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  • Adynata Marzo / VZL

    Pasiones A pesar que llamen a degüello bajo el cielo malicioso Y honren con la ley como corona de laureles el tiro por la espalda… Por encima de la angustia que corroe La resignación que opaca Y el hambre que se traga el alma en la oscura tristeza de estos días… Aún así… Desde abajo / hondo El viejo corazón humano resiste a borbotones Planta bandera entre las nubes rojas… La memoria nos guía La conciencia nos crece La belleza es nuestra. Vicente Zito Lema (2018) Fuente: El ultraje de los dioses. Editorial Sudestada. 2023. De la serie Frágil. 2024. v. Nicolás Koralsky

  • Ver la justicia suceder en una marcha / I. Acevedo

    Lxs viejis y usuarixs de sillas de ruedas fueron las primeras personas en entrar a la Plaza de Mayo el 1 de febrero de 2025, en la Marcha Antifascista y Antiracista LGBTNBQ+, gracias a la comisión de seguridad de la marcha Recién hoy lunes, 3 de febrero, encuentro algunas palabras para contar lo especial que fue la marcha del sábado para mí. Me tocó la suerte de estar al lado de la tía lesbiana de una amiga y así pude vivir la marcha desde el espacio de cuidados organizado para les viejis por la comisión de seguridad. La tía se llama Elena, tiene algo de setenta años, es de Estados Unidos. Es la esposa de la tía de Pao, una amiga que esos días vino de Rosario especialmente para buscarlas. La esposa de Elena se había ido a Catamarca a estudiar los flamencos, y Elena se había quedado en Buenos Aires, acompañada por mi amiga y muy emocionada por la suerte de poder estar en la marcha. En Nueva York ella acompaña a migrantes, en medio de una situación crítica por la cacería de Trump contra ellxs, y por eso, (y no solo por ser lesbiana), la movilización le arrancó muchas lágrimas de emoción. Pao, su sobrina política, también estaba emocionada por poder compartir la marcha con su tía. Ser lesbiana y tener dos viejas tías lesbianas no es muy común. Les viejis adelante Nos encontramos unos minutos más tarde del arranque de la marcha y marchamos atrás del camión de la columna Mostri.  Íbamos registrando cuántas personas de sesenta, de setenta, se manifestaban contra el odio de Milei. Veíamos muchas tías lesbianas. Al rato, como nos íbamos quedando atrás, nos desviamos unas cuadras para alcanzar el primer bloque. Al retomar Av de Mayo por la calle Chacabuco, de pronto nos encontramos pegadxs a la bandera de arrastre. Adelante, en medio del asfalto caliente, vi varios amigos ocupados en la organización. El avance se había detenido y debatían cómo seguir. No los quise interrumpir, pero al rato saludé a Rubi y le conté que estaba con la tía vieja. “Que pase por acá, entonces, esta es la parte para les viejis” , me dijo, y me señaló un área adelante de la bandera de arrastre, que yo sabía que existía, pero no me había dado cuenta de que era real, que de verdad podíamos usarla. Muchas veces hay sectores de cuidado para niñxs en las marchas, pero suelen ser fijos, no móviles, y suelen estar en el inicio, y no adelante. Así fue que de la nada cruzamos el cordón de seguridad y nos encontramos por delante de la bandera de arrastre, cuidados por un cordón de rescatistas. Vi cuatro usuarixs de sillas de ruedas, y una amiga me dijo que había estado María Moreno, que pudo vivir su primera marcha después de varios años. Vi viejis con bastón, con dificultad para caminar, y lxs jubiladxs que pasaban con sus carteles eran invitades a quedarse ahí. Pao, Elena y yo habíamos empezado la marcha sin saber cómo terminaríamos, si llegaríamos a la plaza o no, porque no es fácil para una persona mayor caminar tantas cuadras en medio del calor y una gran multitud, buscando la sombra, deteniéndose para descansar. Elaine Chapnik 2025. Fotografía. Para nosotrxs era suficiente con estar, y de pronto, gracias al cerco de cuidados, nos estábamos acercando a la Plaza de Mayo. Pao dudaba un poco de si seguir o no, pero faltaba tan solo una cuadra. “Ya falta poco”, le dije a Elena. Estar adelante de la propia bandera de arrastre era surrealista. Parecía como si nos estuviéramos cruzando adelante de la foto. Y era verdad. Estábamos fuera de lugar en una sociedad que a los viejxs y a las personas con discapacidad les da la espalda, con un presidente que los trata de viejos meados y que amenaza con sacarles el cupo de discapacidad. Nunca viví algo igual, y dudo que haya habido una marcha en la historia con tanto nivel de justicia social, donde lxs últimos sean lxs primerxs. Otro de los aspectos históricos de esta marcha, aunque algo escondido por las emociones que nos embargaron y por la humildad de lxs organizadorxs. Pero yo lo vi. Y aunque parezca romántico… no lo es. Es tan solo emocionante, porque la justicia no es tan común. La lógica del cuidado De pronto una amiga vino corriendo y me entregó una cinta fucsia: “Esta es la cinta distintiva para lxs que están en la organización”, me dijo. “Así no te dicen nada por estar acá adelante”. “Pero yo no estoy en la organización”, le respondí. “Estoy acompañando a una vieja lesbiana”. Al decir esto me sentí el malo de Titanic que se abraza a una niña para subirse al bote. Pero era absurdo sentir que estaba mal estar ahí. Yo estaba acompañando a la tía y a mi amiga, y no las iba a dejar solas. Guardé la cinta fucsia y reflexionando sobre esto recordé algo que sé muy bien cómo es porque tengo una hermana con discapacidad, y es que incluso cuando en alguna situación se trata de ser “inclusivo” con las personas con discapacidad, muchas veces se olvida que puede haber alguien que acompaña a esa persona y que el “beneficio” que se le da a la persona con discapacidad también lo precisa la persona que va con ella. Esa vieja, o esa persona usuaria de silla de ruedas está con alguien que posiblemente no sea vieja, o que no sea usuaria pero que también forma parte de su vida. Entonces se entiende mejor que no existe una “individualidad” sino que en nuestra vida no podemos estar solxs, que en realidad siempre hay alguien que nos acompaña, o por lo menos, así lo entendemos nosotrxs. Siempre estamos unidxs por un cordón. Y por eso el cordón cuidaba no solo a les viejis, también cuidaba a les que cuidan y acompañan. ¿Quién cuida? Es la cuestión que está en juego. Nosotrxs decimos que el Estado nos debe cuidar. Milei y Bullrich piensan que el Estado solo sirve para pegarnos un palo en la cabeza por ser pobres, por ser marrones, por ser lesbianas, travestis, trans, marikas, no binaries, trabajadoras sexuales, vendedorxs callejerxs… y el cuidado… arreglate como puedas. Por eso es importante subrayar, aunque para nosotrxs es claro: la marcha no se trata del derecho a tener un “novio gay”. Se trata de nuestra vida, de nuestro aire, de la comida, de nuestra salud, de nuestra vejez, de nuestra infancia, de nuestra integridad corporal y que el Estado la garantice en lugar de romperla en pedazos. Una foto de mil palabras Incluso la lógica de la imagen fue modificada por la dinámica de cuidados. El cordón de rescatistas que nos protegía por delante literalmente tapaba la foto principal de la cabecera y eso empezaba a ser un problema. Al acercarnos a la plaza, lxs fotógrafos y la prensa se empezaron a agolpar en gran cantidad por delante del cordón de rescatistas para tomar la foto del ingreso. El cordón que nos cuidaba impedía que ellxs entraran, hasta que algunas personas de la organización hicieron pasar a un grupito de fotógrafxs al cerco para poder captar el momento de entrada a la plaza y allí nosotrxs nos movimos un poco al costado. Ahora entiendo mejor que lxs fotógrafos no vieron lo que yo veía. Ellxs nunca pudieron sacar la foto de les viejis y usuarixs de sillas de rueda por delante de la bandera de arrastre, porque, primero, el cordón de cuidados lxs tapaba, y, luego, cuando entraron, fueron directamente a la bandera dejando de lado al grupo de les viejis, que, por lo que sé, no salieron en la foto. Sinceramente, no sé si existe una foto que represente lo que estoy contando; aún no la vi. Por suerte este texto tiene más de mil palabras. Desde el cordón de seguridad, con la perspectiva de la foto, un par de personas gritaron “Alcen la bandera”, “Alcen la bandera”; lo cierto es que si las personas alzaban la bandera de arrastre sus caras no se veían. “Alcen la bandera”, volvían a gritar quienes demandaban la foto “perfecta”. Pero la bandera la llevan las personas, y no hay bandera que aguante si no hay personas que la pintan, que la llevan, que la arrastran, y no se puede arrastrar una bandera si la bandera te está tapando la visión para que salga la foto, así que no sé si la foto de la bandera salió tan perfecta como lxs profesionales de la foto lo pedían, si sé por cierto que quienes pedían la foto perfecta nunca se enteraron de que la foto más histórica ni siquiera la habían registrado. Abran paso que llegaron las marikas Pero lo más emocionante aún no lo conté. Aún faltaba entrar a la plaza en medio de un tapón de miles de personas que ya se agolpaban ahí. Eran miles por delante, y yo no tenía idea de cómo haríamos para entrar. El cordón mostri empezó a presionar muy fuerte. Gritos, tironeos. Nos miramos con preocupación con mi amiga, estaba bravo, pero ya era tarde para salir de la columna. La tensión fue grande. Mi querido amigo Negro Montenegro iba como un perro pastor de un lado a otro ordenando el avance de la bandera de arrastre. También las compañeras de YoNoFui. Por los costados, marikas y lesbianas presionaban con fuerza. De pronto se escuchó un canto poderoso “A-bran paso - llegaron las marikas!”, “A-bran paso - llegaron las marikas!”  Todxs empezamos a cantarlo y la multitud se empezó a abrir. Fuimos río, y en el extremo, cuatro sillas de rueda tocaron el cordón amarillo de la Plaza de Mayo. Ese cordón sagrado que cruzaron las madres de Plaza de Mayo miles de veces, ese cordón donde estaban las rejas que Macri le puso a la Plaza pero las bajamos, ese cordón que, apenas cruzarlo, ya vimos como se remojaba la mostriada en la fuente, la felicidad del agua, la felicidad total de estar cruzándolo. Ese cordón que no tenía rampa, y que debería tenerla. Fue muy rápido, varias personas subieron las sillas de lxs mostris y viejis a la plaza y empezamos a circular por Nuestra plaza. Se hacía tarde para mi amiga y la tía, que debían emprender la vuelta a Rosario. Cruzamos en diagonal respirando el aire de la vida política que más amamos, en un pedazo de suelo que se conmovió y vibró muy alto, como en otras partes de Argentina y el mundo. Más tarde vi fotos de la bandera llegando a la puerta misma de la Casa Rosada. El cordón que nos cuidaba estaba ya fundido con la multitud que se abrazaba. Esa tarde la historia cambió, subvertimos un orden, lxs últimos fueron lxs primerxs, y esto no lo vamos a olvidar nunca ni nos lo pueden robar. Un dron puede trastabillar, una foto pueda fallar, pero si nosotrxs lo vivimos, existe. Se la dimos vuelta. Fuente @idiagonal (instagram) Imágenes: Elaine Chapnik Elaine Chapnik, 2025. Fotografía

  • ¡Desertemos! / Franco Bifo Berardi

    El momento - Ander en la historia del mundo Este es el momento-Anders en la historia del mundo. En los años 60, cuando la bomba atómica impactó en el imaginario mundial, Anders reflexionó sobre los efectos políticos y psíquicos de esa innovación técnico-militar. Judío, filósofo de formación heideggeriana, emigrado a los EE. UU. en los años que comenzaba el exterminio judío en Europa, Anders escribió artículos y libros que no han tenido la difusión que merecen. Dijo que el Tercer Reich había sido el ensayo general de un espectáculo que –según él– verán nuestros nietos cuando el nazismo triunfe en cualquier rincón del mundo. Ahora, los nietos de Anders asisten al triunfo del Nuevo Tercer Reich, el monstruo de dos cabezas del supremacismo blanco que no acepta su decadencia. Anders fue tratado con cierto desdén por los académicos: un pesimista, decían de él, empeñado en ensalzar las glorias de la democracia liberal. Ahora está claro: el culto a la Nación, a la raza, ha vuelto a dominar la escena en todas partes, y lo que está ocurriendo en Ucrania es una guerra de blancos contra blancos. Una guerra de Hitler contra Hitler. Guerra de exterminio dentro de Occidente. No es la primera vez que una potencia blanca (por ejemplo, los EE. UU. de América) inicia campañas de exterminio contra poblaciones indefensas. Gracias a las sanciones contra Irak en la primera guerra del Golfo, la mortalidad infantil pasó de 56 por cada mil en 1990 a 131 por cada mil niños en 1999. i En el año 1996 el programa televisivo norteamericano Sixty Minutes entrevistó a la embajadora de EE. UU. en la ONU, Madeleine Albright. La entrevistadora le preguntó: “Parece que por el embargo murieron 500 mil niños iraquíes. Más que en Hiroshima. ¿Cree que es un precio justo?”; y la respuesta de la voz de EE. UU. en la ONU fue digna del Putin que ahora vemos en acción: “Fue una elección realmente difícil, pero sí, pensamos que sí”. ii ¡Pero esos muertos eran iraquíes, no pesaban demasiado sobre la conciencia de Occidente! Los muertos de Mariupol, en Ucrania, impresionan particularmente porque la matanza tiene lugar en el propio mundo blanco, al interior de Occidente, porque Rusia, desde el punto de vista de la “raza carnívora”, es parte de Occidente. No está claro qué es Occidente. En términos geográficos, Rusia no forma parte de él. En términos políticos, Occidente es el mundo libre que se opone a la autocracia. Es evidente que la geopolítica importa, y la política también. Pero lo que más importa es la pertenencia cultural al mundo cristiano, blanco e imperialista. Desde este punto de vista, Rusia es Occidente. Occidente es la tierra de la decadencia, la tierra del futuro que ahora declina. El futurismo ruso y el futurismo occidental tienen raíces diferentes, pero el mismo significado: la expansión. Y tienen el mismo destino: la decadencia que ni siquiera somos capaces de pensar, porque el culto a la expansión nos ciega, y nos impide darnos cuenta de que la expansión ha terminado, y Occidente se está extinguiendo. Occidente es Rusia, Norteamérica, y Europa: un mundo de ancianos que exorcizan la demencia con prótesis cognitivas y con inteligencia artificial, viejos que exorcizan la impotencia con proclamas de exterminio mutuo. Se trata de una guerra interna dentro de la raza carnívora que no se resigna a desaparecer, y como Sansón, quiere llevarse todo el planeta al infierno. Nos encontramos en el último acto de la civilización blanca, rusa, europea, americana: la destrucción de la civilización. Éxodo sin tierra prometida Éxodo es el acto de abandonar el territorio simbólico y técnico en el cual nos hemos formado: abandonar el mundo conocido. Y es también la emergencia de una nueva Tierra, en la que se trata de inventar una supervivencia, una tecnología, una cosmología. La perspectiva de lo posible que se reabre. Posible es la dimensión que escapa a la enunciación asertiva pero que al mismo tiempo se perfila más allá del horizonte. La posibilidad es la inserción de la dimensión extralingüística –la insondable opacidad de lo eventual–, en la red prensil del lenguaje. A principios de los años ochenta, un libro de Michael Walzer suscitó cierto interés en los círculos de la izquierda revolucionaria, que por entonces sufría la primera de una larga serie de derrotas que condujeron a la privatización generalizada de la producción, la precarización del trabajo y, finalmente, la miseria de la sociedad y el bloqueo de todas las formas de vida colectiva. El libro es Éxodo y revolución, que pretende captar el origen mitológico del estilo de pensamiento y acción que caracteriza a Occidente, especialmente en la Modernidad. Este origen se encuentra en el episodio bíblico de la huida de Egipto, lugar de opresión, el éxodo del pueblo judío guiado por Moisés, con la ayuda de Dios, para cruzar el Mar Rojo y alcanzar la Tierra Prometida: La fuerza de la historia del Éxodo radica en su conclusión, la promesa divina. […] Egipto no es todo el mundo. Sin este sentido de posibilidad, la opresión se hubiera percibido como una condición inevitable, una cuestión del destino, personal o colectivo, un revés de la suerte. iii Si no hubiese una Tierra Prometida, si no hubiera un lugar que los judíos pudieran, finalmente, reconocer como su casa y establecer su forma de vida, no habría tenido sentido romper con el Faraón, o por lo menos, no podría darse una perspectiva positiva al éxodo. En el ámbito antropológico de las grandes revoluciones monoteístas y bíblicas, se encuentran las condiciones de posibilidad de una revolución que no sea simplemente una rebelión contra la opresión, sino la institución de un orden justo. Es la promesa que Dios le hizo a los hebreos, que se mantiene y se realiza: Desde el fin de la Edad Media o comienzos de la era moderna, en Occidente hubo un modo característico de concebir el cambio político, un esquema que habitualmente atribuimos a los eventos, una historia que nos contamos unos a otros. La historia, aproximadamente, es esta: opresión, liberación, contrato social, lucha política por una nueva sociedad (peligro de restauración). A este proceso lo llamamos revolucionario, incluso si el círculo no se completa, y a no ser que al final vuelva la opresión, por sus intenciones, el proceso tiene un fuerte movimiento hacia adelante. Es una historia que no se cuenta en todo el mundo, no es un esquema universal: es como lo relata Occidente, en particular los hebreos y cristianos de Occidente, y tiene su origen, su versión original, en el éxodo de Israel de Egipto. […] El Libro del Éxodo […] contiene la primera descripción de la política revolucionaria. iv Lucio Castellano escribe en Il potere degli altri : “El Éxodo y el Leviatán son las dos imágenes míticas que potentemente atraviesan la tradición de nuestro pensamiento político”. v Pero ahora estamos obligados a un Éxodo que no se encamina a ninguna Tierra Prometida. El planeta se incendia, en sentido figurado y en sentido literal. La fuerza de los elementos naturales ha tomado el lugar de lo que fue el Leviatán. En el verano europeo de 2022, una serie de oleadas de calor extremo han devastado los bosques, y llevaron a la desesperación a multitudes urbanas que lidiaron por largos períodos con temperaturas que alcanzaban los cuarenta grados. Los ríos están secos, el agua escasea. Masas crecientes de seres humanos obligados a desplazarse de un territorio a otro en busca de trabajo. Se expande la esclavitud… ¿Dónde está la Tierra Prometida, ahora que todo se transformó en una pesadilla? En un pueblo de frontera En octubre de 2022, para hacer frente a la avanzada de las tropas ucranianas en algunas zonas del Donbass, Putin declaró una movilización parcial, llamando a las armas a centenares de miles de jóvenes. Medio millón de personas, en particular hombres, se fue del país para no correr el riesgo de terminar en una trinchera. Si yo fuera un joven ruso, hubiera hecho lo mismo. No sucede lo mismo en Ucrania, donde el etnonacionalismo se ha reforzado por la conciencia de ser objeto de una agresión. Pero algunos desertores habrán también ahí, eso espero. A mediados de marzo, poco después de la invasión, leí que a un pueblo en la frontera con Polonia, cada noche, llegaba una decena de desertores. Allí los acogió un párroco, que los hospedaba en la parroquia. Decenas de miles de mujeres y niños huían a diario, pero los hombres debían quedarse para combatir. Fueron muy pocos, en verdad, los que no querían quedar atrapados en una guerra nacional, tal vez porque la idea de nación no les convencía, así como no me habría convencido a mí si hubiera estado en su lugar. En tanto, y simultáneamente, llegó la noticia de que militares rusos acantonados en torno a Kiev abandonaban sus tanques y carros de combate y se internaban en el bosque, para desaparecer quién sabe dónde. Y fueron miles de jóvenes rusos que escapaban por Escandinavia. No querían ser enrolados por Putin para ir a asesinar a sus coetáneos ucranianos, no querían vivir en un país en el cual la libertad de palabra es perseguida. Tomaban lo poco que tenían, y se iban, para no regresar. Pocos, maldecidos como traidores a la patria, se iban y continúan yéndose. Seguían escapando. Seguían desertando. Y yo me hice la pregunta: ¿por qué? Tal vez porque están enamorados y no quieren morir, o tal vez porque están espantados por el horror y no quieren matar. En cualquier caso, hacia ellos, va mi solidaridad, y mi amistad. Sólo a ellos. A todos los que desertan va mi amistad. A los que desertan de la patria y de la guerra, a los que desertan del trabajo asalariado, a los que desertan de la procreación, a los que desertan de la participación política. A los que se han dado cuenta de que el cáncer ya ha devorado el organismo y buscan espacios de supervivencia y convivencia en los márgenes de un mundo que se desintegra rápidamente. A todos ellos va mi amistad y mi complicidad. Por todos los demás siento una compasión desesperante. Los desertores son mis hermanos, son los únicos que tienen el valor de huir ante la idiotez de los pueblos y de las naciones. Pero los desertores son también los portadores de una tendencia que veo emerger en la historia del mundo en el ocaso de la civilización, que sufre una desintegración acelerada: no se puede dejar de verlo. La humanidad es cada vez más bárbara. La deserción que veo emerger en la conciencia de la generación precaria amenazada de extinción por el apocalipsis climático, es la deserción de la historia del género humano. No estoy enunciando un programa, no estoy incitando a la deserción, aunque expreso mi amistad a quienes tienen esa intención. Mi propuesta no es política. Es la descripción de un proceso que se percibe en los comportamientos de la generación nacida en el cambio de milenio, la generación que aprendió más palabras de la máquina numérica que de su madre, que apenas si conoce la proximidad de los cuerpos. Una generación que no ha conocido la solidaridad social porque desde la cuna fue educada a mirar sólo la pantalla del celular, y a considerar a los demás como competidores en la conquista del pan. Esta generación, la que con amarga autoironía se define a sí misma como la última, podría por fin encontrar un estilo y una consigna común en ese rechazo a asumir las consecuencias de las decisiones tomadas por otros, sea por ignorancia o egoísmo. Es una generación que se ha formado en entornos simulados, que ha aprendido a pasar de una identidad a otra con una simple contraseña. Una generación para la cual la experiencia es eminentemente inmersiva, cuyo mundo visual es proyección de pantallas ubicuas, cuyo mundo táctil es pulido por la pantalla táctil, cuyo mundo erótico está intensamente estetizado y sublimado dentro de la esfera semiótica. La generación inmersiva está madurando un rechazo emocional a participar de melodramas espantosos de baja definición, como lo es la guerra. Han conocido la guerra en diez mil videojuegos, y están entrenadísimos para disparar el gatillo. Pero se ha disuelto el pathos del sentimiento bélico. Para ellos es sólo un juego, que puede jugarse apretando un botón y matando a alguno en un lugar lejano. O se puede desertar, desertando también de todo lo demás. Esa, exactamente, es mi percepción, que la gran ola será irse, irse a la mierda, abandonar. Literalmente, desertar. Las cinco deserciones Veo cinco deserciones que van coagulando en los comportamientos y los lenguajes, en los estilos de vida y de pensar de la generación que se da cuenta de haber sido convocada a vivir en un planeta en el que cada vez es más difícil sobrevivir. Resignarse es el primer paso de la deserción. Pero ¿resignarse a qué? Resignarse al hecho de que los valores que levantaba la cultura moderna –crecimiento económico, identidad nacional, democracia representativa–, no tienen más significado. Se esfumó el significado, se disolvió, y entonces es necesario renunciar a perseguirlos, si no se quiere perder el tiempo con fantasmas. ¡Pero fantasmas potentes! Tal como muestra el resurgimiento agresivo del nacionalismo, el afán por ganancias cada vez más estratosféricas, y todo lo demás. Son solo fantasmas, pasiones abstractas a las que ya no corresponde un objeto. La penúltima generación ha estado obsesionada por la competencia económica, la carrera por tener cada vez más cosas que nos hacen mal o que no sirven para nada, la competencia por un puesto de trabajo que cada vez se torna más precario y codiciado. La última generación no, ya no cree más en eso. La Great Resignation de los trabajadores comenzó a interesar a los economistas cuando en el momento en que comenzó a terminar la pandemia de Covid 19, solo en EE. UU. unos cuatro millones y medio de trabajadores decidieron no volver a su empleo. En inglés se dice Resignation, lo que en los idiomas latinos se puede traducir como autodespido, dimisión, abandono del puesto de trabajo. O, mejor dicho: rechazo al trabajo. Las señales de este enculamiento y enojo respecto del trabajo está en todos lados, incluso en China vi , donde los trabajadores han ido a la huelga o han dejado de trabajar por las condiciones espantosas que se les imponen (no solo contractuales, sino también físicas y microbiológicas), e inventaron una palabra para decirlo: son los que no tienen voluntad de salir de la cama, tienen fiaca. En Italia, por ejemplo, algunos concursos públicos que antes estaban desbordados por la cantidad de aspirantes, ahora están semidesiertos. El caso de los aeronavegantes es otro: esos trabajadores no quieren volver a volar bajo las condiciones que impone Ryan Air y todas las otras compañías “low cost”, que los obligan a cumplir turnos de trabajo masacrantes a cambio de salarios indecentes. Por lo tanto, deserción del trabajo. Pero además, está lo que en pos de reavivar la demanda han invertido los gobiernos occidentales. Ingentes sumas de dinero que ha contribuido a desencadenar la inflación, y con ella, aumenta la miseria. Pero un modo inteligente de evitar la miseria es no tener necesidad de nada que no pueda ser producido de forma autónoma. Es difícil, cierto, pero lo están intentando muchos, y deberán intentarlo todos si no quieren morir de hambre. Sin embargo, el consumo no volvió a los niveles pre-Covid: el caballo no quiere beber. El consumidor está cansado de ser consumidor. ¿Podría ser uno de los efectos de la resignación? ¿El deseo consumista se marchitó? Puede ser, como cualquier otro deseo. Me parece que la “última generación” podría reducir su consumo en parte por razones ideológicas (no quiero contribuir a destruir el planeta en el que debo vivir), pero sobre todo por una especie de disgusto, por un rechazo estético de la fealdad consumista, del desagrado y malestar que suscita el plástico en una persona sensible. El ir de compras como sustituto de una vida emocional interesante ha marcado la miserable vida de unos cientos de millones de zombis que tenían el dinero para gastar, y encontraban productos para comprar. Pero ahora ese dinero no está y tampoco están los productos, gracias a la (bendita sea) gran disrupción en la cadena de abastecimiento, bautizada en inglés como Great Supply Chain Disruption. A partir de ahora, ya lo verán, el consumismo será signo de un retraso cultural y estético, signo de una tosquedad del espíritu. Segunda deserción: del consumo. Y luego, la tercera deserción, la que aleja irreversiblemente a los jóvenes de la participación política. Los niveles de ausentismo electoral que se registraron en las elecciones francesas de 2022 no tienen precedentes. Y lo mismo ocurrió en las elecciones municipales italianas en junio de 2022. Señalo en particular esos dos países, porque tienen una fuerte tradición de participación política. Diría que la fe en la democracia representativa está acabada, porque casi todos se dieron cuenta de que los gobiernos democráticos, así como los autoritarios, no pueden hacer nada frente a la catástrofe ambiental; no pueden hacer lo único razonable que está a su alcance, que es renunciar al principio indiscutible del crecimiento económico. Tampoco pueden hacer nada contra el predominio financiero. Ni contra el sufrimiento psíquico: los gobiernos no pueden hacer nada de nada. Y entonces, ¿por qué nos hacen perder el tiempo con sus falsas peleas llenas de insultos y de vacuidad? Luego, naturalmente, está la cuarta deserción, la de la guerra, que arrasa cada vez más partes del mundo. En los primeros días de la guerra ucraniana, los desertores eran unas docenas al día, unos pocos en verdad, pero no eran más que una vanguardia –desde entonces se han vuelto más numerosos–. Los desertores rusos, en cambio, son una avalancha… Finalmente, está la quinta deserción, última pero no menos importante de todas: la deserción de la procreación. Las políticas de estímulo de la natalidad de los países del Norte (des-de China a Italia a casi todos los demás países que han alcanzado un cierto nivel de prosperidad) no tienen ningún efecto. La decisión femenina de no dar hijos a la patria se suma al desplome de la fecundidad masculina, que según Shana Swan, autora de Count Down, en los últimos cuarenta años habría caído un 58 % (han leído bien, un cincuenta y ocho por ciento). Según Swan, la causa principal serían los microplásticos en la cadena alimenticia. vii Parece que intervienen en la transmisión hormonal o algo similar. Si tuviera ganas de hacerme el gracioso, tendría ganas de decir: no hay mal que por bien no venga. Cinco deserciones, entonces. Si imagino el futuro cercano, lo que preveo es una tendencia irrefrenable, sólo parcialmente consciente, o incluso totalmente inconsciente, hacia la extrañeidad. Y no faltará quien pregunte, pero ¿cómo viviremos en la deserción?Para responder, vuelvo a la palabra mágica: resignation, que en inglés podría significar (dado que el significado de las palabras es lo que decidimos que digan), resignificación. Un acto de reescritura de los signos y de las cosas que los signos significan. La búsqueda de un nuevo sentido de la existencia: el actuar no coincide más con el orden del trabajo, el sustentarse no coincide más con el consumo, el amor no tiene nada que ver con formar una familia y traer al mundo a pobres desgraciados a los que ni siquiera podemos garantizar la mínima supervivencia, y finalmente, la política ya no tiene nada que ver con el gobierno, con la representación y la representatividad. Las cosas se vuelven valor de uso, y no valor de cambio. Pasivismo y desertar del trabajo Dado que la voluntad política se ha mostrado impotente para gobernar y comprender, el psicoanálisis debería abrirse a la comprensión de fenómenos que no pertenecen sólo a la esfera individual. La patología que los psiquiatras llaman psicosis depresiva no puede ser tratada exclusivamente a nivel individual. ¿Qué clase de técnica terapéutica puede ser de ayuda en esta coyuntura? Pensemos en ese tipo de cura que Paul Watzklawic llama terapia paradojal, que a veces puede basarse en la prescripción del síntoma. Tomar la depresión como una condición sistémica, como experiencia colectiva, escuchar la lección que contiene la depresión, reconocer la verdad de la desesperación en una situación colectiva. En ese punto puede descubrirse que se está realizando una reestructuración del campo imaginario, una reconfiguración de las expectativas. Se puede entonces reestructurar el imaginario del futuro a través de una escenificación intencional del síntoma. La pasividad es un comportamiento que se está preparando para abandonar un campo problemático, una escena traumática, un doble vínculo conflictivo. La comunidad de los desesperanzados puede ser el punto de partida para salir del sufrimiento y transformarlo en una desinversión consciente. La prolongada percepción de impotencia ha llevado a la subjetividad social a la encrucijada: extroversión identitaria agresiva o pasividad. La pasividad aparece como el problema. Intentemos verla como la solución. Un poderoso movimiento pasivista se esconde bajo la superficie visible de la vida social postpandémica. Esta puede ser la salida del síndrome hiperproductivo e hipercomunicativo que nos ha llevado al colapso. El pasivismo puede vaciar de toda energía el ciclo producción-consumo que nos obliga a renunciar a la vida para ganarnos la vida. Paul Krugman comenzó a percibir con cierta alarma este fenómeno, en un análisis que dio a conocer a fin de octubre de 2021: “Pareciera que la pandemia hizo que algunas personas reconsideren sus elecciones vitales. No todo el mundo puede permitirse dejar un empleo que odia, pero un número considerable de trabajadores parece dispuesto a aceptar el riesgo de probar algo distinto: jubilarse antes a pesar del coste económico, buscar un empleo menos desagradable”. viii Y agrega: Existe un nuevo clima, una actitud que ha madurado desde el interior de la interrupción pandémica, que pone en una perspectiva diferente el significado del trabajo para la vida. Esto también parece confirmarse por un fenómeno aparentemente opuesto a la emergente conflictividad obrera. A partir de 2021 se ha producido un flujo masivo de salidas voluntarias del mercado laboral en Estados Unidos (Mckinsey calcula que han sido diecinueve millones en 2021) justo cuando las vacantes laborales han aumentado hasta casi diez millones. No se trata solo de profesionales que buscan una mejor remuneración o que, al darse cuenta del sinsentido del estrés laboral, han optado por la jubilación anticipada, ni tampoco de despidos encubiertos, que los hay. En la mayoría de los casos se trata de trabajadores con salarios bajos, horarios imposibles, alto riesgo de contagio en los sectores del comercio, el ocio y la gastronomía, pero también en la sanidad y la enseñanza, que renuncian a sus “puestitos” o no están dispuestos a retomarlos tras ser despedidos en la pandemia. Una “huelga general silencios”, como se ha definido, que por un lado sirve como palanca para obtener mejores condiciones, y las cuantiosas subvenciones concedidas por Trump y, por ahora, confirmadas por Biden, y por otro lado, un mercado laboral favorable. En los EE. UU., en condiciones favorables, la gente siempre “ha hecho huelga con los pies”, dejando el trabajo insatisfactorio para encontrar uno mejor, quizás en otro Estado. Esta vez se renuncia por una pausa más larga para reflexionar, por así decirlo. También aquí es inútil buscar lo que no existe, un rechazo del trabajo asalariado tout court. Sin embargo, la Great Resignation en curso es otro de los muchos síntomas de la gran insatisfacción de la clase obrera estadounidense. ix Las empresas tienen dificultades para encontrar mano de obra, no porque no haya desocupación, sino porque un creciente número de humanos decidió que trabajar es un suicidio, una renuncia a vivir, una humillación perenne. Dada la estancación de los salarios y la persistente precariedad, el rechazo al trabajo es la única elección completamente racional. Al mismo tiempo proliferan puntos de interrupción del ciclo productivo y de la cadena de distribución global: la que se conoce como Great supply chain disruption y Great Resignation. Las dos caras de un mismo fenómeno: la disolución de las condiciones físicas, psíquicas y lingüísticas de la energía que mueve al capital. Desde el comienzo de la pandemia el concepto psicodeflación me ha servido para comprender este descenso de la energía, este resquebrajamiento del orden social, y esta expansión del caos. Lejos de considerar la psicodeflación como una enfermedad, propongo considerarla como una palanca para destruir el autómata capitalista, para salir finalmente del cadáver infecto del capital. La resignación (resignation) es una reestructuración del imaginario, que rebela perspectivas que permanecían ocultas por las expectativas culturales heredadas. Asimismo, la renuncia permite una relajación de la tensión que genera pánico, y permite predisponerse, finalmente, de cara al futuro sin ninguna esperanza patógena. Las señales de renuncia se están multiplicando: una encuesta internacional de mitad de 2021 entre la población adulta revelaba que el 39 % de los entrevistados no deseaba tener hijos. Lo que va emergiendo es una especie de renuncia a la extinción, casi una estrategia de autoextinción, que paradójicamente podría ser la única vía para salir de la extinción: el providencial rechazo masivo a la procreación, al trabajo, al consumo y a la participación. Los humanos están decidiendo abandonar este juego, o mejor, estos juegos. ¿Acaso lo ven como un problema? A mí me parece la solución. Renunciar al crecimiento es la única manera de reducir el consumo de energía: desintoxicarse de la ansiedad del consumo, educarse en la frugalidad es la única manera de escapar al estrés y al chantaje que nos obliga a aceptar el trabajo esclavo. Desertar de la procreación es la única manera de reducir la presión demográfica que produce la superpoblación, la violencia, la guerra. La estrategia de la deserción se articula en estos principios: 1. No participar de la ficción democrática, que induce a creer que eligiendo a otro, lo irreversible pueda tornarse reversible. 2. No trabajar. El trabajo cada vez es peor retribuido, cada vez menos garantizado, con mayor explotación, cada vez más inútil para la producción de lo necesario. Dedica tu energía al cuidado, a la transmisión del saber, a la investigación, a la autosuficiencia alimentaria. Rompe toda relación con la economía. 3. No consumir más nada que no se produzca por la comunidad de autoproducción. Boicotear la circulación de mercancías. 4. No procrear. La procreación es un acto egoísta e irresponsable cuando las probabilidades de una vida feliz se han reducido casi a cero. Es un acto peligroso porque las áreas habitables del planeta se van reduciendo, mientras la población crece. 5. No participar de ninguna guerra, no defender ninguna frontera, no agredir, ni defenderse de la agresión. Simplemente, abandona el campo social. Obviamente, nadie puede aplicar en serio estas normas de comportamiento, pero no se trata de aplicar las normas sino de adoptar un principio y perseverar sin dogmatismo; se trata de aproximarse asintóticamente a la independencia del vínculo social, evitar cualquier apego a las cosas, despreciar e ignorar cualquier ley. En este gesto de retracción hay un principio de autonomía: la emancipación del juego del calamar. Las renuncias al trabajo no son solo un signo de resignación, sino que son un acto de autoafirmación de sujetos pensantes que abandonan el cadáver del capitalismo. Este fenómeno no se limita en absoluto a EE. UU., sino que tiene un carácter global, y desde fines de 2021 ha comenzado a extenderse, a cronificarse, como una deserción del trabajo que puede convertirse en la palanca más poderosa para derribar la dominación neoliberal sobre la vida humana. Que los trabajadores dejen de trabajar no es ni bueno ni malo per se: es un signo de extrañeidad que puede transformarse en activa y consciente, es decir, en autonomía dando un sentido al abandono, a la pasividad y a la resignación. No hay razón alguna para prestar nuestro tiempo a una sociedad que con clara evidencia no está en condiciones de darnos más nada: ni servicios de salud, ni educación, ni paz, ni un salario decente. Creo que esta es la meta teórica del tiempo que viene: resignificar la actividad siguiendo un principio de utilidad frugal y de disfrute de una existencia libre del imperativo de funcionar. Redefinir la actividad en relación con la utilidad concreta y al placer de lo que realizamos, no al valor económico. Lo que retorna es lo concreto. Por el momento, este retorno es como una bomba de caos, y de sufrimiento. Pero al mismo tiempo, el castillo de la abstracción comienza a colapsar. i Giuliana Sgrena, “Iraq, piccole vittime della guerra che c’è”, Il Manifesto, 18 de febrero de 2003. ii https://fair.org/extra/we-think-the-price-is-worth-it/ iii Michael Walzer, Éxodo y revolución. Abbat Editora. Barcelona, 1986, p. 21. iv Ibid., p. 89. v Lucio Castellano, Il potere degli altri. Hopefulmonster Editore, Torino, 1991. vi Maurizio Bongioanni, “Proteste in Cina, gli operai fuggono dalle fabbriche e i cittadini riempiono le piazze contro le politiche zero Covid”, Life-gate, 28 de noviembre de 2022. vii Shanna Swan - Stacey Colino, Count Down. Scribner, 2022. viii https://factorhuma.org/es/actualitat/noticias/15144-articulo-de-opinion-la-revuel-ta-de-los-trabajadores ix https://www.nytimes.com/2021/10/14/opinion/workers-quitting-wages.html - traducción del autor Fuente: capítulo del libro Desertemos. Prometeo Libros, 2023 Clay Lipsky, Atomic Overlook: 01/ 2013 - Fotografía impresión pigmento - 40,6 x 40,6 cm

  • Vivir con virus. Relatos de la vida cotidiana (fragmento) / Marta Dillon

    Un fuego de preguntas al viento. ¿Alguna vez escuchaste tu latido? ¿Sentiste la fragilidad de ese ritmo, la constancia de la sangre? ¿Pusiste alguna vez tu oído en la tierra, en el tronco de un árbol? ¿Alguna vez escuchaste el latido de tu amante, el galope del amor, la cadencia del después, su secreta violencia? ¿Alguna vez notaste que alrededor todos respiran y cada uno mantiene su ritmo y no se confunden por más que uno esté agitado y el otro dormido? Cada cual tiene su pulso su intervalo, cada cual asiste a su silencio y a su sonido, cada uno tiene un nombre como un código morse. Una sucesión de golpes iguales que se repiten en el tiempo con levísimos cambios, ni siquiera perceptibles para el latido. ¿Alguna vez esperaste que el mundo haga silencio y todavía estás quieto conteniendo la respiración y el mundo no se calla ni las hormigas dejan de caminar ni siquiera vos podés con el murmullo de tu pelo, el agua en tu boca, una catarata que cae en tu estómago? ¿Alguna vez tuviste miedo del silencio como algo que está por llegar y nunca llega y promete lo peor pero no llega? ¿Alguna vez deseaste que nada en tu casa hablara de nuevo y las cosas igual se rebelan? ¿Alguna vez escuchaste tu latido? ¿Lo escuchaste? ¿Le preguntaste? ¿Sabes lo que quiere? ¿Dice tu nombre? ¿Reconocés tu nombre en tu latido?, ¿reconocés tu nombre en la daga que se clava en tu garganta, los reconocés en el vértigo de los días, en el trabajo mecánico, en los besos que no das? ¿Te das cuenta de que tu boca es un abismo y allí se suicidan tus ideas? ¿Sentiste la intemperie cuando el pasto te acaricia y deja su marca como un tatuaje en la piel? ¿Sufriste vergüenza, alguna vez, de estar al aire con ese latido expuesto sobre la tierra; ese latido derramado como un charquito, ahí, bajo tus pies, cuando te confesaste parte de este dolor cotidiano, de no saber hacia dónde ni desde dónde y sin embargo seguir caminando, buscando, hurgando donde nadie busca, ahí, en las cavernas donde anida tu deseo, sordo de latido, de un latido idéntico al tuyo, que empuja, que grita, que da golpes contra tu sordera y te conquista una noche sin fantasmas porque todos los fantasmas dicen silencio para que vos escuches? ¿Alguna vez sentiste tu latido como una plomada que cae directo al fondo de la tierra, que te lleva al lecho que cada uno de tus muertos, que late al ritmo de los que están enterrados, aun respirando, aun comiendo de tanto en tanto, aun viendo cómo la luna cambia mes a mes, aun así enterrados? Allá va tu latido, directo al centro de la tierra, directo al fuego de lo que no tiene remedio. Es así escuchar. Si alguna vez te despertó ese sonido, te sacó de tu cama, te arrebató de tus sueños, te dejó en plena noche con la conciencia de que estabas  vivo, si alguna vez te pasó ya no podras jugar a estar dormido. Fuente: Convivir con virus. Relatos de la vida cotidiana. La Plata, EDULP, 2016. Evoca1 2020 Corazón Incendiándose 61 × 76.2 cm

  • Un movimiento feminista (selección) / Sara Ahmed

    El feminismo es un movimiento en muchos sentidos. Algo nos mueve a hacernos feministas. Puede ser un sentido de la injusticia, de que algo no está bien, como exploro en el capítulo 1. Un movimiento feminista es un movimiento político colectivo. Muchos feminismos significa muchos movimientos. Un colectivo es aquello que no permanece quieto sino que crea y es creado por el movimiento. Imagino la acción feminista como ondas en el agua: una pequeña ola, posiblemente creada por la agitación del clima, aquí y allá, cada movimiento haciendo posible otro, otra onda, hacia afuera, creciendo. Feminismo: el dinamismo de crear conexiones. Y así y todo a un movimiento hay que construirlo. Para pertenecer a un movimiento debemos hallar puntos de encuentro. Un movimiento es también un refugio. Nos reunimos; tenemos una convención. Un movimiento viene a existir para transformar lo que hay. Un movimiento necesita suceder en algún lugar. Un movimiento no es meramente o solamente un movimiento; hay algo que necesita permanecer quieto, que le sea dado un espacio, si algo nos mueve a transformar lo que existe. Podemos decir que un movimiento tiene fuerza cuando presenciamos un momento de impulso: más personas se reúnen en las calles, más personas firman cartas de protesta, más personas usan un nombre para identificarse. Creo que en los últimos años hemos sido testigos del fortalecimiento gradual de un impulso en torno al feminismo: en las protestas globales contra la violencia contra las mujeres, en el número creciente de libros sobre feminismo que devienen populares, en la alta visibilidad del activismo feminista en redes sociales, en cómo la palabra feminismo puede prender fuego el escenario en los shows de artistas y celebridades como Beyoncé. Como docente, he sido testigo presencial de este fortalecimiento: cada vez son más las estudiantes que quieren identificarse como feministas, que demandan que demos más cursos sobre feminismo. Los eventos que organizamos sobre feminismo tienen una popularidad asombrosa, en especial aquellos que tratan sobre feminismo queer y transfeminismo. El feminismo convoca. No toda presencia feminista puede detectarse con tanta facilidad. Un movimiento feminista no siempre se manifiesta en público. Un movimiento feminista puede suceder en el momento en que una mujer explota porque ya no puede más (ver capítulo 8), en ese instante en el que ya no puede soportar la violencia que satura su mundo, un mundo. Un movimiento feminista puede producirse cuando se amplían las conexiones entre aquellas personas que reconocen algo –las relaciones de poder, la violencia de género, el género como violencia– como eso a lo que se oponen, incluso si se valen de palabras diversas para nombrarlo. Si pensamos en el lema del feminismo de la segunda ola, “lo personal es político”, podemos pensar que el feminismo sucede justamente en los espacios que han sido históricamente etiquetados como no políticos. En los acuerdos domésticos, en el hogar, cada habitación de la casa puede convertirse en una habitación feminista, en quién hace qué dónde; lo mismo puede ocurrir en la calle, en el parlamento, en la universidad. El feminismo está donde sea que tenga que estar. El feminismo tiene que estar en todas partes. El feminismo tiene que estar en todas partes porque el feminismo no está en todas partes. ¿Dónde está el feminismo? Es una buena pregunta. Podemos agregar: ¿dónde nos encontramos el feminismo, o dónde nos encontró el feminismo? Formulo este interrogante como una cuestión vital en la primera parte de este libro. Una historia siempre empieza antes de poder ser contada. ¿Cuándo fue que feminismo se convirtió en una palabra que no solamente nos hablaba a nosotras –a cada una de nosotras–, sino que también nos hablaba de nosotras? ¿Que te hablaba de tu existencia, que te hacía existir? ¿Cuándo fue que el sonido de la palabra feminismo se convirtió en tu sonido? ¿Qué significó, que es lo que produce aferrarse al feminismo, pelear en su nombre, sentir en sus altibajos, en sus idas y venidas, tus altibajos, tus idas y venidas? Cuando en este libro pienso en mi vida feminista pregunto “¿de dónde?” pero también “¿de quién?”. ¿De quién saqué el feminismo? Siempre recordaré una conversación que tuve cuando era joven a finales de la década de 1980. Fue una charla con mi tía Gulzar Bano. Pienso en ella como una de mis primeras maestras feministas. Yo le había pasado algunos de mis poemas. En uno de ellos había usado el pronombre él. “¿Por qué usas él –me preguntó con dulzura– cuando podrías haber usado ella?” La pregunta, formulada con tanta calidez y amabilidad, me provocó mucho pesar y mucha tristeza, cuando me di cuenta de que las palabras y los mundos que hasta entonces había imaginado abiertos para mí no lo estaban en lo absoluto. Él no incluye a ella. La lección deviene instrucción. Para dejar mi marca, tenía que desalojar a ese él. Convertirse en ella es convertirse en parte del movimiento feminista. Una feminista se convierte en ella, incluso si ya la habían designado como ella, cuando escucha en esa palabra un rechazo de él, un rechazo a la inclusión que él promete. Una feminista toma esa palabra, ella, y la hace suya. Empecé a darme cuenta de algo que ya sabía: que la lógica patriarcal va a fondo, al hueso. Tenía que encontrar maneras de no reproducir su gramática en lo que yo decía, en lo que escribía; en lo que yo hacía, pero también en lo que yo era. Es importante el hecho de que haya aprendido esta lección feminista de mi tía en Lahore, Pakistán; una mujer musulmana, una musulmana feminista, una feminista marrón [ brown feminist ]. Podría suponerse que el feminismo es algo que Occidente le da a Oriente. Ese supuesto viaja; cuenta una historia feminista en una dirección determinada, una historia que se ha contado muchas veces: una historia de cómo el feminismo se vuelve útil como regalo imperial. Esa no es mi historia. Necesitamos contar otras historias feministas. El feminismo viajó hacia mí, que crecí en Occidente, desde Oriente. Mis tías pakistaníes me enseñaron que mi mente me pertenece (que es lo mismo que decir que no le pertenece a nadie más); me enseñaron a hablar por mí misma; a denunciar la violencia y la injusticia. Dónde encontramos al feminismo importa; de quién nos viene el feminismo importa. El feminismo en cuanto movimiento colectivo está hecho de eso que nos mueve a hacernos feministas en el diálogo con otras personas. Un movimiento requiere que nos movamos. Exploro esta necesidad pasando revista a la cuestión de la conciencia feminista en la parte I de este libro. Pensemos por qué los movimientos feministas siguen siendo necesarios. Quiero tomar aquí la definición de bell hooks del feminismo como “el movimiento para terminar con el sexismo, la explotación sexual y la opresión sexual” [i] .  Podemos aprender muchísimo de esta definición. El feminismo es necesario por todo aquello que no ha terminado: el sexismo, la explotación sexual y la opresión sexual. Y para hooks, “el sexismo, la explotación sexual y la opresión” no pueden separarse del racismo, del modo en que el presente está atravesado por las historias coloniales –incluyendo a la esclavitud–, que son centrales para la explotación del trabajo bajo el capitalismo. La interseccionalidad es un punto de partida, el punto desde el que debemos empezar si queremos ofrecer una descripción de cómo funciona el poder. El feminismo será interseccional “o será una mierda”, para recurrir a la elocuencia de Flavia Dzodan [ii] . 4 A esta clase de feminismo me refiero a lo largo de este libro (a menos que indique lo contrario, aludiendo específicamente al feminismo blanco). Un paso importante para un movimiento feminista es reconocer lo que no se ha terminado. Y dar este paso es muy difícil. Es un paso lento y doloroso. Puede que pensemos que hemos dado este paso, solo para descubrir que tenemos que hacerlo de nuevo. Quizás incluso hayas caído en una fantasía de igualdad: que las mujeres ahora sí pueden conseguir la igualdad, o incluso que ya la tienen, o que la tendrían si solo se esforzaran lo suficiente; que las mujeres individuales pueden acabar con el sexismo y con otras barreras (que podríamos describir como un techo de cristal o una pared de ladrillos) valiéndose solamente de su esfuerzo, persistencia o voluntad. Ponemos tanto peso sobre nuestros propios cuerpos. Podría llamarse a esto una fantasía posfeminista: que una mujer individual pueda acabar con eso que bloquea el avance de su movimiento; o que el feminismo haya terminado con “el sexismo, la explotación sexual o la opresión sexual”, como si el feminismo hubiera llegado a un punto de éxito tal que hace innecesaria su existencia [iii] o que estos fenómenos son ellos mismos parte de una fantasía feminista, un apego a algo que nunca existió o no existe más. Podríamos también pensar en la idea de post-raza como una fantasía a través de la cual el racismo sigue operando: como si el racismo quedara atrás porque ya no creemos en la raza, o como si el racismo pudiera quedar atrás si dejáramos de creer en la raza. Se supone que quienes venimos a encarnar la diversidad para las instituciones podemos, con nuestra sola presencia, terminar con la blanquitud para siempre (ver el cap. 6). Cuando una se hace feminista, hay algo que descubre inmediatamente: algunas personas no reconocen la existencia de eso con lo que se quiere terminar. Este libro investiga este descubrimiento. Gran parte del trabajo del feminismo y del antirracismo consiste en intentar convencer a otras personas de que el sexismo y el racismo no han terminado; de que el sexismo y el racismo son pilares fundamentales de las injusticias del capitalismo tardío; de que importan. El simple hecho de hablar de sexismo y racismo aquí y ahora implica rechazar un desplazamiento; es rehusarse a plegar tu discurso al posfeminismo o a la post-raza, lo que te exigiría el uso del tiempo pretérito(en aquella época) o la referencia a un lugar ajeno (allá lejos) [iv] .  El solo hecho de describir algo como sexista y racista aquí y ahora puede meterte en problemas. Al señalar las estructuras, te dicen que todo está en tu cabeza. Lo que describimos como algo material se desprecia como algo mental. Pienso que estos desprecios nos enseñan algo sobre la materialidad, como intentaré mostrar en la parte II de este libro, que trata acerca del trabajo de diversidad. Y pensemos también en lo que se nos exige: el trabajo político imprescindible de tener que insistir en que eso que estamos describiendo no se trata solamente de lo que nosotras sentimos o pensamos. Un movimiento feminista depende de nuestra capacidad de seguir insistiendo en algo: la existencia persistente de esas mismas cosas con las que queremos terminar. Lo que describo en este libro es el trabajo de esa insistencia. Aprendemos de ser feministas. Un movimiento feminista requiere entonces que adoptemos tendencias feministas, una disposición a seguir a pesar de o incluso a causa de todo aquello con lo que chocamos. Podemos pensar este proceso como un ejercicio de feminismo práctico. Si tendemos hacia el mundo de una forma feminista, si repetimos ese movimiento una y otra vez, adquirimos tendencias feministas. La esperanza feminista es la imposibilidad de eliminar este potencial de adquisición. Y sin embargo, una vez que te hiciste feminista, puede sentirse como si lo hubieras sido siempre. ¿Es posible que lo hayas sido siempre? ¿Es posible que hayas sido feminista desde el principio? Quizá te parece que siempre tuviste esa inclinación. Quizá tenías esa tendencia hacia el feminismo porque ya te inclinabas a ser una chica rebelde o incluso voluntariosa, una chica que no aceptaba el lugar que le habían asignado. O tal vez el feminismo es una forma de empezar de nuevo: de manera que tu historia, en cierto modo, empieza con el feminismo. Un movimiento feminista está hecho de muchos momentos de empezar de nuevo. Y esta es una de mis preocupaciones centrales: en qué medida la adquisición de una tendencia feminista a devenir ese tipo de chica o de mujer –el tipo incorrecto, o el tipo malo, el tipo de mujer que dice lo que piensa, que pone su firma, que levanta su brazo en señal de protesta– es necesaria para un movimiento feminista. Las luchas individuales son importantes; un movimiento colectivo las necesita. Pero por supuesto, el hecho de que seamos chicas incorrectas no implica necesariamente que estemos siempre en lo correcto. Muchas injusticias pueden ser y han sido perpetradas por aquellas que se autoperciben como las incorrectas –sea que se vean a sí mismas como mujeres incorrectas o como feministas incorrectas–. No hay ninguna garantía de que en la lucha por la injusticia nosotras mismas seremos justas. Tenemos que dudar, atemperar con la duda la fuerza de nuestras tendencias; vacilar cuando estamos seguras, o incluso porque estamos seguras. Un movimiento feminista que procede con excesiva seguridad ya nos ha costado demasiado caro. Exploro la necesidad de dudar de nuestras convicciones en la parte III. Si a lo que aspiramos es a la construcción de una tendencia feminista, esa tendencia no nos provee un terreno estable. (…) CONSTRUYENDO MUNDOS FEMINISTAS Quiero decir esto de una vez: disfruto y valoro gran parte del trabajo que se enseña y se lee como teoría crítica. Tuve mis razones para comenzar allí, y las explico en el capítulo 1. Sin embargo, todavía recuerdo leer en mi segundo año de doctorado textos de feministas negras y feministas racializadas, incluyendo a Audre Lorde, bell hooks y Gloria Anzaldúa. Nunca antes las había leído. Sus trabajos me sacudieron. Me encontré con una escritura en la que una experiencia corporizada del poder constituía la base del conocimiento. Era una escritura impulsada por la cotidianeidad: el detalle de un encuentro, un incidente, un acontecimiento, que aparecía como una revelación rutilante. Leer la obra de los feminismos negros y los feminismos racializados me cambió la vida: comencé a entender que la teoría se volvía más potente cuanto más se acercaba a la piel. Entonces lo decidí: el trabajo teórico que yo quería hacer era el que estaba en contacto con el mundo. Incluso cuando escribí textos organizados en torno de la historia de las ideas, he intentado escribir desde mis propias experiencias: lo cotidiano como impulso. En la escritura de este libro quise quedarme más cerca que nunca de lo cotidiano. Este libro es personal. Lo personal es teórico. En general se supone que la teoría en sí misma es algo abstracto: algo es más teórico cuanto más abstracto es, cuanto más se abstrae respecto de la vida cotidiana. Abstraerse es alejarse, desapegarse, apartarse o desviarse. Quizá tengamos que arrastrar a la teoría de nuevo hacia aquí para traerla de vuelta a la vida. Aunque mis trabajos anteriores incluían ejemplos de la vida cotidiana, también involucraban una cantidad sustancial de referencias a tradiciones intelectuales. No tengo dudas de que necesitaba a esas tradiciones para dar algunos pasos en mis argumentos: en La promesa de la felicidad  necesitaba ubicar la figura de la feminista aguafiestas en el contexto de la historia de la felicidad para entender el sentido de su aparición. En mi libro Willful Subjects  [Sujetos voluntariosos]  necesitaba ubicar la figura del sujeto voluntarioso en el contexto de la historia de la voluntad para entender, también, su sentido. Pero una vez que estas figuras aparecieron, me dieron otra puerta de entrada. Tomaron vida propia. O debería decir: mi escritura pudo recolectar estas figuras por la vida que ellas tenían. Estas figuras se transformaron rápidamente en la fuente de nuevas formas de conexión. Creé un nuevo blog organizado alrededor de ellas ( feministkilljoys.com ), en el que escribí en paralelo a este libro. Desde que empecé el blog, me han contactado muchas estudiantes –no solo de grado y posgrado, sino también de escuela secundaria–que me contaron sus propias experiencias como feministas aguafiestas y sujetos voluntariosos. He aprendido muchísimo de estos mensajes. En un sentido genuino, este libro sale de ellas. Este libro está dedicado a las estudiantes feministas. Está hecho para ustedes. Hacerse feminista es seguir siendo estudiante. Esta es la razón: la feminista aguafiestas y el sujeto voluntarioso son figuras estudiosas. No es sorprendente que me hayan permitido comunicarme con personas que percibieron en estas figuras la explicación de algo (una dificultad, una situación, una tarea). Yo sigo intentando entender algo (una dificultad, una situación, una tarea), y este libro es producto de ese trabajo. Uno de los objetivos que me propongo en Vivir una vida feminista es liberar a estas figuras de las historias en las que se alojan. Trato de desentrañar lo que nos dicen para trabajar con eso. En algún sentido, entonces, con este libro estoy volviendo sobre los pasos de mi propio camino intelectual. Al revisar las condiciones en las que estas figuras llegaron, cómo surgieron ante mí y cómo se volvieron preocupantes estoy volviendo a transitar un terreno conocido. Un viaje intelectual es un viaje como cualquier otro. Cada paso hace posible el paso siguiente. En este libro retomo algunos de esos pasos. Espero, al rehacer este camino, que algunos de mis argumentos se vuelvan más accesibles: la teoría feminista es más accesible cuanto más cerca se mantiene de lo cotidiano. Cuando empecé a trabajar en este libro pensé que estaba escribiendo un texto feminista más masivo, incluso tal vez un libro comercial. Luego me di cuenta, no obstante, de que no estaba escribiendo esa clase de libro. Quería elaborar un argumento gradual, volver sobre algunos terrenos conocidos y tomarme mi tiempo. Y así y todo quería hacer una intervención que tuviera lugar en el feminismo académico. He sido una académica por más de veinte años, y me siento relativamente en casa en el lenguaje académico de la teoría feminista. Soy consciente de que no todas las feministas se sienten en casa en la academia, y de que el lenguaje académico de la teoría feminista puede ser alienante. En este libro utilizo un lenguaje académico. Estoy trabajando en casa, de modo que el lenguaje académico es una de mis herramientas. Pero también me propongo mantener mis palabras lo más cerca del mundo que me sea posible, en un intento por mostrar que la teoría feminista es eso que hacemos cuando vivimos nuestras vidas como feministas. Al transitar otra vez algunos pasos de este viaje no estoy haciendo el mismo viaje. Al permanecer más cerca de lo cotidiano, he encontrado cosas nuevas en el camino. Debo agregar, no obstante, que esta cercanía con lo cotidiano no implica dejar de prestar atención a las palabras y a conceptos como felicidad y voluntad. Sigo escuchando en búsqueda de resonancias. Pienso en el feminismo como una forma de poesía: escuchamos historias en las palabras; reensamblamos historias al ponerlas en palabras. Este libro también se trata de seguir la ruta de las palabras, como lo he hecho en otras ocasiones; torcer una palabra en una dirección y en otra, como un objeto que con cada movimiento se muestra bajo una luz diferente; prestar atención a cómo se comporta la misma palabra en contextos distintos, permitiendo que estos contextos produzcan en las palabras pliegues o nuevos patrones, como texturas sobre el terreno. Formulo mis argumentos a partir de la escucha de resonancias; por eso, este libro involucra la repetición de palabras, en algunos casos una y otra vez. La repetición es la escena de una instrucción feminista. Una instrucción feminista: si partimos de nuestras experiencias de devenir feministas no solamente podremos encontrar otra manera de generar ideas feministas, sino que también puede que generemos nuevas ideas sobre el feminismo. Las ideas feministas son eso que inventamos para entender lo que persiste. Tenemos que persistir en inventar ideas feministas, y persistimos gracias a eso. En esta idea ya hay una idea diferente sobre las ideas. Las ideas ya no aparecen como algo generado a partir de la distancia, una forma de abstraer una cosa de otra cosa, sino que surgen de nuestro involucramiento en un mundo que muy a menudo nos deja, francamente, apabulladas. Las ideas pueden ser el modo en que trabajamos con y sobre nuestras intuiciones, esas sensaciones de que algo anda mal o no del todo bien, que son parte de nuestra vida cotidiana y el punto de partida para muchísimo trabajo crítico. Al intentar describir algo que es difícil, que se resiste a ser comprendido en su totalidad en el presente, generamos lo que yo llamo “conceptos sudorosos”. Utilicé esta expresión por primera vez en una ocasión en la que intentaba describir a mis estudiantes el tipo de trabajo intelectual que evidenciaba la producción de Audre Lorde. Quiero reconocer aquí mi deuda con ella. No puedo poner en palabras todo lo que le debo a Audre Lorde por el archivo extraordinario que nos dejó. Cuando leí a Lorde por primera vez sentí que alguien me lanzaba un salva- vidas. Las palabras, que emanaban de la descripción de su propia experiencia como mujer negra, madre, lesbiana, poeta, guerrera, me encontraron; yo estaba en un lugardistinto del de ella, y sin embargo me tocaron. Sus palabras me dieron el coraje para hacer de mi propia experiencia un recurso, mis experiencias como mujer marrón, lesbiana, hija; como escritora, me dieron el coraje para construir teoría a partir de la descripción del lugar que yo ocupaba en el mundo, para hacer teoría a partir de la descripción de no ser incluida por un mundo.  Un salvavidas: puede ser una cuerda frágil, gastada y deshilachada por la aspereza del clima, pero es suficiente, justo lo suficiente, para sostener tu peso, para sacarte de la situación en la que te encuentras, para ayudarte a sobrevivir a una experiencia devastadora. Un concepto sudoroso: otra forma de salirse de una experiencia devastadora. Al usar conceptos sudorosos para el trabajo descriptivo estoy tratando de decir al menos dos cosas. Primero, he sugerido antes que demasiadas veces el trabajo conceptual se entiende como algo distinto de describir una situación: pienso aquí en un a situación como algo que viene a demandar una respuesta. Una situación puede referirse a una combinación de circunstancias en un momento específico, pero también a una serie de circunstancias críticas, problemáticas o sorprendentes. Lauren Berlant describe una situación de esta manera: “Un estado de cosas en el que algo que tal vez importe en el futuro se está desarrollando en medio de la actividad usual de la vida” [v] .  Si una situación es la forma en que las cosas nos enfrentan, entonces el modo en que pensamos las cosas también se desarrolla a partir de “la actividad usual de la vida”. Los conceptos suelen definirse como eso que inventan los académicos, en general a través de la contemplación y el retiro del mundo, como una manzana que te golpea en la cabeza, provocando una revelación desde una posición de exterioridad. Esta tendencia de la academia a identificar los conceptos con aquello que ella misma provee al mundo se me hizo más evidente en un momento en que me encontraba trabajando en un proyecto empírico sobre diversidad, del que hablaré en la parte II de este libro. Yo misma tenía esta tendencia, y por eso pude reconocerla. En el proyecto entrevisté a las personas que trabajaban en la universidad como agentes de diversidad. Comprendí que, al trabajar para transformar las instituciones, generamos conocimiento sobre ellas. Los conceptos están siempre operando en nuestra forma de trabajar, sea lo que sea que hagamos. Necesitamos dilucidar, a veces, cuáles son estos conceptos (en qué pensamos cuando hacemos, o qué hacer se constituye en un pensar), porque los conceptos pueden ser oscuros cuando funcionan como supuestos de trasfondo. Pero esa dilucidación no consiste, precisamente, en traer un concepto desde afuera (o desde arriba): los conceptos están en los mundos que habitamos. Al utilizar la idea de conceptos sudorosos también intento mostrar que el trabajo descriptivo es trabajo conceptual. Un concepto es algo que viene del mundo, pero también es una reorientación hacia un mundo: una forma de cambiar las cosas de lugar, una perspectiva diferente sobre una misma cosa. Más específicamente, un concepto sudoroso es uno que proviene de una descripción de un cuerpo que no se siente como en casa en el mundo. Por descripción me refiero a un ángulo o a un punto de vista: una descripción de la sensación de no estar como en casa en el mundo, o una descripción del mundo desde el punto de vista de quien no se siente en casa en él. El sudor es corporal; sudamos más cuando hacemos actividades más intensas y musculares. Un concepto sudoroso puede salir de una experiencia corporal que es extenuante. La tarea es quedarse con la dificultad, seguir explorando y exponiendo esta dificultad. Quizá no haga falta eliminar el esfuerzo o lo trabajoso de la escritura. No eliminar el esfuerzo o lo trabajoso deviene un objetivo académico porque nos han enseñado a emprolijar nuestros textos, a no revelar la lucha que nos implica llegar a alguna parte. Los conceptos sudorosos también se generan a partir de la experiencia práctica de enfrentarse a un mundo, o la experiencia práctica de intentar transformar un mundo. A pesar de que he trabajado de esta manera, he notado (en alguna medida porque gente que me lee me lo ha señalado) signos de cierta incapacidad de mi parte para admitir una dificultad: por ejemplo, cuando analizo algunas de mis propias experiencias de violencia y acoso sexual, uso una y otra vez el tú en lugar del yo, como si la segunda persona me permitiera algún tipo de distancia. Intenté poner el yo una vez que el texto estaba escrito, pero se sentía demasiado forzado, así que dejé el tú pero con la aclaración. Feminismo: puede ser un forzamiento. Ese forzamiento se hace visible en este texto como una tensión, a veces revelada como una confusión de pronombres y personas; una tensión entre contar mi propia historia de devenir feminista, ser una trabajadora de la diversidad, manejar aquello que te toca enfrentar y hacer reflexiones más generales sobre mundos. He intentado no eliminar esta tensión. El feminismo está en juego en el modo en que generamos conocimiento; en cómo escribimos, en las personas a quienes citamos. Pienso en el feminismo como en una obra en construcción: si nuestros textos son mundos, tienen que estar hechos de materiales feministas. La teoría feminista es construir mundos. Es por esto que debemos resistirnos a la postulación de la teoría feminista como simplemente o solamente una herramienta, en el sentido de algo que puede ser usado en la teoría, para luego ser descartado u olvidado. No debería ser posible hacer teoría feminista sin ser feminista, que es algo que requiere un compromiso activo y constante de vivir la propia vida de una manera feminista. Cuando era estudiante de teoría crítica, me encontré con este problema de cómo la teoría feminista puede terminar siendo nada más que feminismo en teoría. Conocí personas en la academia que escribían ensayos sobre teoría feminista pero no parecían actuar de manera feminista; que parecían tener como costumbre dar más apoyo a los estudiantes varones que a las mujeres, o que operaban generando divisiones entre las alumnas mujeres, separando a las que eran estudiantes más leales de las menos leales. Ser feminista en el trabajo consiste o debería consistir en desafiar el sexismo cotidiano y corriente, incluyendo el sexismo académico. Esto no es optativo: es lo que hace feminista al feminismo. Un proyecto feminista consiste en encontrar formas para que las mujeres puedan existir en relación con otras mujeres; encontrar cómo las mujeres pueden relacionarse unas con otras. Es un proyecto porque todavía no hemos llegado a ese punto. Cuando escribimos nuestros textos y vinculamos unas cosas con otras deberíamos hacernos las mismas preguntas que nos hacemos al vivir nuestras vidas. ¿Cómo desmantelar el mundo que está construido para hacer lugar solo a algunos cuerpos? El sexismo es uno de esos sistemas de exclusión e inclusión. El feminismo requiere que apoyemos a las mujeres en una lucha para existir en este mundo. ¿A qué me refiero con mujeres aquí? Estoy hablando de todas las personas que viven bajo la categoría mujeres. Ningún feminismo digno de ese nombre utilizaría la idea sexista de “mujeres nacidas mujeres” para delinear los límites de la comunidad feminista, para considerar a las mujeres trans “no mujeres” o “no nacidas mujeres” o varones [vi] . Nadie nace mujer; es una asignación (no solo un modo de designar, sino también una tarea o un imperativo, como analizo en la parte I del libro) que puede formarnos, hacernos y rompernos. Muchas mujeres que fueron asignadas como tales al nacer, recordemos, no son consideradas mujeres hechas y derechas o no son consideradas mujeres en absoluto, quizá por cómo se expresan o dejan de expresarse (o porque son demasiado buenas en los deportes, o porque no son suficientemente femeninas, o porque su forma corporal no es adecuada, o porque su conducta no es la correcta, o por no ser heterosexuales, o por no ser madres, y etc.). Una parte de la dificultad de la categoría de mujeres es la cuestión de lo que se desprende de habitar esa categoría y lo que se desprende de no habitarla por el cuerpo que una adquiere, los deseos que tiene, los caminos que sigue o deja de seguir.  Ser reconocible como mujer puede conducir a que te traten con violencia; no ser reconocible como mujer, también. En un mundo en el que ser humano sigue identificándose con ser hombre, tenemos que pelear por las mujeres y como mujeres. Y para hacer eso necesitamos cuestionar también la instrumentalización del feminismo. Aunque el feminismo puede usarse como una herramienta que nos ayude a entender el mundo haciendo más filosas nuestras críticas, no es algo que podemos utilizar y luego dejar. El feminismo va a donde sea que vayamos nosotras. Si no, no somos feministas. De esta manera, ponemos en práctica el feminismo en el modo en que nos relacionamos con la academia. Cuando cursaba el doctorado, me decían que tenía que darle mi amor a este o aquel teórico varón, que tenía que seguirlo. No se daba como una orden explícita, sino que solía tomar la forma de una pregunta aparentemente amable pero cada vez más insistente: ¿es usted derrideana? No, entonces ¿es lacaniana? Ok, tampoco, ¿deleuziana? ¿No? ¿Entonces qué? Si no, ¿entonces qué? Tal vez mi respuesta debería haber sido: ¡si no, pues no! Nunca estuve dispuesta a aceptar esa restricción. Pero no aceptar esa restricción requirió la ayuda de otras feministas que me precedieron. Si bien es cierto que podemos crear nuestros propios caminos eligiendo los que nos negamos a tomar, seguimos necesitando a otras que vinieron antes. En este libro, adopto una política de citas estricta: no cito a ningún varón blanco. Por varones blancos me refiero a una institución, como explico en el capítulo 6. En cambio, cito a aquellas personas que han contribuido a la genealogía intelectual del feminismo y del antirracismo, incluyendo trabajos que han sido dejados de lado u olvidados (desde mi punto de vista) demasiado rápido, trabajos que trazan otros caminos, caminos que podemos llamar líneas de deseo, que se crearon a partir de desvíos de las rutas oficiales trazadas por las distintas disciplinas. Estos caminos pueden haberse vuelto más difusos de tanto que no fueron transitados; quizá nos tome trabajo encontrarlos; puede que tengamos que ser voluntariosas en el mantenimiento de esos caminos, negándonos a ir por aquellos que nos han indicado. Mi política de citas me ha dado más espacio para ocuparme de las feministas que vinieron antes que yo. Citar es construir memoria feminista. Citando reconocemos nuestra deuda con las personas que vinieron antes; aquellas que nos ayudaron a encontrar nuestro camino cuando estaba oscuro, porque nos habíamos desviado de las rutas que nos habían dicho que debíamos seguir. En este libro, cito feministas racializadas que han contribuido al proyecto de nombrar y desmantelar las instituciones de la blanquitud patriarcal. Considero este libro ante todo como una contribución al activismo y a la producción académica del feminismo racializado; es en este corpus de trabajo donde me siento más en casa, donde encuentro energía y recursos. Las citas pueden ser ladrillos feministas: son los materiales a través de los cuales, desde los cuales, creamos nuestros hogares. Mi política de citas ha permeado el tipo de casa que he construido. Me di cuenta de esto no solamente durante la escritura del libro, a través de lo que descubrí sobre lo que iba apareciendo, sino también dando conferencias. Como ya he dicho, en mis trabajos previos construí un edificio filosófico a partir de mi involucramiento con la historia de las ideas. No podemos fusionar la historia de las ideas con la de los hombres blancos, aunque si la una conduce a la otra eso nos enseña algo sobre dónde se supone que las ideas se originan. Seminal: se supone que las ideas emanan de los cuerpos masculinos. Ahora pienso en este edificio filosófico como una estructura de madera sobre la cual se está construyendo una casa. En este libro no he construido una casa usando esa estructura. Y me he sentido mucho más expuesta. Quizá las citas sean como paja: materiales más livianos que, una vez reunidos, crean un refugio, sí, pero un refugio que te deja más vulnerable. Así me sentí escribiendo este libro y hablando sobre él: como si estuviera en el centro del viento, movida por él, poco más o poco menos, dependiendo de lo que me encontrara. Las palabras bailaron a mi alrededor; empecé a detectar cosas en las que no me había fijado antes. Comencé a preguntarme si en algún sentido no había construido, en el pasado, un edificio para crear una distancia. A veces necesitamos distancia para seguir un pensamiento. A veces necesitamos resignar la distancia para seguir a ese pensamiento. En los capítulos que siguen, hago referencia a distintos tipos de materiales feministas que han sido mis compañeros en mi camino como feminista y como trabajadora de la diversidad: desde textos de filosofía feminista hasta la literatura y el cine feministas. Un texto compañero podría pensarse como una especie compañera, para tomar prestada la sugerente formulación de Donna Haraway [vii] . Un texto compañero es un texto cuya compañía te permitió abrirte paso en un camino menos transitado. Esos textos pueden despertar un momento de revelación en medio de una proximidad abrumadora; pueden compartir un sentimiento o darte recursos para entender algo que hasta entonces había estado más allá de tu comprensión. Puede que los textos compañeros te hagan dudar o cuestionar la dirección en la que estás yendo, o pueden darte la sensación de que, si sigues por el camino que has tomado, no estás sola. Algunos de los textos que aparecen junto a mí en este libro han estado conmigo antes: La señora Dalloway de Virginia Woolf, El molino del Floss de George Eliot, Frutos de rubí de Rita Mae Brown y Ojos azules de Toni Morrison. No podría haber avanzado en el camino que tomé sin estos textos. Vivir una vida feminis ta es vivir muy bien acompañada. He puesto estos textos compañeros en mi kit de supervivencia aguafiestas. Te invito, como lectora feminista, a armar tu propio kit. ¿Qué incluirías en él? Los materiales que incluimos en nuestros kits podrían también llamarse clásicos feministas. Por clásicos feministas me refiero a libros feministas que han estado en circulación, que se han gastado de tanto pasarse de mano en mano. No me refiero a clásicos en el sentido de textos canónicos. Por supuesto, algunos textos se vuelven canónicos, y necesitamos cuestionar cómo sucede eso, cómo se hacen las selecciones; necesitamos preguntar qué o quiénes no sobreviven a estas selecciones. Pero los textos que nos llegan, los que hacen una conexión, no son necesariamente los que se enseñan en la academia o los que logran entrar en la edición oficial de clásicos. Muchos de los textos que conectan conmigo son textos que se suponen anticuados, que se considera que pertenecen a una época que ya no es la nuestra. El concepto de clásicos feministas es para mí una manera de pensar en cómo los libros crean comunidades. Formé parte de un grupo de lectura de clásicos feministas organizado en el marco de los estudios de la mujer en la Universidad de Lancaster. Este grupo de lectura se convirtió en una de las mejores experiencias que tuve en mi vida intelectual feminista hasta ese momento. Me encantaba el trabajo de revisar materiales que hoy tenderían a ser pasados por alto, de encontrar en ellos abundantes recursos, conceptos y palabras. Prestar atención a los clásicos feministas es dar tiempo: afirmar que lo que está detrás de nosotras merece ser revisado, merece ser puesto delante de nosotras. Es una forma de hacer una pausa, de no apurarse, de no dejarse seducir por el zumbido de lo nuevo, un zumbido que puede terminar siendo lo único que escuchas, y bloquear la posibilidad de abrir nuestros oídos a lo que vino antes. La otra cosa que realmente disfrutaba en el grupo de lectura era la atención a los propios libros en cuanto objetos materiales. Todas teníamos ejemplares diferentes, algunos desvencijados y muy leídos, gastados y, por decirlo así, vividos. Se puede, creo, vivir en los libros: algunas feministas pueden incluso empezar sus vidas feministas viviendo en los libros. Participar en el grupo me hizo tomar conciencia de hasta qué punto la comunidad feminista se forma pasándonos libros unas a otras; la socialidad de las vidas de los libros es parte de la socialidad de nuestras vidas. Hay tantas maneras de que los libros feministas cambien de manos; pasando entre nosotras, nos transforman. Hay muchas maneras de describir los materiales que reúno en este libro: textos compañeros y clásicos feministas son solo dos formas posibles. Los materiales son libros, sí, pero son también espacios de encuentro; cómo las cosas nos tocan, cómo tocamos las cosas. Pienso en el feminismo como un archivo frágil, un cuerpo armado a partir de destrozos, de salpicaduras, un archivo cuya fragilidad nos da una responsabilidad: la del cuidado. Vivir una vida feminista se estructura en tres partes. En la parte I, “Hacerse feminista”, analizo el proceso de hacerse feminista, y la cuestión de cómo la conciencia de género es una conciencia del mundo que te permite volver a visitar lugares en los que estuviste, distanciarte de las normas de género y de la heteronorma como distanciar-te de la forma de tu vida. Parto de situaciones que viví cuando era más joven, explorando cómo estas experiencias individuales son modos de (afectivamente, voluntariamente) insertarse en una historia feminista colectiva. En la parte II, “El trabajo de diversidad”, me concentro en el trabajo feminista como una forma de trabajo en el ámbito de la diversidad en las universidades, dado que son los lugares en los que me he desempeñado, así como en la vida cotidiana. Muestro cómo las cuestiones de conciencia y subjetividad planteadas en la primera parte de este libro, el trabajo necesario para tomar conciencia de lo que tien-de a replegarse, puede entenderse en términos de materialidad: los muros son los medios materiales que impiden que los mundos se encuentren, y mucho menos se registren. Exploro las experiencias de ser extranjera, de no sentirse en casa en un mundo que sí da residencia a otras personas. En la parte III, “Vivir las consecuencias”, investigo los costos y el potencial de aquello contra lo que nos enfrentamos, cómo pueden quebrarnos historias que son duras, pero también cómo nos vuelven creativas, cómo inventamos otras formas de ser cuando tenemos que luchar para ser. La historia de la creatividad, de los lazos hechos y forjados, de aquello hacia lo que vamos y aquello de lo que nos vamos, es una historia que necesitamos tener en mente; una historia feminista. Es la experiencia práctica de enfrentarse contra un mundo lo que nos permite inventar nuevas ideas, ideas que no son dependientes de una mente que se ha replegado (porque un mundo ha habilitado ese repliegue), sino de un cuerpo que tiene que contorsionarse para hacerse un espacio. Y si nos pusiéramos todas en el mismo espacio, ¡cuánto conocimiento tendríamos! No es de extrañar que el feminismo dé miedo; juntas, somos peligrosas. [i]  bell hooks, Feminist Theory: From Margin to Centre, Londres, Pluto, 2000, p. 33 [ii]  Flavia Dzodan, “My Feminism Will Be Intersectional or It Will Be Bull-shit!”, Tigerbeatdown, 10 de octubre 2011, disponible en tigerbeatdown.com . [iii]   Ver Rosalind Gill, “Postfeminist Media Culture: Elements of a New Sensibility”, European Journal of Cultural Studies, vol. 10, nº 2, 2007, 147-66; y Angela McRobbie, The Aftermath of Feminism, Londres, Sage, 2009. [iv] Hay mucho racismo implicado en la conversación sobre sexismo: el sexismo es visto muy a menudo como un problema de ciertas culturas (o un problema cultural) “allá lejos” más que “aquí”. Además, ese otro lugar suele verse también como atrasado en el tiempo. [v]  Lauren Berlant, “Thinking about Feeling Historical”, Emotion, Space and Society, vol. 1, nº 1, 2008, p. 5. [vi] He tomado la decisión de no citar ninguna obra de las (autodenominadas) feministas radicales que están escribiendo contra el fenómeno que describen como “transgenerismo” (frecuentemente llamado feminismo radical trans excluyente, o TERF, por su sigla en inglés), porque encuentro este trabajo tan violento y reductivo que no he querido traerlo al corpus de mi propio texto. He notado leyendo discusiones en redes sociales que los mecanismos para excluir a las mujeres trans del feminismo son móviles (como los muros de los que hablo en la parte II). En algunos casos, he oído a personas referirse a “el ABC de la biología”, o a una base científica de las diferencias sexuales entre varones y mujeres, para afirmar que las mujeres trans no son biológicamente mujeres como argumento para justificar su exclusión. Quiero contestarles: “¿el ABC de la biología? Bueno, el patriarcado escribió ese manual”, y pasarles una copia de Woman Hating [Mujeres que odian] de Andrea Dworkin, un texto feminista radical que defiende el acceso de las personas transexuales a la cirugía y los tratamientos hormonales y cuestiona lo que Dworkin llama “la biología tradicional de la diferencia sexual” basada en “dos sexos biológicos separados” (Andrea Dworkin, Woman Hating, Nueva York, E.P. Dutton, 1972, pp. 181 y 186). En otras ocasiones, el trabajo transexcluyente se vale no ya de la biología, sino de la socialización: las mujeres trans no puede ser mujeres porque fueron socializadas como varones y se beneficiaron del privilegio masculino. Aquí, es lo social y no lo biológico lo que se vuelve inmutable: como si la socialización fuera solo en una dirección, se vinculara solo con una categoría (género), y no fuera impugnada y disputada en la vida cotidiana dependiendo de cómo una persona pueda o no pueda encarnar esa categoría. El propio feminismo depende del fracaso de la socialización en criar sujetos que acaten voluntariamente las normas del género. Otro argumento típico es que el transgenerismo como conjunto de prácticas médicas se apoya en nociones esencialistas sobre el género porque corrige comportamientos que no se condicen con un género y obedece a un imperativo heterosexista. Por supuesto ya hay décadas de investigación por parte de teóricas transgénero que son críticas del modo en que el género y la heteronorma devienen un aparato de verdad al interior de las instituciones médicas. Estas autoras han mostrado que para acceder a la cirugía y a tratamientos hormonales los sujetos trans deben contar un relato que siga sosteniendo los guiones sobre género y sea entonces legible para las autoridades: desde “El imperio contraataca. Un manifiesto postransexual” de Sandy Stone (disponible en lasdisidentes.com ) hasta las obras más recientes de Dean Spade (“Gender Mutilation”, en Susan Stryker (ed.), y Stephen Whittle (ed.), The Transgender Studies Reader, Londres, Routledge, 2006, pp. 315-332) y Riki Wilchins (Queer Theory, Gender Theory, Nueva York, Riverdale Avenue, 2014). Estos trabajos muestran cómo el hecho de que no te incluyan en un sistema de género (que demanda que te mantengas en una asignación realizada por las autoridades en tu nacimiento) puede provocar que te vuelvas una persona más observadora y reflexiva respecto de ese sistema (aunque es igualmente importante no esperar que las personas que no son incluidas en el sistema tengan que convertirse obligatoriamente en pioneras o trasgresoras de las normas). Creo que lo que está presente en el trabajo feminista antitrans es el deseo de excluir y patrullar las fronteras de las mujeres sobre la base de cualquier argumento (por eso el objetivo es un objetivo móvil). La vigilancia de la categoría mujeres es el canal por el cual un grupo específico de mujeres se ha asegurado el derecho de determinar quién pertenece al feminismo (la blanquitud ha sido otro mecanismo clave para vigilar el feminismo). El patrullaje de las fronteras de las mujeres nunca ha sido otra cosa que desastroso para el feminismo. Para una compilación útil sobre perspectivas transfeministas, ver Anne Enke (ed.), Transfeminist Perspectives: In and beyond Transgender and Gender Studies, Filadelfia, Temple University Press, 2012. Mi último argumento es que el feminismo empieza con una premisa que es una promesa: no tenemos que vivir de acuerdo con las asignaciones hechas por otras personas. [vii] . Donna Haraway, Manifiesto de las especies de compañía, Vitoria-Gasteiz, Sans Soleil, 2016. En la presente edición, la expresión companion species se traduce como “especie compañera” en lugar de “especie de compañía”. [N. de la T.] Fuente: Selección de “Introducción. Traer la teoría feminista a casa”  en  Vivir una vida feminista . Sara Ahmed. Ediciones Bellatera. 2018. Graciela Sacco A donde va la furia 2016 Heliografía sobre lienzo translúcido 287 x 221 cm

  • Masculinidad feminista / bell hooks

    Cuando el movimiento feminista contemporáneo empezó a andar, había una feroz facción antihombres. Muchas mujeres heterosexuales llegaron al movimiento desde relaciones en las que los hombres eran crueles, desagradables, violentos e infieles. Algunos de ellos eran pensadores radicales que participaban en movimientos por la justicia social y hablaban en nombre de los trabajadores y los pobres, o sobre justicia racial. Pero en lo que se refería a la cuestión del género eran tan sexistas como los conservadores. Algunas mujeres llegaron rabiosas por esas relaciones y utilizaron esa rabia como catalizador para la liberación de las mujeres. A medida que el movimiento fue avanzando y el pensamiento feminista fue evolucionando, algunas activistas feministas visionarias entendieron que los hombres no eran el problema, que el problema estaba en el patriarcado, el sexismo y la dominación masculina. Era difícil enfrentarse a la realidad de que el problema no radicaba solo en los hombres. Hacerlo requería una teorización más compleja; requería admitir el papel que desempeñan las mujeres en el mantenimiento y la perpetuación del sexismo. A medida que más mujeres se alejaban de relaciones destructivas con hombres era más fácil ver la imagen completa. Se hizo evidente que incluso si algunos hombres se desprendían de los privilegios del sistema patriarcal, el sexismo y la dominación masculina permanecerían intactos y las mujeres seguirían estando explotadas u oprimidas. Los medios de comunicación de masas conservadores representaban constantemente a las feministas como mujeres que odiaban a los hombres. Y cuando había una facción o sentimiento antihombres en el movimiento, lo resaltaban como una manera de desacreditar al feminismo. Como parte del retrato de las feministas como mujeres que odiaban a los hombres, también decían que todas las feministas eran lesbianas. Al apelar a la homofobia, los medios de comunicación intensificaron el sentimiento antifeminista entre los hombres. Antes de que el movimiento feminista contemporáneo cumpliera diez años, las pensadoras feministas empezaron a hablar de cómo perjudicaba a los hombres el patriarcado. Sin modificar nuestra encarnizada crítica a la dominación masculina, la política feminista se amplió para incluir el reconocimiento de que el patriarcado arrancaba ciertos derechos a los hombres al imponerles una identidad masculina sexista. Los hombres antifeministas siempre han tenido una potente voz pública. Los hombres que temían y odiaban el pensamiento feminista y a las activistas feministas no tardaron en aunar su fuerza colectiva y atacar al movimiento. Pero desde los inicios del movimiento, también hubo un pequeño grupo de hombres que reconoció que el movimiento feminista era un movimiento por la justicia social tan válido como todos los demás movimientos radicales de la historia de nuestro país que habían apoyado los hombres. Estos hombres se convirtieron en camaradas de nuestra lucha y en nuestros aliados. Con frecuencia, algunas mujeres heterosexuales activas en el movimiento tenían relaciones íntimas con hombres que estaban luchando por asumir el feminismo; si estos hombres no afrontaban el reto de convertirse al pensamiento feminista, corrían el riesgo de que acabara su relación. A las facciones antihombres dentro del movimiento feminista les molestaba la presencia de hombres antisexistas, porque contrarrestaba la idea de que todos los hombres son opresores o de que todos los hombres odian a las mujeres. Polarizar a hombres y mujeres y encasillarnos en categorías claras de opresor/oprimida promovía los intereses de las mujeres feministas que buscaban una mayor movilidad de clase y acceso a formas de poder patriarcal. Retrataban a todos los hombres como el enemigo para representar a todas las mujeres como víctimas. Poner el foco en los hombres desviaba la atención sobre los privilegios de clase de algunas activistas feministas, así como de su deseo de aumentar su poder de clase. Estas activistas, que invitaban a todas las mujeres a rechazar a los hombres, se negaban a fijarse tanto en los vínculos afectivos que las mujeres compartían con los hombres como en los lazos económicos y emocionales (independientemente de que fueran positivos o negativos) que ataban a las mujeres a los hombres sexistas. Las feministas que pedían que se reconociera a los hombres como camaradas en la lucha nunca recibían la atención de los medios de comunicación de masas. Nuestro trabajo teórico, que criticaba la demonización de los hombres como el enemigo, no cambió la perspectiva de las mujeres que eran antihombres. Y las representaciones negativas de la masculinidad dieron pie al desarrollo de un movimiento de hombres que era antimujeres, y que reflejaba de muchas maneras los aspectos más negativos del movimiento de mujeres. Al escribir sobre el «movimiento de liberación de los hombres» llamé la atención sobre el oportunismo en el que se apoyaba: Estos hombres se identificaban a sí mismos como víctimas del sexismo y trabajaban para liberar a los hombres. Identificaban los rígidos roles sexuales como el origen principal de su victimización y, aunque querían cambiar la noción de masculinidad, no estaban especialmente preocupados por la explotación sexista y la opresión de las mujeres. Aunque las facciones antihombres nunca fueron numerosas dentro del movimiento feminista, ha sido difícil cambiar la imagen de las feministas como mujeres que odian a los hombres en el imaginario colectivo. Por supuesto, caracterizar al feminismo como un movimiento que odia a los hombres permitía a los hombres desviar la atención de su responsabilidad en el mantenimiento de la dominación masculina. Si la teoría feminista hubiese ofrecido visiones más liberadoras de la masculinidad, nadie habría podido rechazar al movimiento por considerarlo antihombres. La teoría feminista no solo no abordaba de manera efectiva la cuestión de qué pueden hacer los hombres para ser antisexistas sino que tampoco explicaba en qué consistiríauna masculinidad alternativa; y ello alejó, de forma preocupante, a muchos hombres y mujeres. Con frecuencia, la única alternativa a la masculinidad patriarcal presentada por el movimiento feminista o por el movimiento de hombres eran hombres que se volvían más «femeninos». La idea de lo femenino que se evocaba procedía del pensamiento sexista y no representaba una alternativa al mismo. Lo que era y sigue siendo necesario es una visión de la masculinidad en la que la autoestima y el amor a uno mismo como ser único formen la base de la identidad. Las culturas de la dominación atacan la autoestima y la sustituyen por una idea de que obtenemos nuestro sentido de ser a partir del dominio de otros y otras. La masculinidad patriarcal enseña a los hombres que su conciencia de sí mismos y su identidad, su razón de ser, reside en su capacidad para dominar a otros y otras. Para cambiar esto, los hombres deben criticar y desafiar la dominación masculina sobre el planeta, sobre hombres con menos poder, sobre mujeres, niñas y niños; y también deben tener una visión clara de qué podría ser una masculinidad feminista. ¿Cómo transformarse en algo que no puedes imaginar? Las pensadoras y los pensadores feministas todavía tienen que desbrozar esa imagen. Como sucede a menudo en los movimientos revolucionarios por la justicia social, se nos da mejor nombrar el problema que visualizar la solución. Sabemos que la masculinidad patriarcal anima a los hombres a ser patológicamente narcisistas, infantiles y psicológicamente dependientes de los privilegios que reciben (por muy relativos que sean) por el simple hecho de haber nacidos hombres. Muchos hombres sienten que sus vidas se ven amenazadas si se les priva de esos privilegios, al no haber estructurado otra identidad central significativa. Este es el motivo por el que el movimiento de hombres intentó enseñar a los hombres cómo volver a conectar con sus sentimientos, recuperar al niño interior perdido y alimentar su alma, su crecimiento espiritual. No hay mucha literatura feminista dirigida a los chicos, que les haga saber cómo pueden construir una identidad que no esté arraigada en el sexismo. Los hombres antisexistas no han trabajado propuestas educativas de cara al desarrollo de una conciencia crítica centradas en la infancia masculina o en los chicos adolescentes. Como consecuencia de esta laguna, ahora que se está prestando atención a nivel nacional a los debates sobre la educación de los niños varones, las perspectivas feministas rara vez o prácticamente nunca forman parte del debate. De manera trágica, estamos presenciando un resurgimiento de supuestos misóginos dañinos, como que las madres no pueden educar hijos varones sanos, o que los niños varones «se benefician» de las nociones patriarcales y militaristas de la masculinidad ya que hacen hincapié en la disciplina y en la obediencia a la autoridad. Los niños necesitan una autoestima sana. Necesitan amor. Y una política feminista sabia y amorosa puede ser lo único capaz de salvar las vidas de los niños varones. El patriarcado no los curará; si así fuera, ya estarían todos bien. La mayoría de los hombres de este país se sienten preocupados por la naturaleza de su identidad. A pesar de que se aferran al patriarcado, empiezan a intuir que es parte del problema. La falta de empleo, la insatisfacción ante el trabajo asalariado y el aumento del poder de clase de las mujeres han hecho difícil saber cuál es su sitio a los hombres no ricos y no dominantes. El patriarcado capitalista supremacista blanco no puede proporcionar todo lo que ha prometido. La angustia de muchos hombres proviene de su incapacidad de abrazar las críticas liberadoras que podrían permitirles afrontar el hecho de que esas promesas están basadas en la injusticia y en la dominación y de que incluso cuando se cumplen tampoco conducen a los hombres a la «gloria». Al criticar las bases de su posible liberación a la vez que reinscriben las formas de pensar del patriarcado capitalista supremacista blanco —que ahogan su espíritu—, están tan perdidos como muchos niños. Una visión feminista que incorpore la masculinidad feminista, que acoja a los niños varones y a los hombres y que exija en su nombre todos los derechos que deseamos para las niñas y las mujeres puede constituir un nuevo hombre estadounidense. En primer lugar, el pensamiento feminista nos enseña a todas las personas cómo amar la justicia y la libertad de tal modo que promuevan y reafirmen la vida. Está claro que necesitamos nuevas estrategias, nuevas teorías, nuevos caminos que nos muestren cómo crear un mundo en el que prospere la masculinidad feminista. Fuente: Libro capítulo 12 del libro El feminismo es para todo el mundo. traficantes de sueños, Madrid, 2017. bell hooks (1952 - 2021) Asignada al nacer como Gloria Jean Watkins, toma el nombre de su bisabuela y decide nombrarse en minúsculas. Activista y escritora feminista negra que trabaja en sostener la interseccionalidad género, raza y clase. Ayobola Kekere-ekun Cómo mantener el secreto (III) 2022 Papel, tela y acrílico sobre lienzo 150 × 150 × 3.5 cm

  • “Vegetal”: ¿símbolo de la pasividad femenina? / Carol J. Adams

    Ambas palabras, “men” [hombres] y “meat” [carne] han sufrido un estrechamiento lexicográfico [en inglés]. Originalmente términos genéricos, ahora están estrechamente asociados con sus referentes específicos. Meat ya no designa a “todos los alimentos”; la palabra man [hombre], como podemos observar, ya no incluye women [mujer]. La palabra meat representa la esencia de la parte principal de algo, de acuerdo con elAmerican Heritage Dictionary. Así pues, tenemos la “meat of the matter” [la chicha de la cuestión], “a meaty question” [una pregunta con chicha]. El acto “beef up” [En castellano existe la expresión “poner toda la carne en el asador”, “darle chicha”] a algo significa mejorar o reforzarlo. Lo vegetal, por el contrario, representa las características menos deseables: como un vegetal, como en pasividad o existencia apagada, monótono, inactivo. La carne, la chicha, es algo que uno disfruta o en lo que que destaca; vegetal se convierte en representante de algo que no disfruta nada: una persona que lleva una existencia monótona, pasiva o meramente física. Un cambio completo se ha producido en la definición de la palabra “vegetable” [vegetal]. Mientras que su sentido original indicaba estar vivo, activo, ahora se ve como aburrido, monótono, pasivo. Vegetar es llevaruna existencia pasiva; igual que ser femenina es llevar una existencia pasiva. Una vez que los vegetales son vistos como alimento de mujeres, entonces por asociación son vistos como “femeninos”, pasivos. La necesidad de los hombres de desvincularse de la comida de mujeres (como en el mito en el que el último Bosquimano huye en dirección opuesta a las mujeres y a su comida vegetal) ha sido institucionalizada en actitudes sexistas hacia los vegetales y el uso de la palabra vegetal para expresar crítica o desdén. Coloquialmente, es un sinónimo para una persona con un daño cerebral grave o en estado de coma. Además, se cree que los vegetales tienen un efecto tranquilizador, embotante, adormecedor en las personas que los consumen, así que no hay forma de que consigamos fuerza de ellos. De acuerdo con esta perversa encarnación de la teoría de Brillat-Savarin de que eres lo que comes, comer vegetales es volverse un vegetal,y por extensión, volverse en algo parecido a una mujer. Ejemplos de la Campaña Presidencial de 1988 en la que cada candidato fue menospreciado con la comparación con un vegetal ilustran este desdén patriarcal por los vegetales. Michael Dukakis fue llamado “el Candidato Plato Vegetal”. La empresa Northern Sun Merchandising ofrecía camisetas que preguntaban: “George Bush: ¿Vegetal o mala hierba?”. Uno podía optar por una camiseta en la que aparecía una botella de ketchup y un dibujo de Ronald Reagan con este eslogan: “Pregunta de nutrición: ¿cuál es el vegetal?” La palabra “vegetal” actúa como sinónimo de la pasividad de las mujeres porque las mujeres son supuestamente como las plantas. Hegel lo deja claro: “La diferencia entre hombres y mujeres es como la que hay entre animales y plantas. Los hombres se corresponden con los animales, mientras que las mujeres se corresponden con las plantas porque su existencia es más apacible”. Desde este punto de vista, tanto las mujeres como las plantas son vistas como menos desarrolladas y menos evolucionadas que los hombres y que los animales. En consecuencia, las mujeres pueden comer plantas, puesto que ambas son tranquilas, pero los hombres activos necesitan carne animal. La carne es un símbolo del patriarcado En su ensayo, “Deciphering a meal” [Descifrando una comida], la destacada antropóloga Mary Douglas sugiere que el orden en que servimos los alimentos, y la comida que está presente de forma insistente en la mesa, muestran una taxonomía de clasificación que refleja y refuerza nuestra cultura más amplia. Una comida es una amalgama de platos de alimentos, cada uno parte constitutiva del todo, cada uno con un valor asignado. Además, cada plato se sirve en un orden preciso. Una comida no comienza con un postre, ni termina con sopa. Todo se ve como algo previo que nos lleva al plato principal y luego desciende de ese plato principal que es la carne. El patrón es una evidencia de estabilidad. Tal y como explica Douglas, “El sistema ordenado que es una comida representa todos los sistemas ordenados que están asociados con ella. De ahí el fuerte poder de una amenaza que debilite o confunda esa categoría”. Eliminar la carne es amenazar la estructura de la cultura patriarcal más amplia. Marabel Morgan, experta en cómo las mujeres deberían acceder a cada deseo masculino, indicaba en su Total woman cookbook [Libro de cocina de la mujer total] que una debe tener cuidado con la introducción de alimentos que sean vistos como una amenaza: “Descubrí que Charlie parecía amenazado por ciertos alimentos. Sospechaba de mis guisos, pensando que había colado germen de trigo o alguna verdura ‘buena- para-ti’ que no le gustase”. El libro Pájaros de América de Mary McCarthy proporciona una ilustración ficticia de los aspectos intimidantes para un hombre de la negativa de una mujer a comer carne. La señorita Scott, una vegetariana, es invitada a la casa de un general de la OTAN para la cena de Acción de Gracias. Su negativa a comer pavo enoja al general. Incapaz de tomar su rechazo en serio, pues la encarnación de la dominación masculina requiere un recuerdo continuo de sí mismo en el plato de cada uno, el general llena el plato de la mujer con pavo y luego echa cucharadas de salsa sobre las patatas y la carne, “contaminando sus alimentos vegetales”. La descripción de McCarthy sobre sus actos con la comida refleja las costumbres bélicas asociadas a las batallas militares. “Se había apoderado de la salsera como un arma en combate cuerpo a cuerpo. No cabía duda de por qué le habían hecho general de brigada (al menos ese misterio estaba resuelto)”. El general continúa comportándose de forma belicosa y tras la cena propone un brindis en honor de un chico de dieciocho años que se había alistado para luchar en Vietnam. Durante la discusión subsiguiente sobre la guerra, el general defiende el bombardeo de Vietnam con la pregunta retórica: “¿Qué hay tan sagrado en un civil?”. Esto altera al héroe, haciendo necesario que la esposa del general se disculpe por el comportamiento de su esposo: “Entre tú y yo”, le confía a él, “realmente le sacó de quicio ver a esa chica negarse a tocar su comida. Me di cuenta al instante”. La beligerancia masculina en este ámbito no está limitada a los hombres militares de ficción. Los hombres que maltratan a mujeres han utilizado a menudo la ausencia de carne como excusa para la violencia contra las mujeres. Que las mujeres no sirvan carne no es el motivo de la violencia contra ellas. Los hombres controladores lo usan, como cualquier otra cosa, como pretexto para su violencia. Como los “verdaderos” hombres comen carne, los maltratadores tienen un icono cultural del que aprovecharse, ya que desvían así la atención sobre su necesidad de control. Como documentó una mujer maltratada por su marido: “Él comenzaba enfadándose por pequeñas cosas triviales, una pequeña cosa trivial como haberle puesto queso en lugar de carne en un sándwich”. Otra mujer dijo: “Hace un mes me arrojó agua hirviendo, dejándome una cicatriz en el brazo derecho, todo porque le ofrecí un pastel de patata y verdura para cenar, en lugar de carne fresca”. Los hombres que se hacen vegetarianos desafían una parte esencial del rol masculino. Optan por comida de mujeres. ¿Cómo se atreven? Rechazar la carne significa que un hombre es afeminado, un “mariquita”, un “lila”. Desde luego, en 1836, la respuesta al régimen vegetariano de esa época, conocido como Grahamismo, denunciaba que “la emasculación es el primer fruto del Grahamismo”. Los hombres que eligen no comer carne repudian uno de sus privilegios masculinos. El New York Times exploró esta idea en una editorial sobre la naturaleza masculina del consumo de carne. En lugar del “estilo John Wayne”, epítome del consumidor de carne masculino, el nuevo héroe masculino es “vulnerable” como Alan Alda, Mikhail Baryshnikov y Phil Donahue. Pueden comer peces muertos y pollos muertos, pero no carne roja. Alda y Donahue, entre otros hombres, no sólo han repudiado el rol de macho, sino también la comida de macho. De acuerdo con el Times, “Créeme. El fin del macho es el fin del hombre de carne-con- patatas”. No echaremos de menos ni lo uno ni lo otro.   Fuente: Adams, Carole ( 2016). La política sexual de la carne. Ochodoscuatro ediciones. Zaira Vieytes Al ritmo del Cha cha cha 2024 Oleo sobre tela 24 x 30 cm

  • El Viaje Inútil (Fragmento) / Camila Sosa Villada

    Hay un tiempo frente a una palabra, o muchas, no importa donde nada pasa. Una está detenida frente a una idea escrita y esa idea, a pesar de ser escrita, no tiene sentido. Es un momento de mucha intimidad, un tiempo de meditación. Eso que está allí con un cuerpo, ocupando un espacio, siendo ya parte de lo escrito busca nuestra comprensión. Entonces es mejor permanecer en ese lugar donde no se puede corregir ni mejorar, ni limpiar, ni escindir, pero tampoco puede borrarse esa frase sin sentido que es necesario volver a es¬cribir. Se vuelve a escribir y se libera una parte de su sentido y se vuelve a escribir o reescribir, se tacha y se escribe por encima y el sentido finalmente se manifiesta, como un espíritu, se anuncia con dos golpes para decir sí, un golpe para decir no. Ay, ese momento en que la escritora se encuentra con lo que ha nacido de esa lengua de la que somos aparentemente ignorantes. El sentido de lo incomprensible es huérfano. Una se entrega a esa pérdida tan sólo para no pensar en nada. También es la pérdida de la orientación, es estar en sueños un par de horas, comulgando con nuestras criaturas, haciendo de la inutilidad nuestra mejor aliada. Y ante todo, es la pérdida de la noción de una misma, el cambio de piel, la juventud perdida de nuestra escritura. La escritura anulando a la escritura. La escritura pareciéndose a recibos de sueldo, a planillas llenadas por alguien que no nos conoce. La escritura como enemiga de sí misma pero también de nosotras, las escritoras, que somos al fin y al cabo la escritura. Como son las actrices el cine y el teatro. A veces releo escritos que van quedando en el fondo de la computadora, mails de hace muchos años, poemas dirigidos a amores que ya no existen y es imposible no notar una pérdida en el estilo. Y me atrevo a decir algo peligroso: extraño la escritura de ese estilo. Las falencias, los espacios borroneados, el entrar al terreno de la escritura sin saber nada y negarme a aprender nada. Abusar de los adjetivos, de los gerundios, decir obviedades, relamerse en la tristeza, hundirse en el dolor escrito y extraer de esa confusión unas horas más de vida. Un poco más de tiempo para seguir escribiendo. Ya no escribo así, con esa voz joven que decía todo lo que quería con simpleza. Tal vez soy mejor corrigiendo, advierto algunos excesos, de un párrafo entero puedo exprimir apenas una oración, soy capaz de suavizar algunas violencias del lenguaje. Pero esa inocencia con la que decía cosas tan terribles de mis veinte años, de mis dieciocho años, la prostitución, el rechazo de las personas al verme caminar en la calle, todo eso, se perdió. Hasta hoy, no sé si me sucedieron esas vidas para que las escriba o yo las sucedí para poder escribirlas. Queda todavía una inocencia que sostiene al mundo pendiendo de un hilo: Siempre es el deseo cada vez. Siempre es un deseo que se escribe. Un pedido de amor, en el sentido más estricto del término. La gente que me lee, algunos amigos, algunos lectores desconocidos, a menudo me agradecen que convierta hechos aparentemente terribles de mi vida en literatura. Pero yo no creo que los hechos puedan convertirse en literatura. Se escriben, son hechos escritos. Pero son hechos. Quedan ahí, siempre disponibles para nuestros afanes de exorcismos, nuestras fiebres catárticas, pero no. Nada de eso. Escribir no salva del hecho. Sobre lo que pasó se pueden escribir biblias eternas, que los viejos traumas no se superan. Por lo general, yo los refuerzo. Pero la escritura también puede provocar unos movimientos maravillosos, tener consecuencias sobre la realidad de esas, que provocan una felicidad muy cierta, como algún novio que escribía notitas y me las dejaba pegadas en la heladera re¬cordándome tomar los medicamentos a tal hora y algún mensaje encriptado para que pensara en él. Bueno, de eso también está hecha la literatura. De querer ser amados. Marguerite Duras dirá que la soledad es ne¬cesaria para la escritura, que todo escritor debe estar solo, construir su soledad. En este punto acuerdan muchos de los escritores que conozco. Afirman que la creación es un hecho solitario. Estamos solos frente a la escritura, frente al amor (¡qué solos estamos frente al amor!); frente a la belleza. Todo intento por transferir ese estado de soledad es lo que nos vuelve seres afectuosos y afectivos. Sin embargo, una vez que la palabra llega, ya no me siento sola. Me siento sola con el pensamiento, en determinados rituales que llaman a la palabra. Pero luego comienzo a poblar las hojas de compañía. Traigo a mis ancestros, a mis her¬manos, a mis amigos, a todos los fantasmas que me extraen de la angustia. A veces traigo también a los muchos amantes con los que me he encon-trado en la noche, ojo con ojo, para amarnos y desaparecer. Entonces la soledad deja de ser tal. También están los duendes, esos duendes de los que hablaba Lorca, ahí, acompañándonos, riéndose de nosotros o clavándonos más honda la espina para que lo escrito sea poderoso. Existe una comunión, ¿Cómo negarla? Cómo no decir que junto a nosotros también están los que nos inspiran, los que nos ayudan, los maestros que escribieron antes que nosotros y que nosotros leemos buscando un bastón, un apoyo frente a lo inasible de escribir. Y están los lectores. No. No estoy sola cuando escribo. Alguien también corrige y comete los actos de puntuación. Sugiere con el rigor de una demanda descartar frases, párrafos enteros, adjetivos, idas y vueltas, dimes y diretes, la parte vulgar de la escritura. Un editor que no te deja sola en el proceso es parte de la compañía. Es parte de la amistad, de la comunión, de la bús¬queda del otro. La soledad no es privilegio de poetas y escri¬tores, no se está más solo siendo escritor de lo que puede estarse en todos los actos de comunión de nuestra raza. Algunas cosas en mi vida comienzan a ser después de ser escritas. Por ejemplo, el amor. Es increíble cómo el sistema es siempre el mismo. Puedo sentir cierta confusión o desazón respecto a un vínculo, entonces escribo y el amor se revela en las palabras y me doy cuenta que era de esa magnitud el estado de incertidumbre, tan pa¬recido al amor. Un deseo se dice más fácilmente de lo que se escribe. Escribir un deseo es un acto de confirmación. Tengo pocos argumentos, pero puedo citarlos. Los contratos de venta, los acuerdos, las partidas de nacimiento, los matrimonios, los testamentos, todos son escritos. Cobran un valor al ser escritos y firmados. Por esa razón yo no quería editar mi primer libro de poemas. No quería dejar por escrito y fijado en papel algo de lo que posiblemente me arrepentiría. Algo a lo que las personas podrían volver cada vez. Como quien recurre al original de un contrato y dice: éste fue nuestro acuerdo, a esto me comprometí, a esto te comprometiste. En el Corán se dice: “Está escrito”. También se dice: “A las palabras se las lleva el viento”. En ese sentido, creo que escribir se parece mucho a hacer una promesa. Escribir supone un acto de constricción. Un detenimiento en el ritmo del mundo. Se razona para escribir. Así como el texto va detrás de la memoria, del mismo modo el razonamiento se encadena a la escritura. Como cuando se sueña y se tiene la impresión de que una voz antigua, nuestra, pero tan antigua que parece más sabia y ajena, nos quiere decir algo sobre nosotros mismos y entonces lo escribimos. Vamos con ese sueño escrito a nuestro psicoanalista, con ese sueño escrito inmediatamente después de ser soñado. La crueldad de lo que se escribe nunca será alcanzada por la crueldad de lo que se dice. Sobre lo dicho no hay pruebas, más que la fe y la confianza. Sobre lo escrito no caben refutaciones. Las excusas no se escriben. Escribir implica una rebeldía porque escribir supone la reflexión. Y la reflexión es inadmisible en tiempos de producción. Conlleva una pausa, un volver a los recuerdos, volver a una misma. Por supuesto que la espontaneidad es un pri¬vilegio de la palabra dicha. Lo que se escribe difí¬cilmente es espontáneo. Pero estamos hechos de pérdidas. Como escritora, a las cosas determinantes de mi mundo prefiero escribirlas. Para que sean, por ejemplo, el amor, la felicidad, la amargura, antes que decirlo, antes que gritarlas, primero las escribo. Es el poder profético de la escritura. Estoy convencida del error Hay un error en lo que escribo. No puedo decir cuál es pero sé que está. El error se ha vuelto invisible a los ojos pero está. Es lo que me hace dudar de mi escritura. Es lo que me dice que nada está resuelto. Ese error que se convirtió en estilo es lo que salva a lo que escribo de las miradas extranjeras, las miradas que nada saben, que intentan ponerle valor a la escritura de una persona. Que dicen: esto es poesía, esto no es poesía. Esto es mierda, esto no lo es. Esto se escribe dentro de este mo-vimiento. Esto no. Esta frase es mierda, otra vez. Creo que no maduro mi escritura por el miedo que me causa ese juicio sobre algo tan ín¬timo que decido mostrar. El mismo juicio que me atemoriza de mis pa¬dres. Porque al fin y al cabo, la literatura nunca ha dejado de ser el padre y la madre: Ocupada por esas dos presencias que fueron escritas una y otra vez hasta el cansancio. Son todo lo que fue fijado. Es monumental su presencia en la Eter atura.- Son como piedra caliza. El carácter de lo que se escribe, tan como ellos. Los más dañinos y los más capaces de dar amor. Por momentos estoy irreconciliable como mi mamá, no me encuentro en nada, los espejos me agreden, siento que me falta todo, que soy la mujer más frágil y miserable del mundo, escribo en un pantano donde brotan mis más horribles criaturas. Lo que escribo se pone así, como mi mamá empastillada después de una pelea con su esposo, entregada a la miseria, a la falta de respeto sobre ella misma, a la falta. Y por momentos siento la determinación de mi papá sobre el mundo que lo rodeaba. Y así como lo vi poner de pie los muros de su propia casa, yo también decido sobre la literatura. Decido cometer el error de escribir. Yerro, escribo mal, digo mal las cosas, conjugo mal, repito hasta el cansancio, abuso del pretérito pluscuamperfecto y me enorgullezco de eso como se enorgullece mi papá de su ignorancia, de su falta de tacto, de su ignorancia total sobre los “buenos modales”. Escribo así, tan alcohólicas son mis palabras como lo fue mi papá y tan desamparadas e insa¬ciables como lo fue mi mamá. Por lo demás, la literatura no ha escrito ninguna solución a los daños de mi vida. Sólo imprimió una virtud en mí, un sentido poético con que mirar las cosas. Mi papá y mi mamá son todo lo que he es alto en mi vida. Mí escritura es la tercera pieza de ese amor de mis padres que vino tan complicado al mundo. Desde siempre, desde que la clase de una familia es determinada por el sistema, se fabrican a nuestra medida esos amores destinados a doler. Porque así se escribió, así lo escribieron los poetas romanos y aún no podemos deshacernos de ello. Así, desde la muerte de mi abuela materna, muerta a manos de su esposo y la amante de su esposo, obligada a practicarse un aborto clandestino con un palo de perejil, muerta de fiebre, infectada por dentro de esa clase de pobreza donde el amor propio es aún más rechazado que el amor por los demás. Desde la muerte de mi abuelo paterno aplastado , por una cantera que se derrumbó sobre su cuerpo de minero, que terminó por caer como la violencia misma del cuerpo de mi abuelo, que castigó con tal crueldad a sus hijos, entre ellos a mi papá, ahí, ahí en ese nudo está la raíz de la escritura. Sólo es eso: un rastreo del dolor a través de las palabras. Por supuesto que en esa. travesía aparece eventualmente la dicha, que viene a re¬cordarle a la escritura su verdadera naturaleza: la oposición. Siempre estaremos oponiéndonos en la escritura. Siempre tendremos un enemigo, una contracara. Siempre habrá algo, o alguien que oponga su naturaleza a la nuestra. Fuente: El viaje inútil (2018) Ediciones La Uña Rota y DocumentA/Escénicas. Claudia del Rio Sin título 1995 Collage sobre fotografía. 19 × 14 cm

  • La Revolución Palestina (Fragmento) / Rodolfo J. Walsh

    Publicado en el diario Noticias Junio de 1974 EN LA RESISTENCIA ARMADA EL PUEBLO PALESTINO ENCONTRÓ AL FIN SU IDENTIDAD NEGADA POR LA OCUPACIÓN "Yo soy de Djebelia, en la franja de Gaza. Alli éramos 16.000 concentrados. Nos quitaron las casas, destruyeron los campos y se repartieron todo. Quieren que todo cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más vieja, la que se fue en 1948, no la dejan volver para que no puedan reconocer los lugares. Nos incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos vayamos a países más ricos. ¡Vayan a Canadá, a Argentina, allá van a estar bien! Tal vez ellos han venido de allá, ¿no?" "Djebelia tenía fama de brava. A los que éramos de Djebelia no nos daban trabajo, decían que éramos peligrosos. Un día, en 1969, nos bombardearon. Empezaron a las 10 de la mañana y nos cañonearon hasta las 5 de la tarde. Hubo 500 muertos. ¿Por qué? Porque somos palestinos. De noche rodean el campamento con tanques, no nos dejan salir. Y sin embargo, tienen miedo: yo aprendí el israelí y los oigo conversar. Cuando pasan en un jeep, van sentados alrededor del jeep, apuntando en distintas direcciones". El muchacho se ríe. Estamos en el campamento de Borje Barashne, al sur de Beirut, capital de Líbano, a cuya Universidad ha venido a estudiar. Hay 20.000 refugiados en este campamento que es en realidad un pueblo, una villa cuya copia casi exacta son algunas manzanas de la villa de Retiro: pequeñas casas de bloques con techos de chapa, pasillos de material con la canaleta por donde circula el agua, canillas colectivas. E igual que nuestro villero, el palestino pone una planta, aunque sea una maceta, en el mínimo espacio libre: recuerdo del campo al que uno y otro pertenecen. Después las diferencias. No hay calles, solamente pasillos, porque en Medio Oriente el espacio es distinto que en Argentina: Líbano cabe dos veces en la provincia de Tucumán. Pero otra diferencia que al principio casi no se nota, va penetrando como la verdad esencial del campamento. Son los hombres vestidos de caqui que sentados en alturas estratégicas vigilan con el fusil AK cruzado sobre las rodillas, es el jefe de la milicia local que sale a recibirnos, es la puerta de madera de una casa donde el refugiado que la habita ha pintado todo a lo alto la bandera roja, verde, blanca y negra de la Resistencia palestina, y adentro de la bandera su nombre en árabe. Administrativamente, el campamento depende de la UN. Políticamente, la palabra es Fatah. La luz de la esperanza En una oficina de Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de Fatah (sigla de Movi-miento Nacional de Liberación Palestina) enumeró ante el enviado de Noticias las etapas de la Resistencia. "La primera etapa, antes de 1965, fue de preparación y organización. Llegamos a la conclusión de que la lucha armada era la única salida para el pueblo palestino, y desde ese año empezamos a ponerla en práctica. Fue una época llena de dificultades: teníamos tantos enemigos... No eran sólo los israelies, sino también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los países árabes. Nuestro primer mártir, Ahmed Muza, fue abatido por el ejército jordano al cruzar la frontera con Israel". "Nuestras operaciones militares fueron una de las razones que alegaron los israelíes para desencadenar la guerra de 1967. Pero allí los países árabes fueron derrotados y se instaló un clima de derrota. Era importante acabar con ese clima, y por eso, apenas terminada la guerra, nosotros reanudamos las hostilidades. Eso fue el 28 de agosto de 1967. En cuatro meses, lanzamos 79 operaciones en el interior de Palestina, pusimos fuera de combate a más de 300 sionistas, volamos dos trenes militares, derribamos tres helicópteros, destruimos medio centenar de vehículos, hicimos estallar el depósito de explosivos de Acre y bombardeamos con bazukas los suburbios de Jerusalén y Tel Aviv. El precio fue duro: perdimos 46 hombres, de los cuales la mitad eran cuadros de conducción. Pero en todo el mundo árabe esa actividad de Fatah fue percibida como una luz de esperanza, que se agrandó el 21 de marzo de 1968, cuando dimos la batalla de Al Karameh". El signo de Karameh Si Deir Yassin es para los palestinos el recuerdo que sobrecoge y enfurece, Al Karameh simboliza la recuperación de la propia identidad negada tras la derrota, la confiscación, la persecución, el exilio. Dice un combatiente: "En esa época, nuestro problema era obtener bases permanentes. En la guerra de Junio habíamos perdido las bases de Gaza y Cisjordania. Entonces empezamos a filtrarnos en Jordania, por separado, de a uno o de a dos. Así se formó la base de Al Karameh, en el campamento de ese nombre que existía desde 1948. Juntamos 500 combatientes en la zona. De alli lanzamos una escalada operativa". "El gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los israelies empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación de represalia en gran escala, para aplastarnos. Concentraron 15.000 soldados, con tanques. Pero estaban tan orgullosos de la victoria de junio, tan seguros de que nadie podía oponerles resistencia, que no tomaron medidas de seguridad. Nosotros nos enteramos 48 horas antes de la operación. Llamamos a todas las organizaciones palestinas para que discutiéramos si debíamos enfrentar el ataque o retirarnos. Algunos dijeron que los principios de la guerrilla prohibían el choque frontal, que si el enemigo ataca en fuerza, nosotros nos retiramos, todas esas cosas". "Fatah sostuvo que todo eso era cierto, pero que aquí lo fundamental era el marco político: la derrota árabe, el pueblo desesperado. Fatah decidió dar la batalla, a todo o nada. Sólo nos acompañó una pequeña organización, el Ejército de Liberación Palestino. Con ellos distribuimos los 500 puestos de combate. No era una emboscada, Al Karameh era terreno llano, con una población, una villa de emergencia. Había que pelear como se pudiera. Durante toda la noche cavamos pozos, nos enterramos, y esperamos el amanecer". La picadura y el burro "A las 5 de la mañana empezaron la preparación de artillería, después avanzaron los tanques. Venían como para desfile. Traían periodistas y Dayan les dijo que iban a almorzar en Amán, la capital de Jordania. Cuando les paramos un tanque con un bazukazo, y después otro, se quedaron como sorprendidos. No esperaban eso. Retrocedieron, después volvieron a avanzar. Ahora venían con aviones y helicópteros además de los tanques. Les resistimos trinchera por trinchera, les resistimos hasta el mediodía. Y en esas siete horas interminables, detrás nuestro estaba el ejército jordano, inmóvil. Los oficiales miraban la batalla con sus prismáticos. El rey Hussein había ordenado no intervenir, y los oficiales miraban: oficiales árabes. No se sabe quién dio el grito, quién no aguantó más. Y de pronto el ejército jordano avanzaba, desobedeciendo órdenes, se juntaba con nosotros. Eso fue a mediodía. A las ocho de la noche la división israelí empezó a retirarse. No podíamos creerlo, era la primera vez que sucedía, la primera vez en la historia. Y cuando avanzamos vimos el daño que les habíamos hecho: los tanques destruidos, los equipos abandonados". "Al día siguiente Hussein se hizo fotografiar en un tanque capturado. A Dayan le preguntaron para cuando era el almuerzo en Amán, y él contestó que sólo el burro no cambia de opinión. A Levy Eshkol le preguntaron que había sucedido, y él dijo que el que busca miel, debe esperar algunas picaduras. Aquella picadura la hicimos nosotros, y nos costo. Nos costo 90 muertos, que son muchos cuando sólo teníamos 500 hombres. Pero Al Karameh cambió todo, fue un viraje decisivo. Les demostró a todos los árabes que ellos podían derrotar al ejército israeli. Para nosotros, el resultado fue tremendo. Hasta entonces, Al Fatah era una organización estrictamente secreta, un puñado de hombres. La batalla de Al Karameh demostró a las masas que éramos sinceros, que podíamos convertirnos en el cuchillo y en la víctima como dice uno de nuestros documentos: entrar en la batalla para crearlo todo de la nada. Que los palestinos podíamos cerrar el puño sobre la brasa ardiente, como dice nuestro hermano Abu Ammar (Arafat)" Después de la batalla de Al Karameh millares de palestinos acudieron a incorporarse a Al Fatah, que aún no estaba preparado para recibirlos, aunque tuvo que abrir las puertas. Otras organizaciones se enriquecieron con ese flujo. Un año después la Resistencia palestina se paseaba libremente por Siria, tenía una estación de radio en El Cairo, dominaba prácticamente en Libano Jordania. Sobre ese transitorio triunfo iba a abatirse la traición del rey Hussein. La esperanza palestina ardería en las calles de Amán, en las montañas de Jordania, antes de renacer poco a poco como una llama que no está destinada a apagarse. "EL SIONISMO NO ES SÓLO EL ENEMIGO DE LOS ÁRABES, ES EL ENEMIGO DE TODA LA HUMANIDAD" - FATAH En la oficina de Fatah en Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de la Organización, refirió a Noticias las etapas posteriores a la batalla de Karameh, que en 1968 demostró por primera vez que una fuerza árabe podía enfrentar al ejército israelí. "En Karameh, la Revolución Palestina creó las circunstancias de su propio crecimiento. Todo el mundo árabe se acercó a nosotros. Inversamente nuestros enemigos redoblaron sus esfuerzos para destruirnos. Los israelíes atacaron nuestras bases y nuestros campamentos, y los gobiernos árabes reaccionarios también. Esas tentativas culminaron en Jordania, en setiembre de 1970. El ejército de Hussein atacó nuestras bases y nuestros pueblos, con tanques y aviones. No consiguió aplastarnos pero mató a muchos miles de compañeros. La masacre se reanudó en julio de 1971. Tuvimos que salir de Jordania. Con la pérdida de nuestras bases jordanas, empieza la cuarta etapa de nuestras luchas. Al principio nuestra actividad disminuyó. Tuvimos que adoptar una nueva política, concentrar la fuerza de Fatah en los propios territorios ocupados. El resultado se vio después de un año, con el aumento de las operaciones. También aumentamos la acción política, la duplicamos. El resultado es que actualmente la opinión pública mundial empieza a comprender que no hay acuerdo estable en Medio Oriente sin el pueblo palestino, que no hay paz sin Revolución Palestina. Actualmente la totalidad de los países africanos, con excepción por supuesto de los residuos coloniales, reconocen a la OLP como el único representante legítimo del pueblo palestino. En la Conferencia de Países no Alineados de Argel, el año pasado, 72 estados reconocieron a la OLP. O sea que las relaciones de la Revolución Palestina con el resto del mundo crecen día a día, y particularmente con el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética. Por supuesto que no nos quedamos en eso. En la última guerra, la de Octubre, todo el mundo sabe -y principalmente los israelies- que no hubo dos frentes, sino tres: el egipcio, el sirio y el palestino." OLP Y CNP Fatah es la fuerza hegemónica de la guerrilla palestina. Su lider Abu Ammar (Arafat) preside la OLP y, desde comienzos de junio de 1974, el Consejo Nacional Palestino. Pero no es la única orga-nización de la Resistencia. En la OLP figuran, además de Fatah, el Frente Popular dirigido por Habache, el Frente Democrático de Hawathme (escisión del FP) y Saika, organización adiestrada por los sirios. Después de Fatah, Saika es probablemente la de mayor capacidad militar, y el FD, que se define como marxista-leninista, la de mayor capacidad politica, mientras que la estrella de Habache, inclinado al ultraizquierdismo, parece declinar. Fuera de la OLP se encuentra todavia el Comando General, escindido del FP y dirigido por Ahmad Jibril, que saltó a la notoriedad a comienzos de este año con la operación de Kyriat Shmonet. El Consejo Nacional Palestino, CNP, la organización más amplia de la Revolución, incluye no sólo a las organizaciones guerrilleras, sino a los frentes de masas, delegados de territorios ocupados y de la emigración y de grupos financieros y religiosos. A los dirigentes de Fatah no les gustan las fotografias ni las autobiografias. Trazar su historia no es fácil. Un documento de la Organización, fechado en 1969, admite que sus creadores fueron un grupo de intelectuales que publicaban la revista Nuestra Palestina, antes de optar por la lucha armada. En ese punto su primera preocupación fue financiar la futura Organización, sin pedir ayuda a los gobiernos árabes, y el camino que eligieron fue heterodoxo: "Ya no es un secreto que buscamos empleo o desarrollamos actividades comerciales en las regiones árabes ricas en petróleo, como el Golfo. Al principio esto creó una atmósfera particular alrededor de Fatah, pero eso no nos desalentó... porque nosotros sabíamos que nos privábamos hasta de lo esencial para ahorrar el máximo de nuestros ingresos y destinarlo al movimiento". ¿Quiénes eran? Los nombres de guerra de alguno de ellos - Abu Ammar, Abu lyad, Abu Ihad -son conocidos, pero salvo el primero (Arafat), poco se sabe de los demás. Los tres pertenecen sin embargo al grupo que fue al Golfo a trabajar. Cuando en 1965 decidieron lanzar la guerra, volvieron a suelo palestino. Abu Ammar operó allí, en Cisjordania, viviendo como un pastor a medias ciego, de gruesos anteojos negros. Su designación como "vocero" de Fatah fue una decisión en la que no participó. "Necesitábamos un hombre que pudiera hablar en nombre de Fatah. La prensa israeli había empezado a concentrarse en el nombre de Abu Ammar, porque era uno de los líderes en territorio ocupado, y un combatiente de primera fila... La dirección se reunió y lo designó vocero. Era el único miembro de dirección que no estaba presente. La decisión se anunció y él tuvo que cumplir con la decisión". HABLA FATAH A pesar del origen de sus fundadores, Fatah puso siempre el acento en la lucha de masas, además de la acción armada: "Si abordáramos solamente la lucha armada, estaríamos condenados al fracaso, porque en términos militares partimos de una situación de inferioridad. Pero si abordáramos solamente la lucha política, también estaríamos perdidos, porque tarde o temprano nos chocaríamos con la realidad de que el enemigo nos domina por la fuerza. La lucha armada es indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de otra equivale a convertir la guerra revolucionaria en una aventura. En consecuencia, nosotros no diferenciamos entre acción política y acción militar, ni mandamos a combatir a nadie que no haya pasado por la organización política". ¿Cuál es el objetivo último de Fatah? Sus dirigentes lo vienen repitiendo desde hace años: la creación de un estado y no religioso en Palestina. ¿Cuál sería la situación de los judíos en ese Estado? "Fatah no toma las armas contra los judios. Aceptamos a los judíos como ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes. Fatah toma las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el sionismo es el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no solamente de los árabes". Preguntó un periodista: -¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo? Contestó Fatah: -Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado Fuente: Fragmento de La revolución palestina / Rodolfo J. Walsh , publicado en el diario Noticias Junio de 1974 Denise Mickilowski, Sandía  - 2017 - Oleo sobre tela - 61 × 81.3 × 5.1 cm

  • Preludios al hombre loco IV – VIII / Vicente Zito Lema

    IV ¿Hay para el amor una voz que se duerme sobre las hojas? ¿Es la voz del poseso? ¿Es el deber del poseso ser la voz del amor? El poseso no lo sabe: vive estrangulado por las manos de Dios… Se cierra el crepúsculo y nada se mueve entre las flores del mar… Un hombre enfila hacia el horizonte tupido… Carga en los ojos el ligero peso de su deseo… El poseso tiene la frente desnuda… Su amada lo espera con la corona de espinas… Tiene la tez más blanca que el polvillo de arroz. V ¡Alma tierna que te despiertas al canto porque anoche las Musas soplaron divinidad en tu boca…! ¿Pero quién te sopló el dolor también sagrado? ¿Quién desató los excrementos que bien anudabas y te obligó a pastar con las cabras? Si gritas serás un caballo… Si echas espuma por la boca pagarás por el hechizo, y si manchas con sangre el mantel de los banquetes, tamaño sacrilegio te llevará al exilio, salvo que prefieras mezclar el vino de la copa con veneno… Alto precio por construir el futuro con las palabras de tu boca. VI Hombre del morbus sacrus, ¿sabrás decirme si la belleza es algo más que un desvalido ocaso…? ¿O apenas te tocó en el reparto la purificación y el conjuro para tu terror nocturno? Mira tu cabeza en el espejo: allí dentro, en el agua de tu pecera brilla la piedra de la demencia. Tiembla el astro punzante… VII … ¿Quién mueve los vientos de la mar para alejar de la costa a la Stultífera Navis? Hombre loco: que tu viaje sea el último. Que el agua limpie las pestes de tu alma. O que te devoren los monstruos marinos que para eso tienen los dientes del demonio… No vuelvas nunca, pasajero insensato, y si vuelves a cambio del agua tendrás el fuego. Deja que la ciudad viva en paz, goce de su orden mientras los naranjos crecen bajo un sol que anuncia su sabor de muerte… VIII ¡Basta de los niños que los burlan y de sus piedras que los golpean! ¡No más naufragios para las almas encadenadas sobre el mascarón de proa! ¡Los cuerpos locos ya se pudrieron mucho antes en las bodegas! Al fin tu espacio, alma en pena: el hospicio. Grandes muros en la ciudad resguardando grandes ocios: pecado. Grandes ciencias: desprecio. Llegó la hora del tratamiento moral de la locura. Sea dulzura o sean palos los consuelos… El cuerpo está vacío; lo tuyo Hombre Loco es responder a la lengua de la razón, aunque tus palabras tengan el color de la sangre y huelan como huelen las tristezas que llevan a las tumbas junto al llanto del recién nacido. Fuente: en Los Cantos del Mal, el Dolor Social y la Locura n el libro Cantos Oscuros, Días Crueles (2019) Ediciones La Cebra. Carolina Magnin, Caja Ánima 2 - 2016 - Fotografía impresa sobre cristal en el interior de una caja quirúrgica

  • Una Idea Genial / El Capitán EZLN

    Agosto de 2024 Hice mi primera captura de pantalla. No están ustedes para saberlo, ni yo para dárselos a conocer, pero he triunfado en la ardua y vertiginosa carrera tecnológica. Después de 6 meses 6 de agotadora investigación, estudios y prácticas desgastantes, solo, sin más ayuda que 453 videos tutoriales, pude hacer una captura de pantalla. Lo sé, parece increíble. Pero no crean que me conformé, ahora me propongo encontrar dónde rayos quedó guardada la captura de pantalla. Luego averiguar para que sirve una captura de pantalla. ¿Después? … ¡el mundo! Bueno, de ahí que, animado por este gran logro, me dediqué a incursionar en el mundo de las aplicaciones digitales (que los veteranos llamamos “apps”), y así surgió la idea que ahora les refiero: Se trata de una idea para el tránsito tan cacareado hacia un capitalismo humano (o a “limarle las puntas al neoliberalismo” -según la 4T-): Una nueva aplicación digital que se llamaría “OnlyHaters”. En ella usted, dama, caballero, otroa, podría insultar a placer al villano o villana de su preferencia a cambio de un precio razonable. Claro, habría cuenta premium donde el receptor se compromete a leer su mensaje o ver su video (si tiene usted más recursos). ¿Se imaginan? Casi cualquier personaje de la política y del capital se haría millonario. El futuro secretario de educación, en México, ya no tendría que vender candidaturas al cártel más cercano a su corazón. El Supremo se retiraría con su sustento asegurado y le alcanzaría para crear su propio podcast mañanero (que es lo único que hizo en casi 6 años). Trump no tendría que recurrir al fraude fiscal para financiar su campaña y sus empresas. Biden-Harris no tendrían que hacer ofertas de temporada a las grandes corporaciones para la guerra de conquista en Palestina. Le Pen y Macron no tendrían que esconder su afinidad ideológica. El PSOE y el PP podrían al fin salir del closet y abrazarse en público. Milei no tendría que ponerse histérico cada vez que dice algo ni poner cara de estreñimiento agudo. Lula, Petro y Boric podrían pagar su suscripción a los canales de tv del imperio Murdoch (Fox) sin necesidad de convertirse en sus voceros (y, por favor, que alguien les diga que ésos a quienes quieren agradar serán los mismos que mañana los lapidarán en lo mediático). Netanyahu no tendría que cometer crímenes de guerra para sostenerse en el gobierno. Zelenski encontraría un cauce honorable para su capacidad histriónica. Putin podría dedicarse a montar osos. Y claro, yo, el Capitán, no tendría que atender mi taller de bicicletas eléctricas (que se llama, por supuesto, “Mi Abuelita en Bicicleta”) para poder adquirir las obras completas de Arturo y Carlota Pérez-Reverte, Javier Marías y Arthur Conan Doyle (antes de que empiecen con sus juicios, sentencias y condenas de corrección política, “sensibilidad de género” y lo que esté de moda, permítanme avisarles que me cago en sus tribunales, los morales y los otros). No sé, piénsenlo. Así ya no se explotaría la fuerza de trabajo humana, sólo los sentimientos de rechazo, odio, intolerancia, racismo, homofobia, misoginia, fanatismo, etc. Lo más ruin de la especie humana sería fuente de riqueza. Oh, olvídenlo: para eso ya existen las redes sociales. Nah, también hay videos de gatitos y perritos (¡aww!) En fin, como le responde Don Francisco de Quevedo a un otro Capitán, veterano de los Tercios de Flandes: “No queda sino batirnos, pese a todo. Contra la ignorancia, la estupidez, la maldad, la superstición y la envidia”. Ya después el autor agregará: “la apatía, la incultura, la insolidaridad, la corrupción”. Vale. Salud y “Omitir las verdades no es otra cosa que una variedad refinada de la mentira” (Almudena Grandes. Madrid, Estado Español). Desde las montañas del Sureste Mexicano. El Capitán. Mirando el barco sobre la mar y a caballo en la montaña. México, agosto del 2024. P.D.- Si alguien, allá afuera, decide capitalizar esta genial idea, triunfar así en el rudo mundo de la era digital, tener un sitio exclusivo en Silicon Valley, codearse con los Arnault, Bezos, Musk, Zuckerberg, Gates, y ser convocado por el Preciso para que opine sobre asuntos que deberían ser de Estado, no olvide “mocharse” con un tanto de paga. Necesitamos equipar varias salas de quirófano. Están los “mete cuchillo” fraternales puestos, están los candidatos a cirugía, están los lugares para construirlos, están las jóvenas y jóvenes dispuestos a aprender. Ya sólo faltan los equipos. Y la capacitación para su uso y cuidado, claro. Fuente: Enlace Zapatista Verónica Scardamaglia (2025) Otro mundo es posible, detalle. Fotografía.

  • Estudiar Spinoza. Clínica de las pasiones / Fernando Stivala

    ¿Por qué nos conviene estudiar a Spinoza, un filósofo del siglo XVII? En su libro más importante, la Ética (1677), recorre una por una las pasiones que nos habitan. De lo que estamos hechos. ¿Son actuales, son subjetivas? El libro póstumo en realidad lo titula así: Ética demostrada según el orden geométrico. Entonces el trabajo que nos queda es comprobar sus funcionamientos y ver si nos sirven para encarar la actualidad individual y colectiva hoy. Como dice Guattari en un seminario que da en 1980: “ Para mí, solo tendrá sentido si funciona. Es decir, si los diferentes avances teóricos que propongo aquí sirven efectivamente a las personas (…) Calibrar de manera exacta, lo que se sostiene y lo que no se sostiene; y luego hacer que tambalee absolutamente todo, incluidas cosas que parecen evidentes porque uno las arrastra desde hace veinte, treinta años. Eso es todo”. Clínica de las pasiones. Clínica entonces porque todos estamos viendo cómo vivir mejor sin que nos inmovilicen las circunstancias. Cómo tener a favor el cuerpo que somos en contextos adversos. Qué hacer con lo que recibimos. Ni aplastarnos ni quejarnos, al estilo Nietzsche recibir lo que nos va tocando para poder hacer con eso. Por eso clínica. Estar inclinados y receptivos a lo que nos toca. Lo contrario sería endurecernos caprichosamente con lo que teníamos previsto, con los ideales previos. Se lee en Percia: “A la inspiración se la convoca de diferentes maneras: a veces, con oblicuidad o torcimiento. Sin mirar de frente o a los ojos de la cosa que queremos pensar. Hablamos de literatura, de arte, de filosofía, de política o, incluso, de bueyes perdidos, para hablar de clínica. Quizás la inspiración consista en disolver géneros o traspasar fronteras disciplinarias. La inspiración como impertinencia. Acaso sólo se trate de soltarnos a pensar, confiando en que, aun cuando pensamos en otras cosas, seguimos pensando en la clínica que hacemos.” Entrenar la capacidad de recepción, la capacidad de afectarse con las cosas. No queda otra. No hay manera sino, el otro camino es endurecernos, desensibilizarnos, anestesiarnos. Sigue Percia: “ Algo tan sencillo como eso: sentir emoción para sabernos con vida. Tener con quién la emoción para saber la amistad. Relatar esa dicha como legado.” Por eso la Ética de Spinoza es para todas y todos. Sentidores y sentidoras. Pacientes, ex pacientes, artistas, estudiantes, trabajadores de la salud, intensidades, consumidores, pensadoras, curioseantes, demasías, psicoanalistas, sensibilidades, descreídos, cansadas, disidencias, analistas de la psique. Clínica de las pasiones, todas. Ni alegres ni tristes, disponibilidad del pensamiento a todo lo que nos pasa. A ese conglomerado de afectos y multiplicidades que somos. En la 3era parte del libro se mete con las pasiones. Se mete de lleno con el amor y el odio, con el deseo. Con la vergüenza, la esperanza, el miedo, el orgullo…  alegría, tristeza, bronca, fastidio, vergüenza, gula, ambición, gloria, menosprecio, envidia, misericordia, humildad, arrepentimiento, soberbia, audacia, crueldad, venganza, rencor, sororidad, egoísmo, celos, miedo, esperanza, fracaso, desprecio, asombro, repulsión, devoción, seguridad, satisfacción, desesperación, indignación, reconocimiento. Necesitamos seguirles sus rastros porque nos las están arrebatando. Es necesario conservar el tesoro del cuerpo. Y es necesario conservarlo con un lenguaje sensible. No con algoritmos y patologías, ellos las llaman histeria, esquizofrenia, bipolaridad, add, ansiedad, ataques de pánico, estrés, neurosis, autismo, demencia, insanía, enajenación, adicciones, psicóticos, delirantes, místicas, depresivos, hipocondríacas, bulímicos, sádicas, perversos, bipolares. Antes de llegar a la tercera parte, el libro Primero: de Dios. ¿Interesa? Interesa porque sin creencia en las cosas es difícil encontrar el entusiasmo. Interesa porque no nos conviene un dios humano que premia y castiga, que se enoja y se enorgullece por tus acciones. Supersticiones que nos alejan de lo que podemos. Interesa conocer la naturaleza, lo que podemos y pueden las cosas, sus relaciones. Interesa porque no hay un sentido último, sino que lo vamos construyendo con lo que va tocando. No hay ningún fin y estamos siempre en la meta. El instante lleno no está en ningún futuro, sino que siempre se encuentra ahí, basta con aprehenderlo, para lo cual hay que aprender a estar enteramente presente, a tener presencia de espíritu. Como dice Percia: “ Tarea como conjuro ante la depresión, la inmovilidad, la entronización de lo perdido. Tarea como movimiento que impulsa. No como meta fatalmente insatisfecha, sino como deseo que encuentra en su inconclusión una íntima potencia”. Interesa Dios porque la fe es la herramienta. No la de los religiosos, eso es sumisión. La fe es la inteligencia del alma. La fe en la vida. Y el libro Segundo: sobre el entendimiento del pensamiento; y del cuerpo. Interesa porque solemos recurrir a controlar el cuerpo y las pasiones con la razón. No es así. No funcionan así las cosas. Cada una tiene su recorrido particular y sino lo conocemos seguiremos chocando contra la pared de las emociones. Las emociones no se controlan, se conocen para seguirlas mejor. Y si se consigue controlarlas, en un momento el cuerpo estalla. No damos más. Percia: “ Ese meollo de afectos que se constriñe para vaciarse sin lograrlo, que llamamos angustia.”   “ Se lee en Fedro de Platón que quienes no aman practican la mesura y viven en una templada cordura, libres de pasiones y arrebatos; mientras que quienes aman entran en un estado de demencia. Entonces, Sócrates defiende la locura con estas palabras: Porque si fuera algo tan simple afirmar que la demencia es un mal, tal afirmación estaría bien. Pero resulta que, a través de esa demencia, que por cierto es un don que los dioses otorgan, nos llegan grandes bienes” Nos queda el libro 4, donde se ven las fuerzas del mundo que siempre son más fuertes de lo que puede un solo cuerpo. El capítulo de la servidumbre. Entender cuándo, cómo y por qué somos serviles a otros poderes. Como eso nos come la potencia. Y por último el libro 5: de la libertad humana o del poder del entendimiento. ¿Nos conviene seguir llamando libertad a ese saber vivir? ¿Es un saber? Al estilo Nietzsche una sabiduría dionisíaca , la que puede soportar la mirada al abismo, y no por ello se rompe, sino que más bien conserva una enigmática y casi alegre quietud. O al estilo Deleuze, un saber seleccionar las situaciones que nos componen y alejarse de las que no nos componen. O como dice Heráclito: “El eterno y único devenir, la inestabilidad entera de todo lo real (…) a lo que más se parece es a la sensación por la que alguien, en ocasión de un terremoto, pierde la confianza en la que la tierra esté firmemente asentada. Se requiere una fuerza sorprendente para convertir ese efecto en su contrario, en la admiración sublime y beatificante.” Esta es la travesía en la que nos embarcamos con este libro. Como decía Leibniz, contemporáneo de Spinoza: “ Lo propio de lo posible es tender a la existencia”. Siempre que hay encierro, o acostumbramiento, o asfixia, o rutina, o el mundo se nos cae; hay que buscar y tentar posibles. Siempre hay encierros, pero también siempre hay salidas. No hay salida individual, hay conocimientos singulares en común para salidas colectivas. Encontrar posibilidades donde parecía no haberlas. Y termino con algo más de Guattari en el seminario del´80: “ Lo que me interesa no es tanto discutir las cosas que afirmo. Imagínense que hay cierto umbral a partir del cual me cago en discutir lo que digo: si piensan algo distinto ¡muy bien! Es más bien ver si esto puede funcionar, si se lo puede poner en funcionamiento en las prácticas de cada uno. Este sería, en alguna medida, el objetivo de estos encuentros.” Percia, M (2025) Darse a la inspiración. Revista Adynata enero. Percia, M (2025) La noche del corazón. Revista Adynata febrero. Guattari, F. (2024) Seminarios I. Editorial Cactus. Safranski, R. (2019) Nietzsche, Biografía de su pensamiento. Editorial Tusquets.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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