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- ¿Dónde se instala el dolor? / Fernando Ceballos
Clínicas cimarronas del cuidado La luna enorme de esa noche otoñal inunda las ventanas del Instituto del Quemado del Hospital Córdoba, de la ciudad de Córdoba. Los trabajadores y trabajadoras nocturnas se internan en una dinámica que les va a ir cambiando su ciclo circadiano por algunos días. La noche, amiga de la luna y del silencio, amerita otra atención y otra tensión. La mujer tiene quemado casi el sesenta por ciento de su cuerpo, nadie entiende como todavía está viva. Hace meses que está postrada soportando un dolor insoportable: haber quedado viva después de ese intento de suicidio. Ese dolor la atraviesa entera y no la deja ni un instante. La demanda con el correr de los días se fue incrementando. El dolor dolía en todas partes. Al segundo mes ya era “una paciente problema” para el sistema. Sus demandas eran incomprensibles e insoportables a las temporalidades de la estructura. Y cuando el sistema se harta arremete con más saña con sus dispositivos de colonización. Y así, la medicalización se fue instalando como respuesta más cómoda a los requerimientos persistentes, y como disciplinamiento de una sensibilidad desguarnecida. Iván Illich, nos aclara el panorama, “Cuando la civilización médica cosmopolita coloniza cualquier cultura tradicional, transforma la experiencia del dolor. La civilización médica tiende a convertir al dolor en un problema técnico y, por ese medio, va a privar al sufrimiento de su significado personal intrínseco”[i]. La morfina fue entrando en su cuerpo de a puchitos y éste la fue naturalizado de tal manera, que ahora sólo dura su efecto unas pocas horas. El dolor sigue, siempre sigue ese dolor. “El dolor desborda la lógica, lo racional, el lenguaje”[ii]. El timbre invade el silencio de la noche. El enfermero, cansado por el trajín de la jornada, entra a la habitación y unos ojos desorbitados e insomnes imploran dedicación. Me duele mucho, dice. El enfermero contesta seco e impaciente: pero si hace una hora que te administré el analgésico. Ese matadolor médico[iii] potente. Sí, pero me duele mucho lo mismo. Porque no me lees algo, le dice. Por un momento se detuvo el ritmo como queriendo acceder a una súplica, pero al instante la rutinización hizo que todo volviera a la normalidad. El enfermero piensa en todo el “trabajo técnico” que le queda por resolver y no puede creer que esta paciente le pida que le lea algo. Con un gesto poco alojador, le dice que lo espere “un ratito” que enseguida vuelve. Y se interna nuevamente en su alienante tarea repetitiva y a la vez necesaria para otros: medicación, curaciones, control de signos vitales, higiene, entre otras cosas. Esta solo esta noche, y debe organizarse de otra manera para hacer su trabajo. Ya en la oficina de enfermería, y después de “un ratito”, transcribiendo datos en las historias clínicas, suena el timbre de nuevo. Es ella. Como insiste esta mujer, se dice para adentro. Deja por un momento lo administrativo y se interna nuevamente en ese ambiente cargado de sensaciones humanas que habita cada habitación del Instituto del Quemado. Y va a ver qué sucede. Se acerca con pasos silenciosos, esperando tener la suerte de encontrarla dormida. Mala suerte para él, la encuentra con la misma imagen de hace una hora atrás. Se deja llevar por el alarido suplicante de esos ojos que piden a gritos otros ojos que la miren. Y resignado a ese lamento, toma un libro de esa pila que pasaba la altura de la mesita de luz y él no se había percatado que estaba allí. Acerca la silla al costado de la cama, cerquita de la cabecera, como para leerle al oído. Y lee. Se compenetra tanto en la lectura, que lee un rato largo. El tiempo fue cómplice, lo mismo que la concentración. Tal vez pasaron cinco o diez minutos, o “un ratito”. No sabe que pasó en ese tiempo. Y mientras lee, invade al ambiente de una extraña aura atemporal que cuida. Cuida un cuerpo doliente que disimula un dolor más allá de los filetes nerviosos que quedaron expuestos ante la quemadura. Ella tolera un dolor que la atraviesa entera, en su cuerpo y en su historia. Resiste un dolor que la vulnera hasta la deshonra. No quiere dormirse sola. El miedo a cerrar los ojos y no despertar nunca, la excitan. Y se queda ahí quietita mirando como el lector intenta, ésta vez hospitalariamente seguirle su pedido. Y se queda ahí, así expuesta no en carne viva, sino en alma viva. Y viaja. Y sueña. Y vuela. “El dolor es subjetividad, experiencia común y solidaria irremisiblemente asociada al hombre desde el inicio de los tiempos. Experiencia inconmensurable desde su exterior, intransmisible desde un lenguaje que no sea el que él mismo determina. El dolor iguala, manifiesta la densidad y profundidad del hombre. Es un hecho personal, que hace palpable la condición de finito del hombre: aquél que sufre se reconoce como mortal. El dolor es proximidad a la muerte, conciencia de fin que se nos aparece de forma violenta, imprevista. Es signo de humanidad, está en el ser del hombre el sufrir, así como lo está el morir”[iv]. De pronto un ronquido, sorprende a esa voz bajita y de garganta que imposta el enfermero que intenta una calma para ese dolor. Mira de reojo aquella mirada desorbitada que lo convocó, y con asombro descubre como ha desaparecido para darle paso a un sueño profundo. Con el tiempo ese joven enfermero entenderá que el dolor nada tiene que ver con la sangre de las heridas concretas, ni con moretones o traumatismos, solamente. Entenderá que el dolor es eso que se instala en una vida como errancia y que busca desconsolado durante “un ratito” una palabra, una mirada, una lectura. [i] Illich, Iván. Némesis médica. La expropiación de la salud. breve Biblioteca de respuesta. Barral Editores, 1975. CABA. Pag. 113 [ii] Negri, Antonio. Job, la fuerza del esclavo. Buenos Aires, Paidós. 2003 [iii] Idem 45 [iv] Pérez Marc, G. [2010], “Sujeto y dolor: introducción a una filosofía de la medicina”, en Archivos Argentinos de Pediatría;108(5):434-437.
- Una crisis planetaria / Leonardo Boff
Entrevista de Bárbara Schijman Leonardo Boff es teólogo, ex sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y ecologista. Nació en Santa Catarina, Brasil, el 14 de diciembre de 1938. Estudió Filosofía en Curitiba y Teología en Petrópolis. En 1970 se doctoró en Teología y Filosofía en la Universidad de Munich, Alemania. Fue profesor de Teología Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, de Teología y Espiritualidad en varios centros de estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante en las universidades de Lisboa, Portugal; Salamanca, España; Harvard, Estados Unidos; Basilea, Suiza; y Heidelberg, Alemania. En 1993 fue aprobado como Profesor de Ética, Filosofía de la Religión y Ecología en la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). Recibió numerosas distinciones, entre ellas, el título Doctor Honoris Causa en Política por la Universidad de Turín, Italia, y en Teología por la Universidad de Lund, Suiza. En diciembre de 2001 se le otorgó, en Estocolmo, el Right Livelihood Award, más conocido como «Premio Nobel Alternativo». Teórico y referente de la Teología de la Liberación desde fines de los años 60, en 1985 fue condenado a un año de «silencio obsequioso» por el Vaticano, luego de la publicación de su libro Iglesia: carisma y poder, y depuesto de todas sus funciones editoriales y docentes en el ámbito religioso. Dada la presión mundial, la sentencia fue suspendida en 1986. Pero en 1992, frente a la amenaza de una segunda sanción, el teólogo renunció a sus actividades sacerdotales y se autoproclamó laico. Vive en el Brasil de un Bolsonaro «enemigo de la vida y de la naturaleza». En tiempos convulsionados por la pandemia de COVID-19, sostiene que «estamos en una profunda crisis de civilización, que tiene que ver con nuestra relación con la Tierra y los daños que la humanidad le inflige a diario». Subraya, en este contexto, la imperiosa necesidad de «un pacto social que vaya de la mano con un pacto con la naturaleza, la Tierra entera y la naturaleza entera, que ponga al mundo en el camino hacia “una democracia social-ecológica”». –¿Qué ideas ha suscitado en usted el contexto de la pandemia? –Creo que el coronavirus significa un contraataque de la naturaleza contra un tipo de humanidad, específicamente, aquella capitalista e industrialista que durante siglos ha devastado todos los ecosistemas. Muchos hablan de ciencia, técnica, de insumos y de una desenfrenada búsqueda de una vacuna, pero pocos hablan de la naturaleza del COVID-19. Si no cambiamos nuestra relación destructiva con la naturaleza, es decir, con las bases que sustentan la vida, la naturaleza seguirá dándonos señales para que paremos con esta agresión, como advierten grandes biólogos en el mundo. Lo peor que nos puede suceder es volver a lo de antes y seguir explotando los bienes y servicios de la naturaleza. China nos está dando el peor de los ejemplos, porque no ha aprendido nada del virus: sigue con su superproducción sin cambiar su relación con la Tierra y la naturaleza. La crisis planetaria es un llamado urgente para cambiar de paradigma de producción, distribución, consumo, dando centralidad a la vida y no a la ganancia, a la salud colectiva y no al negocio de las enfermedades, a la cooperación y no la competencia, a la interdependencia y no al individualismo, a la corresponsabilidad colectiva. Esta no es la guerra del hombre contra el virus; es la guerra del virus contra el hombre. –¿Qué cuestiones tenemos que aprender de estos tiempos? –La primera lección que debemos aprender es que no somos el «pequeño dios» en la Tierra que con su tecnociencia lo puede todo. Un virus invisible puso de rodillas a las potencias militaristas con todas sus armas de destrucción masivas. Para nada sirven. Debemos aceptarnos como seres vulnerables, expuestos a la imprevisibilidad, ayudarnos mutuamente, y construir un modo de vivir que sea amigo de la vida, una civilización biocentrada. Esto no es mística; es un dato de la ciencia. Hay que abandonar el equívoco mayor de la modernidad, acerca de que en el baúl de la Tierra los recursos son infinitos y que podemos seguir con un desarrollo infinito. La Tierra es pequeña, con recursos limitados, y no tolera un proyecto ilimitado. Respetamos los límites de la Tierra y dej amos tiempo para que se regenere o iremos a engrosar el cortejo de aquellos que van en la dirección de su propia sepultura. Esta crisis paradigmática demanda un pacto social mundial, pluriforme, para enfrentar globalmente los problemas globales. El tiempo de las soberanías nacionales pertenece a otro tiempo. En esta época planetaria hay que construir la Tierra como la casa común dentro de la cual tienen su valor las culturas con sus tradiciones y sabidurías, pero no aisladas o construidas unas contra las otras. –De ahí su idea acerca de una «democracia social-ecológica». –El COVID-19 nos ha demostrado que los países no pueden resolver sus problemas por sí mismos y sin la cooperación de otros y de todos. La democracia que tenemos empieza con el voto y termina con el voto. Esto nos ha llevado al fracaso de las formas actuales de democracia meramente representativa y casi nada participativa. Debemos enriquecer nuestra concepción de democracia. No puede ser más antropocéntrica o sociocéntrica, tiene que ser socioecológica e incorporar y respetar a los pueblos de los bosques, los pueblos de los animales, los pueblos de la aguas. Sin ellos no podríamos garantizar un futuro para nosotros y para las futuras generaciones. La Tierra es mi patria, como dice una canción en Brasil, el alma no tiene frontera y ninguna vida es extranjera. –Justamente, pensando en Brasil, ¿cómo analiza la situación allí? –En Brasil vivimos una tragedia humanitaria, con un presidente que no tiene ningún proyecto oficial para combatir la pandemia y que abandonó a la muerte a su propio pueblo. Ya son casi 160.000 muertos y se calcula que a finales de año serán cerca de 200.000, y más de cinco millones y medio de afectados. El presidente es un criminal y un necrófilo. Al terminar su mandato posiblemente tendrá que enfrentar a la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes contra la humanidad. Más que un problema político, Bolsonaro representa un problema psiquiátrico: sufre una especie de lobotomía que le impide sentir el dolor del otro y que lo vuelve cercano a la muerte y no a la vida. Por eso alaba torturadores, así como las dictaduras de Brasil, Argentina, de Chile, y promueve con sus discursos y fake news el odio a los negros, los indígenas, las mujeres, las poblaciones LGBT, y a tantos otros. Lo que se vive en Brasil es una tragedia humanitaria, social, política y ética. Nunca tuvimos en la historia un presidente tan bruto, imbécil y enemigo de la vida y de la naturaleza. –En julio, Jair Bolsonaro vetó una ley que obligaba al Estado a suministrar agua a los pueblos originarios. ¿Cuál es la realidad de estos pueblos hoy, entre los grupos más vulnerables frente al COVID-19? –El crimen más grande de Bolsonaro fue negar a los indígenas agua, remedios y todo aquello necesario para salvar vidas. Esto equivale a condenarlos a la muerte; muchos están muriendo. Esto es un crimen contra la humanidad, más que un motivo para llevarlo, por genocida, a la CPI. En lugar de enviar médicos mandó centenares de militares para defender las tierras destinadas al gran negocio de la minería, la extracción de oro y la deforestación, para incentivar el agronegocio para la exportación. –Con todo, Bolsonaro mantiene un piso considerable de aprobación y apoyo popular. ¿Por qué? –Las élites que controlan el Estado y la riqueza nacional nunca han aceptado que alguien que viniera de abajo, un obrero como Lula, llegara a la presidencia del país. La burguesía rica y excluyente hizo de todo para impedir sus programas de inclusión social para cerca de 36 millones de personas. Cuando se dieron cuenta de que eso podía perpetuarse lograron satanizarlo hasta llevarlo a prisión en un proceso sin causa clara. Crearon una atmósfera nacional anti Partido de los Trabajadores (PT) como si fuera la gran corrupción del país, lo que no es verdad, porque en el ranking de corrupción de partidos estaba en la décima posición. Al final de un juicio injusto «por un crimen indeterminado», lo encarcelaron hasta que pasaran las elecciones. Bolsonaro se erigió como la antipolítica, el anti-PT, y con un discurso de odio. Hubo una utilización masiva de fake news y calumnias con tal de que Bolsonaro fuera presidente. Es importante señalar que la sociedad brasileña en general es conservadora y moralista. Con su discurso de odio, Bolsonaro despertó la dimensión oscura de la población. Hay sectores de tendencia fascista, apoyados por las élites del atraso, como las llama el sociólogo Jessé Souza, que siempre han ocupado el Estado y que nunca propusieron un proyecto nacional para todos. –En el caso de Brasil, no se puede soslayar la influencia de las iglesias evangélicas. –Hay muchas iglesias neopentecostales con millares de seguidores que predican el evangelio de la prosperidad material. No tienen nada que ver con el evangelio de Jesús, que habla de pobres, de misericordia, de liberación de las opresiones sociales y religiosas, cuestiones que no entran en la predicación de estas iglesias. Son brazos políticos del presidente, que las utiliza como apoyo político, como base de su sustentación. Esto significa un reto para la Iglesia católica y para otras históricas acerca de cómo explicar a estos millares de seguidores que están siendo dirigidos por lobos en piel de oveja. –¿Por qué considera que el coronavirus ha derrotado al neoliberalismo y al capitalismo, siendo que líderes como Donald Trump y Bolsonaro conservan niveles de aceptación importante? –El COVID-19 cayó como un rayo sobre el proyecto capitalista y neoliberal. No son la ganancia, el individualismo, el mercado y la competencia los que nos están salvando. Al contrario. Espero que el capitalismo y el neoliberalismo no vuelvan con esa voracidad que los caracteriza, porque esto puede significar el fin de nuestra civilización. Es un sistema antivida que produce dos perversas injusticias: una social, haciendo que, según el Credit Suisse, el 1% de la humanidad posea el 45% de toda la riqueza de la Tierra. Por otra parte, el 50% más pobre solo posee el 1% de esa riqueza. La otra injusticia es ecológica, con la destrucción de los bienes y servicios de la naturaleza. Creo que no será ni la Escuela de Frankfurt ni la democracia sin fin de Boaventura de Sousa Santos quienes van a derrotar al capitalismo feroz. Será la misma Tierra que no dará más condiciones de autoreproducción. –En paralelo a este sistema que traza, la pandemia también evidenció situaciones de solidaridad entre conciudadanos y países. –Sí, claro. Con Adolfo Pérez Esquivel estamos promoviendo una campaña internacional a favor de conceder a las brigadas médicas cubanas Henry Reeve el premio Nobel de la Paz. Cuba está dando un ejemplo que no ocurre en el campo capitalista: la solidaridad ilimitada con los que sufren y el sentido internacionalista, más allá de las naciones, religiones e ideologías. La potencia más rica del mundo se mostró como la más pobre en solidaridad: no han enviado médicos, ni medicinas, ni respiradores, ni mascarillas. –¿Cómo imagina el futuro inmediato? –Sinceramente, no sé. No hemos acumulado aprendizaje capaz de hacer frente a las crisis, no tenemos sabiduría suficiente para encontrar los mejores caminos, no somos solidarios sino bárbaros sin compasión con el sufrimiento de los demás. La «America first» de Trump significa «solamente la América». El virus está castigando con más violencia esta arrogancia. Tengo una vaga esperanza de que vayamos a aprender del dolor. Espero que el sufrimiento no sea en vano. Pero espero. –En la radiografía del mundo que describe, ¿hay Teología de la Liberación? –El eje esencial de la Teología de la Liberación es la opción por los pobres, contra la pobreza, a favor de la justicia social y la liberación. Sin esto no hay Teología de la Liberación. Hoy en todo el mundo, en América Latina y supongo también en la Argentina, los pobres han aumentado. Ellos no son pobres, son empobrecidos, hechos pobres por un sistema social y económico que privilegia la ganancia a costa de la explotación de los obreros, del saber social y de los bienes y servicios de la naturaleza. Mientras existan pobres, habrá siempre personas que salgan en defensa de la justicia social y de la liberación de estas víctimas. Fuente: https://leonardoboff.org/2020/11/14/una-crisis-planetaria/ Documental: Jirau e Santo Antônio: relatos de uma guerra amazônica del Movimento de Atingidos por Barragens – MAB, dedicado à memória de Nilce de Souza Magalhães.
- Post Guardia XVII / Débora Chevnik
En "hospitalés", el dialecto de los hospitales, se llama "pase" a lo que ocurre "entre" un equipo y el siguiente; entre un día y el que viene. Alientos de los tiempos pasan por los cuerpos, por los espacios. Saboreo de narrativas autorizadas. Y desautorizadas. Lo que "pasa" y lo que "no pasa". Fábrica de modos, de acentos, de gestos. Escenario para performateos. Las palabras que (nos) hacen. Entre pavoneos, machetes y huracanadas institucionales se mezclan pedagogías y estrategias de supervivencia. Clínico, también, es lo que se cocina en ese guiso. "Pasará pasará...." es un formula de un viejo juego infantil. "Pase al frente" recuerda uno de los peores momentos de las infancias escolarizadas. Má si…“que pase lo que pase”. "¿Que te pasa?" es una gran pregunta clínica cuando hay oídos para sostener lo que llega y lo que no llega a decirse. "Que te pasa", también, funciona como prepoteada. Sana sana colita de rana, "si no pasa hoy, pasará mañana"... esa infinita caricia de palabras que alivia dolores incluso los que no pasan. En los "pases" se pasan datos. Información, códigos, diagnósticos, fechas, nombres. El teatro de palabras desencantadas funciona a la perfección. Angustias y otros desvíos "no pasan". Como esos permisos de salida (así se llama en los hospitales cuando alguien internadx es “autorizadx” a salir por un rato o unos días) que no se dan; "a ver si le pasa algo". Con las paCes se encaprichan quienes habitan los pases arrullados por las pesadillas de la civilización. Con Goya se te graba bien clarito: El sueño de la razón produce monstruos. Hay "pases" y "pases". Unxs goleadorxs son lxs que manejan el código, hablan con precisión, discurren poco. Cortito y al pie (son lxs goleadorxs tipo panelista de tv). Otrxs son lxs que hablan como si fueran un power point; con la lengua llena de algoritmos, te llevan de paseo en una visita guiada fascinante (son lxs goleadorxs tipo cientificistas). Por último, están lxs que enfocan en navegar sus palabras de acuerdo a los vientos de la casa (lxs goleadores tipo statuquocistas). Lxs goleadorxs son, claro, quienes se llevan los aplausos. Y después están lxs que trastabillan, pierden el hilo, tartamudean y se les hace presente el cuerpo todo el tiempo (por ejemplo si dicen hígado se tocan la panza o si cuentan que unx paciente está abandonadx se les llena la cara de pena). No son goleadorxs ni quieren serlo. Les alcanza saberse defensorxs. Les aterra vivir en modo “uy, no sabía, ¿pasó algo?” Los "pases" se hacen en diferentes lugares del hospital. Eso varía según quiénes participan. Los más importantes se hacen en el aula magna. Que suelen ser los lugares más grandes de los hospitales. Donde se realizan actos públicos, se entregan premios, títulos; se baña con discursos de bienvenida a lxs mas nuevxs y se saluda a lxs recien jubiladxs. Se (re)presentan trabajos de cada sector de los hospitales para la admiración de los demás. Son auditorios con escenario y con butacas. Suelen llevar dos nombres: el de un médicO muy reconocido de la historia de la medicina y el de una figura del arte, por ejemplo, del teatro. ¡Siguieeeente! "¡Pase el siquiente!" Un número más. La lista. Tildar. ¡Siguiente! Números. Gasalla. Siguiente! Estadísticas. Clinc caja. Siguiente! Dinero, reconocimiento. "Pases mágicos" son las destrezas que saben moverse para acá yendo para allá, saben ilusionar ojos expectantes y no los defraudan. Expertxs en apariciones y desapariciones emocionantes. Artimaña frágil para ver el mundo por primera vez. Ensueños de otros mundos en este mundo. Issac Cordal, MUU, Zagreb. Croatia, 2012
- Como se lleva a un niño / Liliana Lukin
Como se lleva a un niño es un libro de poemas sobre lo que he dado en llamar “su ausencia en mí”. Escrito entre enero de 2018 y setiembre de 2020, año de la pandemia, no es, como se podía leer en el anterior, Ensayo sobre la piel, un diario del dolor y la compasión de acompañar en la enfermedad al hermano, sino un diario del duelo por el compañero perdido por la enfermedad. La diferencia esencial, siendo ambos libros sobre el amor, es que Ensayo sobre la piel transita, poema a poema, en tiempo presente, los acontecimientos que llevan a un final, en cambio, Como se lleva a un niño es un libro que empieza cuando el final ha sucedido. El primer poema, sin embargo, es una “lieson” entre ambos libros: escrito dos meses antes de que el final de mi compañero sucediera, en marzo de 2018, es un texto que religa ambos mundos, porque ambos mundos son el mismo mundo, donde una “poética de la experiencia” habla de la continuidad de los finales. Este oxímoron es mi escritura, signada por la necesidad de transformar tanto el placer como el sufrimiento en una palabra que dé alegría, en una palabra que sufra. El título del libro, enigmático tal vez, proviene de una cita de Derrida, en Aprender por fin a vivir, la última entrevista. Hace referencia al diálogo interrumpido con su amigo Gadamer, donde, sobre un poema de Celan, dicen: “…hay que llevar el duelo como se lleva a un niño”. Escribir, inscribir el duelo, rodearse de ideas sobre la pérdida, abrigarse en lo perdido, escarbar, estar al acecho de imagen y recuerdo, dar testimonio del trabajo con las emociones, inventar modos de decir y pensar la pasión primera: vivir. Presento más abajo una selección de fragmentos del libro como anticipo para Adynata. 8 Lo que no se parte en dos no estaba entero en sus mitades, lo que no aparece como restos, rémoras, rezagos, es porque no estuvo en el mirar invento, ¿invento? Es como si en cualquier momento fuera a llegar, o estuviera por venir, por tener el alta y volver, sin pensar en imagen ni matiz, él vendría. Siento el eco y creo ver, escucho una imagen y creo sentir, ni voz ni luz, nunca su voz, nunca, escenas, escenografías, instantáneas del archivo del amor que se volvió visual, oral y pensativo, nunca su voz, no táctil, no ya oloroso, el perfume terminado, un mensaje en el grabador del teléfono deja oir su te amo, mi te amo. ¿Quién habla ahí, quién escribió, quién dijo lo que leo y repito sin sonido? ardo de lo mismo que me hiela, deambulo entre lo que aturde, fingiendo movimiento y dirección, de acá para allá, sin pies ni cabeza, a pura rememoración sorda, ciega, muda, rodeada de muebles y objetos que me nombran, sin voz, sin vos. 11-2018 9 La felicidad siempre deja huellas en este mundo. Pascal Quignard Manto de la virgen se llama su caída, florcitas liláceas entre hojas pequeñas, claras, que cuelgan sobre el aire, los vidrios, la luz que no veo del atardecer, arriba. Subo a regar de noche, tardísimo, y de día veo el relato del agua. El me traía ramos de devoción: rosas, astromelias, amarilis blancas, lilium, me traía su cuerpo envuelto en papel de seda que yo deshacía con los dientes. Sus flores y mi jardín nocturno eran mundos separados, mundos mundos de música exquisita con la que me rodeaba, protegiéndonos de la lluvia y de la muerte. 10 Cada vez que hablo de la muerte me quedo sin voz, sin palabras me quedo, afónica otra vez y otra vez y otra vez. Así hasta que estoy llena, plena, de vacío. Cada vez que hablo de tu muerte te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil, constructivo de un consuelo inútil como el olvido. “Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces que vuelven de modo aleatorio no hacen menos amable lo que fue su vida. Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto, mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría. Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda me envuelvo con su bata, me siento a trabajar, me quedo quieta, quieta, en él, con él, y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”, ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”. 17 Cada uno en sus pies, dijo ella, y así era como íbamos, las más de las veces enlazados, él caminaba como danzando sobre el agua y yo sobre la tierra trazaba nuestros pasos sin descanso. El fuego era el aire: a veces no respirábamos y a veces sólo respirábamos. Que buen vivir hubo para nosotros sobre este mundo ¿verdad? Entre el humo y los trazos, acosados por el deseo y la obligación. Qué estrecha forma de estar envueltos en el otro, amarrados al viento, como Ulises, oyendo al viento crecer en las criaturas, y en tanto, hacer y hacer trabajos, y tener nuestros cuerpos en estado de gracia. 18 Él no me piensa ya, está dicho, y para siempre, yo seré su pensativa. “Siempre” es Una cuestión de énfasis, la duración no tiene más que espacio: donde una piedra en el camino me haga sentir el camino, recordaré sus pies, y así cada cosa brillará por su ausencia. No hay en esto más que la sombra de Una vida divina apoyada en la mesa de luz: veo una marca de polvo en el vidrio negro de la tapa, y no lo limpio. Abro este cuaderno y escribo la carta que no recibirá. 19 Es así: reconforta escribir sentimientos para nadie que pueda responder, con tinta negra abrir un blanco, provocar al silencio, permanecer ahí, evocar lo que antes habitaba eso que llamamos existencia escuchar El sonido y la furia como en un campo de prueba donde las detonaciones hacían sonar el péndulo de bronce del reloj que no quise conservar: un diapasón como música atonal para el ojo que ya no me ve. 8-19 21 Yo voy, estuve, vi, decidí pensar y mi pensamiento viajó, lejos no supe hablar, materia de mis ojos esparcida en círculos habla de vos: traída por el amor estoy. Amparar, eso me pedía, que fuera la memoria externa del sistema, eso que como una caricia provee el descanso, la orilla de lo recíproco no pronunciado. Pudo haber habido más de cada cosa, siempre puede haber más, y aunque dábamos el cuerpo entero, imposible de medir la intimidad se derramaba insuficiente, simple y cambiante. Intenso como una prueba de verdad, el tiempo, el tiempo da su sonido, y ahora es un sustituto del amor porque es en la marea del pasado que nos pertenece. 23 Releo una carta, encuentros feroces con cartas donde narraba el fin de esos días aún cercanos a alguien lejano. El relato se me revela como si fuera de otra, me devuelve al lugar con detalles escabrosos pero limpios de dramatismo. Y yo releo, absorta entre la letra y los hechos, abierta en dos, cortada justo al medio de lo que fue su vida. 25 El dolor de hoy es parte de la felicidad de entonces. Hay días sin vos, espacios saturados de acciones y palabras atendidas en los que nada pasado reaparece: y de pronto, como una aguja entrando en una piel, aparece el miedo a perder, aún más que la pérdida, su recordación. 26 Vivir en estado de búsqueda, lujosa en medio de las urgencias, gasto palabras en los huecos de la extenuación, dilapido mi lengua, la lengua amada que en mi boca dejó huella: dilapido la huella como una granada, pequeños granos, moradas del jugo, palabras. Los que no se acercan al dolor es porque no tienen curiosidad. 28 Incandescencia entre mis dedos al destello de lo que no puedo soportar, cuando quema un nuevo pensamiento que no esperaba: lo que cubre mis ojos baña el cuerpo de la historia donde estás, siempre. Testigo ausente, convocado y sutil, adoro recordarte, aunque de meteoro en meteoro no podríamos tocarnos ni la punta de los dedos con que escribo. 31 Me dicen que no hay, en mi escritura, redención desplazo la melancolía como si fuera un valor degradado yo hablo en la lengua para la que el futuro está detrás y el pasado delante: en la sintaxis, el concepto, la gramática, esa lengua que no aprendí habla por mí. Las frases en cursiva corresponden a: Poema 8: Poema de Descomposición, libro de la autora Poema de El Libro del Buen Amor, libro de la autora Poema 9: De un libro de Pascal Quignard Poema 17: Poema de Cartas, libro de la autora Poema 18: Título de un libro de Susan Sontag Título de un libro de Philipe Sollers Poema 19: Título de un libro de William Faulkner Poema 25: De Una pena observada, de C.S.Lewis Poema 31: En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de la unidad del instante del ya y el aún. Completamente distinto a la noción temporal de las lenguas indo europeas. El presente no es una dimensión más del tiempo sino el ámbito donde acontece, en el enlace entre pasado y futuro. El futuro en hebreo cobija en sí los otros tiempos. El verbo hebreo indica si la acción está completa o incompleta, utilizando el modo perfecto y el imperfecto. El perfecto es acción completa (el ya) y el imperfecto es acción incompleta (el aún). En la estructura semántica de las lenguas semíticas el acontecer tiene prioridad sobre el ser. Y el decir (no lo dicho) proviene de su acontecer, no de su carácter linguístico. El decir acontece en el instante cuya temporalidad insta hacia la unidad del ya y el aún. En los Salmos y en el Cantar de los Cantares, el tiempo esta absuelto del pasado y del futuro. (Leonardo Senkman dixit)
- Post Guardia XVI / Débora Chevnik
¡Ay pero! ¡Cómo borbotean esas palabras en esas bocas! Tanto era el horror y el calor, y tanto significaban… que se terminaron volviendo… inaudibles. El ambiente se llenó de haches, de vientos, de voces áfonas. Ya sin esa bruma se dejaba ver la coreografía de los gestos. ¡Lo que eran esos rostros…y esos cuerpos! Al unísono, bien afinados, los gestos y el borboteo. Fibras musculares mecían gritos muy finos y crispaciones muy rubias. La moral, tan prolija como de costumbre, acomodaba hasta las fibras más recónditas. Unas bien indignadas mecían las más íntegras pasiones progres por los derechos de niños, niñas y adolescentes. (¿Algún espíritu animador de convicciones modo dama de beneficencia había reencarnado en esas muecas tan vívidas?) El teatro de las palabras sostenía el teatro de los gestos, que sostenía el teatro de los afectos. Los afectos… Las fibras que sostenían coreografías enlatadas cuidaban las inmovilidades incuestionables de siempre. Se estremecían en acatamientos tan entrañables; y tan foráneos. Espasmos de clase acababan con la marronada en cada contracción. Como orgasmo de burócrata al poner el sello en la hoja y despegarlo con la tinta aún mojada. Cuerpos (con)sumidos en pasiones institucionales desplegaban bailes normalizados. Fantasmas indistinguibles de un fondo monocromo. …y los deseos…sin aparecer. Ausentarse en excitaciones mayoritarias, la petite mort del día a día del Excelentísimo/a/e Señor/a/e Empleado/a/e Estatal.
- Reflex / Eduardo Magoo Nico
Recuerdo aún la lengua original. Un idioma de pasta. Madera oliente. Hubo margen para una especie de habla interior. Hay el olvido del idioma y el mensaje eterno. Asqueroso. Hubo una sílaba metálica para decir en la sombra y un nuevo olvido de lo que fue la memoria. Una idea repetida. Un asquearse de los otros que se hacen uno y siempre de uno. Un ciclo en la serpentina del venablo. Una búsqueda en cada límite y con cada nueva resistencia. Me gozo en ese muelle de soberanía escasa. Me gozo en ese muelle de soberbia. ¿Hay alguna idea que supere la idea de ortopedizar el alma? ¿Quiero decir el cuerpo de una mujer? (¿Quiero yo decir el cuerpo de la mujer?) ¿Hay un idioma que haga el olvido de mi propia memoria? Sistema de resistencia y de fallo. En ese fallo me gozo como en un muelle... ¿Perdido el perdedor se pierde lo ganado? ¿Hay un habla por fin que haga el olvido del idioma? ¿Un sistema para perseverar en el fallo? ¿Para reconstruir la trampa no siendo por enésima vez el cebo? En esa abertura blanca sobre lo negro me cierro. Al álamo sombreado del páramo, recogido. Parado, sincero. Hay una ausencia más rotunda que el agujero en el lugar de vaciar. Que el yeso en el lugar de quebrarse. Que la máquina imantada en el lugar de pisar. De ser pisado... Pero he aprehendido que negando lo negado aparece un algo parecido a un sí. Que es no. En ese muelle me hamaco. Junto al álamo donde no estoy. Afortunadamente. Sin un sí. Sin siquiera el sueño del sueño de un sí en mi cuerpo. De un sí para afuera y a lo lejos. Un sí como de otro. Meciéndome muellemente. Como una nueva vacación cada vez. No siendo lo que escribo. No escribiendo. Negándome a saber que solo y solo si. Soy ese sí. Ese cuerpo. En la sombra de las palabras. En el lugar del fantasma. Ortopedia del alma. Algo como dinero-mujeres. Caminar. Arrastrarse. Empujarse con los muñones. Sobre un carrito de rulemanes. Con un bastón. Con muletas. Con piernas mecánicas. Con pelvis de goma. Con prótesis dentales. Con hombreras. Con un aro de yeso. Con un garfio. Con audífonos. Con fajas elásticas, bombacha de goma, ano contra natura, dedales metálicos, nariz de platino. Como sea. Hasta la muerte.
- Post Guardia XV / Débora Chevnik
El pibe vaga por el hospital conociendo ya el diagnóstico. Así, pasea su covid de punta a punta. Que tenía amigxs psicólogxs que conoció en la internación anterior y que quería ir a saludar, que hacía mucho que no pasaba por el hospital donde comenzó a atenderse siendo un bebé y quería andar por ahí, y otras historias devenidas urgencias, se desoyen para escuchar las voces que ya saben. La gorra alucina, solo tiene oídos para las perezosas interpretaciones prêt-à-porter. Repite "no adhiere a las indicaciones porque tiene un diagnóstico de...". ¿Está bien pasearse por el hospital teniendo covid? ¿A ver el coro?!! Nooo, está mal! Está mal mal mal muy mal. Entonces, medicación para que se quede quietito quietito. Pero… la ciencia de la sinapsis puesta al servicio del orden del mundo no solo no lo deja quietito quietito sino que, ahora, además tiene una baba colgando hasta el ombligo. Y con cada broma y con cada abrazo que atina a dar -porque es muy cariñoso, eso no lo niega nadie- pendula esa indisciplinada y suelta baba. Ahora, el brazo químico de la tranquilidad institucional, se debilita. Porque ante la hediondez de esa larga transparencia y entre tanto cariño que quiere abrazar a toda costa no sabe qué hacer. Mirando de frente y desempañando la semiología, no se sabe bien si es la baba la que pende del desacatado ímpetu bromista juvenil o si es el pulcro y académicamente-justificado intento de disciplinamiento lo que pende de esa viscosidad inusual. Al construir modos de estar en el trabajo institucional, ¿qué hay entre nosotrxs?, ¿qué pasa entre nuestros cuerpos? En la baba, hoy, ríe la risa que ríe de los empecinamientos de la razón.
- Cueros / Rocío Feltrez
(…) Habría que empezar de nuevo, aprender a tocar las cosas, las personas como aprendimos de niños. Pero en lugar del gesto de apropiación, de la creciente codicia, ¿podría haber un modo, un modo que no existe todavía, de tocarnos sin provocar una herida que va a llevar mucho tiempo sanar, la vida entera, sin garantías de que esa restitución sea posible? Que sea posible sin embargo, pido, apenas eso: no causar más dolor que el que ya existe, ante todo no dañar, como decían los primeros médicos de la tribu. Claudia Masin, “La venganza” en Lo intacto. Para confirmar su existencia, para reafirmar su poderío, necesita una periódica lamida de ego. Detesta saberla deseante. No soporta que esa existencia con la que comparte los días viva una vida más allá de él. Su piel se crispa cada vez que deja de ser el protagonista de la historia. Las ansias de dominación lo dominan. Ella intenta mediar. No mostrarse tan deseante, no enojarse demasiado; ahorrarse un mal momento. No puede vislumbrar que aquello que se asfixia es vida. Lidia, también, con miradas cercanas que observan las escenas con pena y resquemor. Ninguna amiga le acerca un mapa. No hay mano tendida para esa obrera del patriarcado de tiempo completo. Días y noches dedicándose a trabajos no remunerados para alimentar la imagen de la buena mujer, la buena esposa, la buena madre. Él, descansa en la comodidad del traje de Obelisco que le hicieron a medida. Desde que nació, a las trece en punto lo espera una mesa servida, una mujer que cocina, le sirve, lava, limpia, plancha y celebra todos y cada uno de los movimientos que hace. “Mirá qué lindo, qué cosa más hermosa, cuánta perfección, cómo se distingue, todo lo que sabe, yo no sé a quién sale, tan ingenioso, tan educado, tan inteligente”. Con ese ego inflado es parido al mundo. Lo espera otra mujer en cuya piel se han ido inscribiendo los dictados de la educación sentimental de la época, y anhela cumplir con los mandatos que el mundo social ha imaginado para ella. Con el correr de los años la romantización de ese horizonte de felicidad de plástico se derrite de espanto. Y hay que blindar bien la piel para no querer rendirse; para no aceptar que ese que le han vendido como el mejor de los mundos posibles es un lugar horrible, que sólo se puede habitar a costa de acallar el deseo, volverse una muerta en vida, concretar una total desconexión entre los gritos del cuerpo y la cadencia cotidiana de la servidumbre y la violencia. Queda seguir justificando, mediando, explicando, tapando los cráteres que deja a su paso una existencia soberbia, construida sobre la misoginia, graduada en la escuela de la dueñitud. Las propiedades del amo se levantan sobre una fosa común de mujeres a las que la vida se les ha sido escamoteada. Tantos desabrazos, tanta desidia, tanta desatención, tantas muertes explicadas por la costumbre. ¿Y no hay nada más para decir que la costumbre? ¿Hay que conformarse con buscar el hueco que vuelva posible un respiro, la pausa que traiga el alivio, el oasis al que a veces llegamos por suerte o por casualidad? Hay una epidemia de la que a veces cuesta hablar: la de las crueldades, violencias y tiranías del tan humano supremac(h)ismo. Sobre el final de “Tesis sobre una domesticación” de Camila Sosa Villada, se lee un relato del padre de la protagonista de la historia; una famosa actriz travesti que se casa con un gay bien galán, blanco y acomodado con quien adopta a un chico de seis años portador de VIH. En ese relato se escuchan latidos de la crueldad. El hombre cuenta que, cuando el hijo cumple seis años, junto a la madre deciden regalale al chico dos cabritos: Pinki y Dinki. Desde ese instante y hasta el desenlace trágico, estos amigos inseparables acompañan a la criatura al colegio, lo reciben a los saltos y lo esperan para jugar. En el cruce de esas miradas se dibujaba un trazo intermitente de felicidad; se volvía posible arrancarle al mundo un trozo de dicha; encontrar un descanso, sentir la calma, pausar por un momento el punzante asedio del tedio de existir entre violencias y crueldades. Pero el fulgor de esa coincidencia interespecie hacia latir la herida del hombre de la casa. Esa felicidad le recordaba, una y otra vez, eso de lo que estaba privado. “Yo no podría soportar esa alegría”–narra el padre. ¿Cómo un cuero así de endurecido podría soportar tanta ternura? Una mañana, mientras el hijo estaba en el colegio, apremiados por la necesidad pulsante de la pobreza, el padre y la madre deciden carnear a los cabritos y vendérselos al tío. Cuando el chico regresa a la casa llama a sus amigos no humanos para comenzar una vez más el sagrado ritual del juego, pero sólo oye el silencio poblado del monte. La madre y el padre, que habían ensayado una respuesta para apaciguar un dolor inevitable, le dicen al chico que, como este año Papa Noel andaba necesitando ayuda para repartir los regalos de navidad, ellos decidieron donarle a Pinki y a Dinki al señor de barba blanca para alivianarle la tarea. Con la explicación el hijo se queda triste, pero tranquilo. Hasta que, de pronto, va al patio y avista el horror. Así lo cuenta el padre: La cosa es que no nos habíamos dado cuenta con la madre de que habíamos dejado los cueros de los cabritos colgando de la soga de la ropa. Para curtirlos. Se le pone sal y se lo deja secar así al cuero. Pobrecito m’hijo. Salió al patio y vio los cueros de los cabritos, agachó la cabecita y se metió adentro de la casa. La imagen fatídica dejó al hijo sin habla ni apetito. La criatura se mantuvo así por días hasta que, como sentencia el padre, “me cansé y le bajé los pantalones a cintazos para que aprendiera a no preocuparnos”. Esa noche, sobre el padre, se recuesta la amargura: “eso que había hecho me dolía más a mí que a él”. Los latigazos de la crueldad, a veces, rebotan; la descarga de esa fuerza, redobla sufrimientos. Así, las pieles se endurecen hasta no sentir más nada. O viven temerosas, esperando el momento del zarpazo; el silencioso espasmo que produce la sacudida de una ferocidad aciaga. Sólo una piel muerta puede recibir el tratamiento que la convierte en cuero. (ideas, notas, rumias de una tesis en preparación)
- Hace bastante que ya ni mira la pelota / Fernando Ceballos
Clínicas cimarronas del cuidado II La hermana menor me llama desesperada. No se aguanta más esta situación. Tenés que venir a colocarle la medicación, me dice. Hacía varios días que venía así. Como cada año en octubre. Deambula sin rumbo. Desorbitado en su mirada. Apurado en sus modales. De noches eternas. Consume lo que venga. Hace robos que lo comprometen con sus vecinos. Se violenta con su abuela-madre. Las demasías apelan a la incomodidad lo mismo que a la exposición. No referencian límites de las normalidades. Tampoco intentan suavizar sus estrategias. Van al hueso, como diría un férreo marcador de punta amigo. Como si estuviera midiendo el tiempo y explotara en todo ese sufrimiento acumulado en 25 años, todos los años en el mes de octubre. El mes de su cumpleaños. El mismo mes del aniversario de la muerte de su madre. Cuando él nació, su madre murió. Tremendo jugador de fútbol. Flaquito, desgarbado, rápido y fibroso. Hace unos años atrás lo vi jugar. Fue cuando había empezado a pensar que el fobal podía ser una salida más ¨honesta¨, decía él. El arranque furibundo y el freno justo, para después salir como escupido desairando al defensor, me sacaron una sonrisa esa tarde pegado al alambrado. Pude ver ahí la dignidad de un dotado aplicando toda su sabiduría y toda su potencia. Hace bastante que ya ni siquiera mira la pelota. Así, cruzando su casa, a apenas 50 metros se divisa un bunker, que a plena luz del día hace entrar y salir a sus amigos del barrio y a otros más burgueses con coches lujosos. Desde la puerta de su dormitorio lee todo el panorama. Sólo tiene que esperar el momento justo del día, y se cruza. Así de simple. Ese camino lo conoce de memoria, está marcado por un surco de dolor, impotencia, rabia, desplantes que recorre varias veces a la semana o cuando su abuela-madre cobra la jubilación. Un barrio de casas bajitas, todas pegadas, de ventanas chiquitas, de calles angostas que acumulan desechos al mismo tiempo que varios pibitos chapotean en esa agua inmunda de pozo negro rebalsado. Un barrio olvidado por políticas que siempre miraron para otro lado, y que siempre fue el caballito de batalla de todas las campañas políticas de todos los candidatos.El barbijo acá es un objeto de lujo. Llegue esa mañana tipo 11. Una de sus hermanas me cuenta que recién salió, y que no cree que vuelva. Me llego a la esquina para ver si lo veo, y nada. Me siento en una de las sillas playeras que tiene la familia en la vereda, y me pongo a pensar cómo íbamos a seguir. En eso la abuela-madre comienza el ritual de la cocina, allí en la vereda. Saca una mesa y debajo de una galería improvisada de lona, pela unas papas, abre una lata de tomates, pica bien chiquitita una cebolla enorme, y corta en trocitos pequeños dos pedazos de falda. Un olor salsero invade la cuadra, cada uno que pasa no puede no decir algo al respecto. Ese olor delicioso se mezcla con el olor a pozo negro del vecino, y con el olor a agua estancada de años en la cuneta, con el olor del lapacho en flor, y con ese olor que tiene la pobreza. Olor a entrega, a resignación, a cabeza gacha, a sudor mal pago. Pensaba mientras intentaba hablar con su hermana y su abuela-madre. Hablábamos y no prestaba atención a lo que me decían. Intentaba pensar como seguir. Que hacer.Ya que en realidad no tenía ni idea. Cada encuentro con él era rápido, furtivo, de monosílabos, pero a su vez era cálido, tierno, de sonrisas devueltas, de respeto mutuo, de miradas profundas. Un día enfurecido me arrinconó en la cocina, y a la vez que me amedrentaba, me cuidaba de él mismo. Me decía andá, ahora no. Creo que haberlo escuchado me permitió su confianza. Si bien el miedo también me arrinconó en esa cocina mugrienta, con el tiempo entendí que hice muy bien en hacerle caso. En esto uno debe entender que no decide. Y pensaba, y mientras pensaba. Lo veo, por arriba de mi barbijo, que venía directo a mí. Pasos largos y firmes lo iban acercando. La mirada fiera, el cuerpo estremecido, los puños cerrados. Apenas 20 metros nos separaban. Me acomodé en la silla, en el mismo momento que cruza la calle y me encara. La abuela-madre no lo había visto. Yo le avisé, pero me olvidé que era sorda y había que hablarle cerquita y fuerte. Y cuando se puso frente a mí, me incorporé. Hola, le digo. Vengo a colocarte la medicación. No sé si me había visto, tampoco sé si sabía en ese trayecto furibundo que era yo el que estaba sentado en su silla. La cosa es que, del mismo modo que apareció fieramente, su cara se transformó y con una sonrisa enorme me dice. Hola.Ya sabía que venías. Se metió en su casa. Fue al baño. A la salida se detiene en el comedor. Da vuelta una silla, apoya sus manos, y deja libre el glúteo derecho. Y siguiendo el hilo de la conversación, me dice. De parado nomás, y se ríe. Otro encuentro relámpago. Sale a la vereda y apoyando una de sus manos en la espalda de esa vieja encogida por los años. Corta un pedazo de pan y lo sopa en la salsa. Un gesto de aprobación descerraja una sonrisa tierna de su abuela-madre. Pensé en quedarme un ratito más para hablar algo con él, pero no sabía de qué. Hay momentos en que la contención o el acompañamiento saturan el momento. Él, como anticipándose a eso, me da la mano. Me dice gracias. Y así como llegó se fue. A veces los cuidados los recibe uno. A veces uno responde a las demandas de los familiares buscando no sé qué alivio. A veces uno queda atrapado en esos reclamos que piden tranquilizarlo, pero en realidad los tranquilizados terminan siendo otros.
- De lenguas madres y lenguas moras / Anabel Arias
(entre un otoño y una primavera) Estas palabras vienen de letras sueltas que anhelan tramas. Se anudan en tiempos de pandemia, descoagulan en desconciertos. Mientras se traspapelan otras cuantas en un camino que dura veintinueve kilómetros y tres metros. Escritas de sueños, confesiones y realidades. Cuentan al revés desde algunos izquierdos. En estas lenguas hay voluntades y búsquedas que se saben imposibles. No retroceden al temor de acabar en proposiciones inoportunas. Pliegues singulares demorados y afortunados. Idas y vueltas. Ni tuyo ni mío. Hay señuelos que dejan lenguas sangrando. Un poco braveando, otro poco temerosas. Hay también las que tropiezan paladares en risas cómplices. Se preguntan si se cuenta como se mira, si se narra como se sueña, o viceversa. Si nacemos del relato y de qué expansiones está hecho el pulso de una existencia. Se preguntan por aquellas que se anagraman en sueños. Prefieren las tortugas y los misterios, aunque las pequeñas certezas colgadas al sol, tienen su destello. Nunca dejan de hablar del amor. De uno que, al final, no podría ser el mismo del comienzo. En principio, podría decirse que es uno abierto a la contingencia, dispuesto a cuidar los caprichos del azar. Lenguas madres I Alguien cuenta una historia de sus pasos por un lugar que lo hace feliz. Dice de ese lugar que es su lengua madre profesional. Cautiva a quienes se saben ávidos de historias y se reconocen en ese pulso de necesidades casi ancestral. Algunos dicen que se sintieron cómplices de esas palabras. Que asistieron a mismos rituales. Que llegaron, al salir de la universidad, al abrazo de esa lengua que les cobijó sus ojos llenos de incertidumbre. Esas voces creen en instantes en los que las miradas se deslumbran ante las mismas bellezas. Se reconocen en las ganas pujantes de estar en lugares en los que ya no se puede estar. Al menos no de la misma manera. Dicen que las complicidades quizás sean esos segundos en que no se sabe quién escribe, de quien es el relato, la voz que habla. Ese momento en que la elocuencia toma al que dice y escucha de la misma manera. Ese punto sincrónico en el que se escogen mismidades en el universo de las palabras. Lenguas madres II Alguien acerca un relato hecho de recuerdos mamuschkas. Cuenta que la abuela contaba que cuando era niña, su madre cuchicheaba con la hermana en piamontés mientras lavaban y secaban los platos. Dice que la abuela decía que las hermanas tenían la intención de que no se las entendiera, pero que más de una vez -mientras fingía no escuchar-, las sorprendió con algún aporte en español como gesto de travesura. Cuenta que nunca habló el piamontés, pero sí se expresó en el sacrificio, en el cuidado, en el corazón obrero y en los tonos efusivos. Cuenta que no conoció a la tatarabuela, pero sabe que cada vez que entristecía extrañando a su tierra natal decidía ponerse a canta. Dice que nunca la escuchó, pero se acuerda cuando su hijo tararea, o cada vez que le acompaña algún temor, angustia o sana sana. Lenguas madres III Llegan en forma de cuentos. Cuando se expresan, hay un territorio que canturrea. El brete de pronunciarla no arroga su entendimiento. Abraza a conocidos que no se vieron nunca. Su canto anuncia la alegría de un volver, una voz que con ansias esperamos escuchar. Acuna. Llega de lejos. Viene chuequeando lenta. Palpita en ella un mensaje antiguo. Recuerda cosas que a veces no sabemos que están. Se la balbucea, se la trastabilla. Se reinician cadencias una y otra vez. Toma cuerpos, desde su trama técnica, aprendida con recursos que nos son ofrecidos, y desde el revés, ese que no necesita de ninguna academia sino de un estar ahí.Fuerza sentidos. Habla hasta por los codos sobre esos cuerpos. Se expande más allá de los mapas que se ven y se pierde la cuenta de las generaciones que abarca. Amorosa abraza dialectos que a veces desconciertan. Conecta jirones. Transforma. Sacude sueños.Es memoria a veces bien despierta y a veces adormecida. Ficciona un reservorio de historias, de unos y otros, que solidariamente se van dando ¿sin pedir nada a cambio? Lenguas madres IV A veces se avecinan a finos bordes. Muerden anzuelos cada vez que renuncian a escuchar dialectos. Desatan lo que anudaron. Estragan, exigen fidelidad a los dialectos y autóctonos. Infieren transgresiones que son en realidad un grito que dice “no me olvides”. Se abisman en ecos de historias de extranjeros que llegan con malas intenciones. Piden reciprocidad. El precipicio toma forma de montaje de palabras que tienen una hora límite para marcar su presente. La carnada de ese señuelo está hecha de verdades que inexorablemente tienen el deber de compartirse. Se manifiesta como pánico, justo antes del destierro de eso que se dice oficial. Pero también, como temor de volverse lengua inerte, monumento de memoria, pieza quietecita en el museo. Lenguas mora I Alguien responde una epístola cinco años después. Comienza preguntándose por el tiempo. Dice tener la sensación de haber contestado la última carta. También, que no sabe a dónde fueron a parar las palabras. Dice que no pensaba disculparse, aunque acaso ¿que son esas explicaciones? Cuenta, retomando viejas confesiones, que se despojó de algunas presiones, como por ejemplo que las piezas encajen constantemente, o que los números sean siempre pares. Escribe para contar un sueño inaugural. Dice que siente alegría por esos instantes de composición poética, que bien podrían ser un haiku, esos relatos japoneses extremadamente breves y visuales. Dijo despojarse de presiones, ¡pero que manía la de ponerle nombres a las cosas! Escribe sobre un sueño que llega, como las palomas que vienen a dejar algún mensaje encriptado. Soñó que caminaba descalza por un pasillo y que lo sabe porque conserva nítido el gesto con el que se miraba los pies. Que el pasillo que recorre iba de su casa –distinta a la que vive, pero con elementos de todas las que moró- hasta la vereda. Que en el camino fue mirando las plantas de sus vecinos con la intención de tomar algún gajito fecundo con cual hacerse una réplica. Dice que esa es una vieja maña que no distingue lo onírico de la vigilia. Cuando llega a la vereda recoge moras de un árbol grande con la intención de hacer dulce para merendar. Al final del sueño espera a alguien que no llega, pero en esa espera llega otra persona a devolver un pulóver. Dice que lo huele y se despierta. Quizás sea la alegría de lo porvenir lo que se huela en un pulóver, como ese gesto de infancia buscando el olor del amor. Lenguas mora II Prepara un desayuno. Sábado cualquiera de una primavera florida y ventolera. Se comentan maravillosas bondades de jazmines y jacarandás. Hay unos árboles amarillos muy lindos que se llaman lapachos también. La primavera estallada de colores suspende miradas, como si fuera la primera vez. Parece importante esto del olvido, así más no sea que para volver a sorprenderse de las estaciones que tienen los años. Son curiosas las conversaciones acerca del clima. ¿Qué se dice cuando se habla del tiempo? Mientras…hasta que… se habla del calor agobiante o su opuesto, de la humedad que nos pone el pelo así o asá, de la ropa o el piso que lavamos y no se seca más, de los tiempos de sequías, de la lluvia. Se escuchan extremismos meteorológicos de lo más graciosos. “Ahora con este calor, seguro llueve, y de la humedad nos morimos todos”. Tienen un no sé qué las conversaciones sobre el tiempo catalogadas como poco comprometedoras, porque en este mundo, parece que siempre hay que estar hablando de cosas importantes. Lenguas mora III Mientras bate el café del desayuno, una idea palpita una escritura. Quién sabe si un ensayo, un cuento, otra epístola o un micro relato. En las primeras cuarentenas –las que fueron adentro, bien adentro que da miedo-, resonó curiosamente una receta ancestral que nació como estrategia autosustentable ante el cierre de las panaderías y la escasez de levaduras. La iniciativa tuvo pregnancia. Relatos a borbotones de quienes incursionaron con las bacterias en tiempos de virus mundial. Panes de todos los colores con recetas a base de masa madre. Amasanderías. Frascos de vidrio conteniendo levaduras. De los grandes, como los que tenían las abuelas. En algunas moradas, amasar venía siendo un ritual en crecimiento antes de la pandemia. Consolidando saberes y linajes como un modo de estar ahí también, de hacer lengua en esas historias. En otros hogares fue pura novedad. Pero quizás la masa madre vino como otra cosa. Como una fabricación de pasajes, la de cada quien, la de cada cual, tan necesarios, en éstos y ¿en cuántos tiempos? Se dice que es el tiempo implícito en el proceso de fabricación lo que le da un valor distinto al pan elaborado con masa madre. Es una idea gustosa, si puede sustraerse de la narrativa del capital y leerse en memoria de otras lenguas. Desde relatos en los que sea posible encontrar otros sentidos para costos y tiempos. Algo así como sucede con la palabra leudar, que de entrada no suena muy poética,pero si se imaginan sus expansiones cuando se trama de otros verbos como dar o dejar pasar aire, si se la lee como algo que se multiplica tanto que implica salir a convidar al vecino –porque si no se da es resto, se tira- y si se cierran los ojos y se dibujan las burbujas -una de las imágenes más mágicas que tiene la infancia-, es encantadora. Leudar. A la salida es una hermosa palabra. Algo de ese tiempo con el que se amasa resuena en aquel con el que se hace dulce. La idea que palpita escrituras, rumea: de la masa madre a la masa mora. Lenguas mora IV Dice que en la vereda de la casa que habita hace casi dos años alguien plantó un árbol que no se sabe de qué es y que siempre estuvo deslucido. Cuenta que ese interrogante no alcanzó para iniciar ninguna búsqueda al respecto. Dice que despidiendo a la madre que vino de visitas reparó en el árbol deslucido que ahora está reverdecido, brillante, furioso. Dice también que desde lejos no se alcanza a distinguir qué frutos asoman. Que se acerca. Que son moras, como las que días atrás pudo advertir en las caminatas por el barrio de calles arenosas. Moras. Moras. Moras. Moras de deudas, de anagramas de amores o de morada habitada. Una pregunta abandonada da tiempo, para que una masa leude o un dulce se cocine, o como se dice de las necesidades del amor. Mora señuelo. Que pica y pica. Mora abismo. Vacilación de profundidades. Poética y trágica. La brújula demora. Todo junto pero que separa. Cuenta que tiene un pensamiento que le dice que el universo acomoda las cosas y que mandinga existe.Cuenta de una sonrisa hecha de complicidad y de pudor. Dice de conceptos que no tardan en asistir para ordenar exabruptosque se suponenesotéricos. Alguien anuncia, en relación a eventos como éstos, que no es místico, es lógico. Otra cercanía dice que no es mandinga, es la vida. Quizás el balbuceo de una lengua morada que escapa al reloj llegando puntual, sea lo que se inicia en los sueños que inauguran. Lengua mora V Se asiste a una reunión de equipo. Se escuchan voces enardecidas. Se habla sin parar y se dicen cosas que duelen. Una voz cansada dice que la pandemia se nos vino encima. Otra, desconfiada, pregunta cómo es que se toman las decisiones y propone alternativas que buscan salirse del paso. Una voz desdeñosa, increpa a otra. Señala supuestas transgresiones. Le pregunta por sus lenguas y los territorios que recorren. La voz interpelada, duda, pero le responde. Se siente tocada. Comparte lasidas y vueltas que la llevaron de algunas lenguas madres a lenguas moras. Trastabilla temiendo no ver la puertade la encerrona. Una voz torpe apela a literalidades, a sentidos comunes que nada tienen que ver con comunes sentidos. Sus torpezas tienen forma depregunta que no quiere saber nada. La voz desdeñosa se sirve de la torpe. Insiste sobre la interpelada: ¿Por qué hablas otras lenguas? Una voz desmañada dice que no quiere estar más a cargo de ésta lengua. La voz torpe quiere hacer un paso atrás y dice frases decorosas impostadas. Pero como es lerda, enseguida afirma que hay que ser fiel a “la” lengua por sobre todas las cosas. Y acusa, a la voz interpelada, de que sus otras lenguas son las que traen las confusiones. Le dice que va a tener que decidirse si se va a radicar o no en este territorio. La voz interpelada, que ya tomó aire para saberse viva, le dice a la torpe que en los momentos en que está a punto de romperse el lazo,es preferible evitarnos eufemismos y preguntas de mentirita. La voz torpe le responde que no entiende esas lenguas intelectuales. Una voz gaucha dice que no puede creer semejante desvarío. Agrega que no cree que hablar diversas lenguas sea un problema. Que es una alegría que la voz interpelada se mueva en otros territorios. La voz interpelada intenta contar sobre los dones que tienen las fronteras. Sin suerte, no es momento para andar convidando ni tomando nada. La voz desdeñosa termina confesando que sus gestos siempre estuvieron intencionados. Las voces que ardían, inmediatamente entran al silencio. La voz cansada propone pasar la reunión a otro día. Insiste en que esto es cosa de la pandemia. La voz desmañada que se llamó al silencio se acerca en otro tiempo a la voz interpelada preguntándole cómo se siente. Dice que no sabía nada, que esto no estaba preparado. La voz interpelada sale al patio a perseguir alguna bocanada de aire. Se aparta a lamerse las heridas. Se sienta debajo de la sombra de un árbol y un fruto le cae en la cabeza. Y, es lógico, todos sus caminos conducen a mora.
- Post Guardia XIV / Débora Chevnik
14 años y 10 de intervenciones quirúrgicas. Ayer, la última de una serie. Nos llaman de urgencia porque se quiere ir del hospital. Está sentado en el borde de la cama, con sus bolsos armados. No acepta que le vuelvan a colocar la vía. Ni el suero ni el ayuno ni el reposo. Conversar con lxs psi de guardia, menos. “Volvemos más tarde, por si te dan ganas de charlar o compartir un rato, vayamos viendo”. No pasaron ni 24 hs. desde la última cirugía, y ahora, va y viene por todo el hospital. No habla. Y no para de caminar. Aún corriendo el riesgo de perder la vida, está listo para rajarse. ¿Enojado?, ¿emocionado?, ¿atemorizado?, ¿probando transgresión revitalizante? “Che, ¿querés que charlemos un ratito?”, “lxs cirujanxs te dicen que te dejes poner la vía porque estás recién operado; están preocupadxs por eso te insisten”, “tu mamá dice que estás re podrido de tantas internaciones, ¿va por ahí la cosa?”, “¿Esa toalla es tuya, sos de River?” No logramos hacer pasar ni una, nos ataja todas. Hermetismo e inminencia. Cirujanxs, psicóloga, psiquiatras, trabajadorxs sociales, pediatras, unxs diez más o menos, marchamos unos metros más atrás y seguimos la incesante peregrinación. Palpitar un raje que pone en riesgo la vida, (nos) alarma, intriga y conmueve. Estar ahí, estar peregrinx, estar en el borde. Estar donde (no) queremos estar: acompañando algo sin saber bien qué. La gran comitiva dubitativa está aterrada, sin querer que una intervención desacertada dispare algo irremediable. Desespecializándose de sus saberes, tantea intervenciones sin precipitarse en solucionar vaivenes inaplazables. La psicóloga, con unos pases mágicos, logra acercarse. Durante la inquietante caminata, ensaya algunas ideas. Entre otras, le propone que hable con sus amigos y su novia. Hacerle la segunda proponiendo… una salida posible (?). Mientras tanto, la gran comitiva dubitativa está ahí, en una segunda línea de aguante, hilvanando algunos hilos sueltos y bancando lo que se deshilacha en cada paso. Acerquémonos despacio. No no, mejor estemos a distancia, es más prudente. Sigámoslo de lejos. ¿Y si lo rodeamos entre todxs? No, eso lo va a apurar. Respetemos su ritmo. Sedémoslo para ponerle la vía. Imposible, con cualquier medicación se va a despertar porque se está resistiendo muy decidido. Quizá mejor anestesiarlo. No, imposible subirlo a quirófano en este estado. ¿Y si le damos algo de medicación solo para que esté más tranquilo? Hay que esperarlo, tranquilicémosnos. Llamemos a la policía, esto no da para más. Mmm…la policía lo puede detonar. O no, algo de esa investidura por ahí lo ordena. Si es el protocolo hay que llamar. Bueno vayamos viendo, esperemos un cachito. Probemos llamando a otrx familiar. Podría ser. No podemos estar toda la noche así. O si. No precipitemos que se vaya corriendo. Claro, ¿pero cómo? No sabemos. Sigamos in-tentando. Intervenciones que no (nos) convencen. Intervenciones que casi, que si pero mejor no. Un suspenso frágil que va tallando equipo. Con cada nueva indecisión que sostenemos, las ocurrencias se van multiplicando. Dudas, límites e incertezas producen una interesante ampliación de la zona donde lo vamos esperando. No sabiendo bien qué hacer, colectivizando el impoder, demorando acciones conclusivas, se va componiendo un equipo. Deambulaciones imperiosas quirúrgicamente inoportunas, acompañadas de la incómoda potencia que el poco saber trajo al equipo, van alojando la urgencia visceral del no a las (necesarias) indicaciones médicas y quirúrgicas. El cansancio, el frío, la madrugada, un nuevo jugador que entra a la cancha, algunas palabras-a-ver-si-con-alguna-engancha, unos gestos desesperados amorosamente puestos sobre la mesa, los ecos de la madre gritando que si van a la casa la ambulancia no lo va a buscar porque no entra por los pasillos del barrio y que ya son muchxs lxs que no llegaron al hospital, van armando escenografía para una larga conversación telefónica con la novia. Con auriculares, rulitos violetas, compu plan Sarmiento, equipo de gimnasia, acepta volver a dormir (sin la vía, pero) en el hospital. Sabemos, porque solemos apostar fuerte a estas jugadas, que después de la reparación que traen las oscuridades y algunos sueños, habrá por venir.
- Post Guardia XIII / Débora Chevnik
(una bienvenida a residentes ingresantes a hospitales 2020) ¡Hola! En cada bienvenida se renueva la pregunta por la hospitalidad. ¿Qué bienvenir? Bienvenir… ¿a dónde? ¿Qué es unx recién llegadx? ¿No somos todxs parte del mismo mundo? ¿Qué nuevos vientos –¿alientos?- trae lo recién llegado? Como sabemos, hospitalidad y hostilidad, será porque comparten raíz o vaya a saber por qué, están muy próximas. Hospitalidades se transforman en hostilidades, a veces, sin ni siquiera darnos cuenta. Hostilidades, con mucha suerte, viento a favor y dolores de cabeza, pueden devenir hospitalidades. Recién llegadx y recién llagadx, difiere en una sola letra. Lxs recién llegadxs, que en el dialecto de los hospitales se dice erreuno, suelen ser portadorxs de una de las preguntas más caras para toda institución. Una de las preguntas más incómodas. ¿Por qué esto se hace así y no de otra manera? ¿Siempre se hizo así? ¿Y si probamos hacerlo asá? Caras quiere decir queridas y quiere decir costosas. Esa incomodidad, esa condición de recién llegadx, ese dolor de cabeza, ese riesgo, ¡esa potencia interminable!, no solo la soportan lxs erreunx. La soportan todos los cuerpos que se animen a hacerla vibrar en sus cuerdas vocales. Claro está: la única manera para sostener semejante tembladeral es con otrxs, cuando ese “con otrxs” funciona como abrigo. Jamás en soledad. Los hospitales están en el mundo, ¡qué obviedad! No, en serio, ¿es una obviedad? En los hospitales sabemos perfectamente bien lo que es una emergencia: es cualquier condición que pone la vida o lo vivo en riesgo de perderse. En el mundo hay emergencias, hay violencias, hay odios, hay desigualdades. Crispaciones, no tantas. ¿Hay vidas que valen más que otras? ¿hay vidas autorizadas a ser vividas y otras que no? ¿Se está legitimando, a través de las prácticas, la segregación como forma de vida en común? Hospitalidad, es bienvenida a t o d a forma de vida. No es ejercer métodos para contorsionar existencias hasta adaptarlas a las costumbres locales. Eso no. En los hospitales, la pregunta por la hospitalidad es de carácter urgente. No solo para dar la bienvenida a lxs erreunx. También, para esperar y bienvenir a las vidas que vienen a los hospitales a atenderse, a curarse, a buscar alivio, a socializar sus dolores. Esperar a quienes no esperamos. Esperar incluso a quienes esperamos que ni lleguen ni (nos) llaguen. “Pacientes”, se les dice en la lengua de los hospitales. Y, “sus” dolores, claro, son los dolores del mundo. Es urgente evitar hacer de lxs recién llegadxs, recién llagadxs. Todxs podemos ser portadores de “lo erreuno”, de esas caras e incómodas preguntas típicamente atribuidas a lxs erreunx: residentes, concurrentes, usuarixs, plantas (¿cómo hace una “planta permanente” para no perder la vida, para no volverse de plástico?), pacientes, administrativxs, enfermerxs, supervisorxs, jardinerxs, pediatras, jefxs, directorxs, etcssss. T o d x s. Propongo bienvenir cada instante en el que todxs, cualquiera de nosotrxs, podamos “devenir erreunx”. (incluso lxs R20 o lxs R40) Bienvenidxs LXS erreunx y LO erreuno!! Ensayar modos de hospitalidad con esos tímidos balbuceos que pueden dar un poco de oxígeno a este mundo roto. Hospitalidad con las preguntas-oxígeno en estos tiempos de tantos ahogos. Hospitalidad para todos los momentos de “común carajear” que podamos inventar. Urge pensar lo público, el derecho a la atención en salud, los derechos laborales. Urge pensar las violencias institucionales. Urge sobreponernos a las lógicas de los acomodos, de los contactxs y de las desigualdades en el acceso a la salud. Urge sobreponernos a los miedos que, muchas veces, sostienen hostilidades y violencias con las dolidas vidas recién llegadas a las instituciones de cuidado. Muchas instituciones están enfermas de “acanoismos”. Que es egosintónico. Y que es dicho, no con el escándalo que es negar el derecho a la atención para todxs. El “acanoismo” es dicho con la naturalidad de quien solo circula ese mantra llamado “criterios institucionales”; esas ficciones tomadas, a veces, con solemnidad gélida y dura. El “acanoismo” es dicho con la naturalidad de quien recita esos versos anónimos memorizados gracias a dejar de preguntarse ¿las cosas siempre fueron así? ¿Y si probamos de otra manera? PD: concurrentes trabajan en el hospital hace tantos años. Es hora de mezclarnos; que estén, que sigan estando, que vuelvan. ¿Y si lxs agregamos a esta lista de mails?
Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.