo en que el género y la heteronorma devienen un aparato de verdad al interior de las instituciones médicas. Estas autoras han mostrado que para acceder a la cirugía y a tratamientos hormonales los sujetos trans deben contar un relato que siga sosteniendo los guiones sobre género y sea entonces legible para las autoridades: desde “El imperio contraataca. Un manifiesto postransexual” de Sandy Stone (disponible en lasdisidentes.com) hasta las obras más recientes de Dean Spade (“Gender Mutilation”, en Susan Stryker (ed.), y Stephen Whittle (ed.), The Transgender Studies Reader, Londres, Routledge, 2006, pp. 315-332) y Riki Wilchins (Queer Theory, Gender Theory, Nueva York, Riverdale Avenue, 2014). Estos trabajos muestran cómo el hecho de que no te incluyan en un sistema de género (que demanda que te mantengas en una asignación realizada por las autoridades en tu nacimiento) puede provocar que te vuelvas una persona más observadora y reflexiva respecto de ese sistema (aunque es igualmente importante no esperar que las personas que no son incluidas en el sistema tengan que convertirse obligatoriamente en pioneras o trasgresoras de las normas). Creo que lo que está presente en el trabajo feminista antitrans es el deseo de excluir y patrullar las fronteras de las mujeres sobre la base de cualquier argumento (por eso el objetivo es un objetivo móvil). La vigilancia de la categoría mujeres es el canal por el cual un grupo específico de mujeres se ha asegurado el derecho de determinar quién pertenece al feminismo (la blanquitud ha sido otro mecanismo clave para vigilar el feminismo). El patrullaje de las fronteras de las mujeres nunca ha sido otra cosa que desastroso para el feminismo. Para una compilación útil sobre perspectivas transfeministas, ver Anne Enke (ed.), Transfeminist Perspectives: In and beyond Transgender and Gender Studies, Filadelfia,

Temple University Press, 2012. Mi último argumento es que el feminismo empieza con una premisa que es una promesa: no tenemos que vivir de acuerdo con las asignaciones hechas por otras personas.

[vii] . Donna Haraway, Manifiesto de las especies de compañía, Vitoria-Gasteiz, Sans Soleil, 2016. En la presente edición, la expresión companion species se traduce como “especie compañera” en lugar de “especie de compañía”. [N. de la T.]



Fuente: Selección de “Introducción. Traer la teoría feminista a casa”  en  Vivir una vida feminista. Sara Ahmed. Ediciones Bellatera. 2018.



Graciela Sacco A donde va la furia 2016 Heliografía sobre lienzo translúcido 287 x 221 cm
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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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