Ambas palabras, “men” [hombres] y “meat” [carne] han sufrido un estrechamiento lexicográfico [en inglés]. Originalmente términos genéricos, ahora están estrechamente asociados con sus referentes específicos. Meat ya no designa a “todos los alimentos”; la palabra man [hombre], como podemos observar, ya no incluye women [mujer]. La palabra meat representa la esencia de la parte principal de algo, de acuerdo con elAmerican Heritage Dictionary. Así pues, tenemos la “meat of the matter” [la chicha de la cuestión], “a meaty question” [una pregunta con chicha]. El acto “beef up” [En castellano existe la expresión “poner toda la carne en el asador”, “darle chicha”] a algo significa mejorar o reforzarlo. Lo vegetal, por el contrario, representa las características menos deseables: como un vegetal, como en pasividad o existencia apagada, monótono, inactivo. La carne, la chicha, es algo que uno disfruta o en lo que que destaca; vegetal se convierte en representante de algo que no disfruta nada: una persona que lleva una existencia monótona, pasiva o meramente física.
Un cambio completo se ha producido en la definición de la palabra “vegetable” [vegetal]. Mientras que su sentido original indicaba estar vivo, activo, ahora se ve como aburrido, monótono, pasivo. Vegetar es llevaruna existencia pasiva; igual que ser femenina es llevar una existencia pasiva. Una vez que los vegetales son vistos como alimento de mujeres, entonces por asociación son vistos como “femeninos”, pasivos.
La necesidad de los hombres de desvincularse de la comida de mujeres (como en el mito en el que el último Bosquimano huye en dirección opuesta a las mujeres y a su comida vegetal) ha sido institucionalizada en actitudes sexistas hacia los vegetales y el uso de la palabra vegetal para expresar crítica o desdén.
Coloquialmente, es un sinónimo para una persona con un daño cerebral grave o en estado de coma. Además, se cree que los vegetales tienen un efecto tranquilizador, embotante, adormecedor en las personas que los consumen, así que no hay forma de que consigamos fuerza de ellos. De acuerdo con esta perversa encarnación de la teoría de Brillat-Savarin de que eres lo que comes, comer vegetales es volverse un vegetal,y por extensión, volverse en algo parecido a una mujer.
Ejemplos de la Campaña Presidencial de 1988 en la que cada candidato fue menospreciado con la comparación con un vegetal ilustran este desdén patriarcal por los vegetales. Michael Dukakis fue llamado “el Candidato Plato Vegetal”. La empresa Northern Sun Merchandising ofrecía camisetas que preguntaban:
“George Bush: ¿Vegetal o mala hierba?”. Uno podía optar por una camiseta en la que aparecía una botella de ketchup y un dibujo de Ronald Reagan con este eslogan: “Pregunta de nutrición: ¿cuál es el vegetal?”
La palabra “vegetal” actúa como sinónimo de la pasividad de las mujeres porque las mujeres son supuestamente como las plantas. Hegel lo deja claro: “La diferencia entre hombres y mujeres es como la que hay entre animales y plantas. Los hombres se corresponden con los animales, mientras que las mujeres se corresponden con las plantas porque su existencia es más apacible”. Desde este punto de vista, tanto las mujeres como las plantas son vistas como menos desarrolladas y menos evolucionadas que los hombres y que los animales. En consecuencia, las mujeres pueden comer plantas, puesto que ambas son tranquilas, pero los hombres activos necesitan carne animal.
La carne es un símbolo del patriarcado
En su ensayo, “Deciphering a meal” [Descifrando una comida], la destacada antropóloga Mary Douglas sugiere que el orden en que servimos los alimentos, y la comida que está presente de forma insistente en la mesa, muestran una taxonomía de clasificación que refleja y refuerza nuestra cultura más amplia. Una comida es una amalgama de platos de alimentos, cada uno parte constitutiva del todo, cada uno con un valor asignado. Además, cada plato se sirve en un orden preciso. Una comida no comienza con un postre, ni termina con sopa. Todo se ve como algo previo que nos lleva al plato principal y luego desciende de ese plato principal que es la carne. El patrón es una evidencia de estabilidad. Tal y como explica Douglas, “El sistema ordenado que es una comida representa todos los sistemas ordenados que están asociados con ella. De ahí el fuerte poder de una amenaza que debilite o confunda esa categoría”. Eliminar la carne es amenazar la estructura de la cultura patriarcal más amplia.
Marabel Morgan, experta en cómo las mujeres deberían acceder a cada deseo masculino, indicaba en su Total woman cookbook [Libro de cocina de la mujer total] que una debe tener cuidado con la introducción de alimentos que sean vistos como una amenaza: “Descubrí que Charlie parecía amenazado por ciertos alimentos. Sospechaba de mis guisos, pensando que había colado germen de trigo o alguna verdura ‘buena- para-ti’ que no le gustase”.
El libro Pájaros de América de Mary McCarthy proporciona una ilustración ficticia de los aspectos intimidantes para un hombre de la negativa de una mujer a comer carne. La señorita Scott, una vegetariana, es invitada a la casa de un general de la OTAN para la cena de Acción de Gracias. Su negativa a comer pavo enoja al general. Incapaz de tomar su rechazo en serio, pues la encarnación de la dominación masculina requiere un recuerdo continuo de sí mismo en el plato de cada uno, el general llena el plato de la mujer con pavo y luego echa cucharadas de salsa sobre las patatas y la carne, “contaminando sus alimentos vegetales”. La descripción de McCarthy sobre sus actos con la comida refleja las costumbres bélicas asociadas a las batallas militares. “Se había apoderado de la salsera como un arma en combate cuerpo a cuerpo. No cabía duda de por qué le habían hecho general de brigada (al menos ese misterio estaba resuelto)”. El general continúa comportándose de forma belicosa y tras la cena propone un brindis en honor de un chico de dieciocho años que se había alistado para luchar en Vietnam. Durante la discusión subsiguiente sobre la guerra, el general defiende el bombardeo de Vietnam con la pregunta retórica: “¿Qué hay tan sagrado en un civil?”. Esto altera al héroe, haciendo necesario que la esposa del general se disculpe por el comportamiento de su esposo: “Entre tú y yo”, le confía a él, “realmente le sacó de quicio ver a esa chica negarse a tocar su comida. Me di cuenta al instante”.
La beligerancia masculina en este ámbito no está limitada a los hombres militares de ficción. Los hombres que maltratan a mujeres han utilizado a menudo la ausencia de carne como excusa para la violencia contra las mujeres. Que las mujeres no sirvan carne no es el motivo de la violencia contra ellas. Los hombres controladores lo usan, como cualquier otra cosa, como pretexto para su violencia. Como los “verdaderos” hombres comen carne, los maltratadores tienen un icono cultural del que aprovecharse, ya que desvían así la atención sobre su necesidad de control. Como documentó una mujer maltratada por su marido: “Él comenzaba enfadándose por pequeñas cosas triviales, una pequeña cosa trivial como haberle puesto queso en lugar de carne en un sándwich”. Otra mujer dijo: “Hace un mes me arrojó agua hirviendo, dejándome una cicatriz en el brazo derecho, todo porque le ofrecí un pastel de patata y verdura para cenar, en lugar de carne fresca”.
Los hombres que se hacen vegetarianos desafían una parte esencial del rol masculino. Optan por comida de mujeres. ¿Cómo se atreven? Rechazar la carne significa que un hombre es afeminado, un “mariquita”, un “lila”. Desde luego, en 1836, la respuesta al régimen vegetariano de esa época, conocido como Grahamismo, denunciaba que “la emasculación es el primer fruto del Grahamismo”.
Los hombres que eligen no comer carne repudian uno de sus privilegios masculinos. El New York Times exploró esta idea en una editorial sobre la naturaleza masculina del consumo de carne. En lugar del “estilo John Wayne”, epítome del consumidor de carne masculino, el nuevo héroe masculino es “vulnerable” como Alan Alda, Mikhail Baryshnikov y Phil Donahue. Pueden comer peces muertos y pollos muertos, pero no carne roja. Alda y Donahue, entre otros hombres, no sólo han repudiado el rol de macho, sino también la comida de macho. De acuerdo con el Times, “Créeme. El fin del macho es el fin del hombre de carne-con- patatas”. No echaremos de menos ni lo uno ni lo otro.
Fuente: Adams, Carole ( 2016). La política sexual de la carne. Ochodoscuatro ediciones.

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